‘Espacios de reclusión’ se adentra en los lugares que criminalizan a los inmigrantes indocumentados

La fotógrafa, artista y antropóloga Cinthya Santos-Briones colabora con inmigrantes ex reclusos para arrojar luz sobre la insular “arquitectura del castigo” en Nueva Jersey.

 En su proyecto multimediático “Espacios de reclusión”, Cinthya Santos-Briones crea collages basados en los relatos de inmigrantes ex reclusos de Nueva Jersey. Cinthya dirige pequeños talleres donde los participantes describen —y en algunos casos dibujan— sus experiencias como reclusos de cárceles de condado o establecimientos privados de migración. (Todas las imágenes por cortesía de Cinthya Santos-Briones).

 En su proyecto multimediático “Espacios de reclusión”, Cinthya Santos-Briones crea collages basados en los relatos de inmigrantes ex reclusos de Nueva Jersey. Cinthya dirige pequeños talleres donde los participantes describen —y en algunos casos dibujan— sus experiencias como reclusos de cárceles de condado o establecimientos privados de migración. (Todas las imágenes por cortesía de Cinthya Santos-Briones). Crédito: Cinthya Santos-Briones | Cortesía

Una amplia red de instituciones que detienen inmigrantes se extiende por todas las ciudades importantes de los Estados Unidos. Y aunque en esos centros urbanos el trabajo de los indocumentados a menudo impulsa restaurantes y construye rascacielos, los centros de detención y las cárceles de condado donde se les recluyó durante meses —y hasta años— son invisibles para las demás personas.

En su proyecto multimediático “Espacios de reclusión”, la fotógrafa y antropóloga Cinthya Santos-Briones combina dibujos, poemas y relatos orales de inmigrantes ex reclusos con collages hechos por ella para arrojar luz sobre la vida en cuatro establecimientos de Nueva Jersey: el Centro de Detención de Elizabeth y las cárceles de los condados de Bergen, Essex y Hudson.

Algunos participantes en los talleres fueron detenidos en el pico de la pandemia, incluido un hombre que terminó en la cárcel del condado de Bergen luego de sufrir un colapso nervioso. “Es duro y feo porque yo nunca había estado preso”, escribe un participante identificado como “H.E.B.H.” para proteger su privacidad.

En virtud de contratos con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los EE. UU. (ICE, por sus siglas en inglés), las cárceles actualmente tienen detenidos a 117 indocumentados, según el recuento más reciente de los funcionarios de ICE. El número es mucho menor que en años pasados. El Centro de Detención de Elizabeth, un establecimiento con fines de lucro manejado por CoreCivic, actualmente tiene presos a 138 inmigrantes.

Las cuatro cárceles han enfrentado años de demandas, protestas y una ola de huelgas de hambre sin precedentes para denunciar la atención médica inadecuada, la falta del debido proceso legal para los detenidos y la incapacidad de protegerlos contra la COVID-19. El condado de Essex terminó sus compromisos con ICE en mayo alegando que era más lucrativo recluir a los presos de la cárcel del vecino condado de Union, que está en proceso de cierre.

A fines de junio, la asamblea legislativa del estado de Nueva Jersey aprobó un proyecto de ley para impedir que las cárceles de los condados tengan convenios con ICE y que el estado suscriba contratos con establecimientos privados de detención de inmigrantes. Si el gobernador Phil Murphy aprueba el proyecto de ley, Nueva Jersey se convertirá en el quinto estado de la nación en prohibir a los condados que suscriban contratos nuevos con autoridades federales de inmigración.

Participantes ex reclusos dibujaron planos de los lugares donde estuvieron detenidos. En el sentido de las agujas del reloj, desde la izquierda: cárceles de los condados de Bergen y Essex, Centro de Detención de Elizabeth y cárcel del condado de Hudson.

Briones comenzó a seleccionar los materiales para “Espacios de reclusión” durante la era de Trump. A medida que el discurso y las políticas antiinmigrantes del expresidente avivaban la cobertura informativa sobre la frontera entre Estados Unidos y México, Briones, que es mexicana, se cansó del aluvión de imágenes traumáticas de cruces fronterizos. 

“Llegó el punto en que ya no quería ver más fotos de padres separados de sus hijos, ni de celdas llenas de inmigrantes que tenían frío y hambre”, dice Briones, quien vive en la ciudad de Nueva York y se identifica como una “artista inmigrante de color, con raíces indígenas y mestizas”.

“Hay un mercado lucrativo para las fotos que muestran el dolor del ‘otro’. Estaba muy cansada de ver ese tipo de imágenes mientras casi nada cambiaba”.

En vez de enfocarse en lo que Trump caracterizó como una “crisis fronteriza”, Briones quiso crear un espacio donde los inmigrantes pudieran contar sus propias historias. Para recolectar el material, se reunió con grupitos de ex reclusos en la Iglesia Luterana del Buen Pastor, en Brooklyn, que sirve de centro de reunión para indocumentados. Briones y su esposo, el pastor Juan Carlos Ruiz, son voluntarios del Buen Pastor. La artista también realizó talleres individuales en las casas de algunos participantes.

Briones invitó a los asistentes a dibujar los espacios donde estuvieron detenidos y a relatar los pormenores de su encierro. Como resultado, obtuvo imágenes de paredes de ladrillo, planos de prisiones, cámaras de seguridad, vallas metálicas y bandeja tras bandeja de alimentos procesados. El tema general es la apabullante monotonía de la vida tras las rejas.

Los collages de Briones combinan imágenes de los medios de comunicación con sus propias fotografías para representar los países de origen de esas personas, sus rutas multinacionales hacia los EE. UU. y el desplazamiento político y económico que frecuentemente causa la migración. En un principio planeaba trabajar con los asistentes a los talleres en la elaboración de los collages, pero la COVID-19 hizo que fuera arriesgado compartir materiales.

El collage de Briones se basa en una conversación con una indocumentada que fue detenida en la cárcel del condado de Hudson luego de que la policía llegara a su casa a parar una fiesta.

Hasta ahora, unas 17 personas han participado en el proyecto. La mayoría de los participantes en los talleres viene de Honduras, Guatemala, El Salvador, Venezuela y México. Muchos de ellos son indígenas de las comunidades Quiché, Mam y Mixteco de Guatemala y México. Un participante proviene de Zimbabue.

Isaac Garay Ponce, inmigrante salvadoreño que trabaja limpiando oficinas en Jersey City, participó en un taller el año pasado. Vive a cinco minutos de la cárcel del condado de Hudson, donde estuvo detenido durante tres años antes de ganar su caso de asilo en 2019.

“Paso por ahí todo el tiempo y recuerdo esos momentos con sentimientos encontrados”, afirma el hombre de 31 años que cruzó a los EE. UU. en 2015 después de recibir amenazas de muerte de pandillas en El Salvador. “Nadie puede explicar lo que sucede ahí dentro como nosotros. Nadie te va a decir que la comida es mala. Que hay que llorar para que alguien te de un rollo de papel higiénico. Que las duchas son tan calientes que queman la piel. Que los policías son racistas. Así que es mejor que los que han estado dentro den a los demás una idea de cómo es estar ahí”.

Un dibujo y un collage representan la repetición en la dieta. Los participantes en los talleres dijeron que con frecuencia les servían las comidas congeladas o podridas.

 Ponce, como muchos participantes en los talleres, destacó que las cárceles de los condados utilizan uniformes y espacios diferentes para distinguir a los inmigrantes detenidos de los ciudadanos encarcelados.

“Te dicen ‘detenido’ o ‘prisionero’, pero para mí no hay diferencia”, afirma. “Nos bañamos a la misma hora, tenemos recreo a la misma hora, comemos a la misma hora. Lo que llegas a comprender en realidad es que ya no eres Isaac, Juan o Ernesto. Eres un número”.

Briones espera que con la creación de espacios comunitarios para contar historias el proyecto pueda ir más allá del trauma de los participantes. Ponce tuvo que imaginar un futuro fuera de la cárcel para poder sobrevivir. Dentro aprendió inglés hablando con otros detenidos y utilizó sus habilidades para leer acerca del sistema legal de EE. UU. y litigar su propio caso de asilo.

“Ahora puedo visualizar mi vida dentro de diez años”, comenta. “Si logré sobrevivir tres años de comer mala comida, luchar contra la soledad y lidiar con el carácter de los demás y el maltrato de las autoridades, no creo que haya algo que no pueda hacer. Te sorprendería saber todo lo que podíamos hacer en un espacio tan reducido”.

“Espacios de reclusión” es un proyecto continuo. Se puede encontrar en el sitio web de Cinthya Santos-Briones, y actualmente aparece en la exhibición We, Women del festival Photoville en la ciudad de Nueva York. La exhibición estará abierta al público hasta el 12 de setiembre en Empire Fulton Lawn.

Ariel Goodman colabora con The Marshall Project como becaria de la Fundación Tow para la participación de audiencias. Es bilingüe, trabaja en multimedios, y enfoca su labor en los medios comunitarios, el periodismo colaborativo y la participación para elevar las voces e historias de los más afectados por la injusticia.

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