Manuel Buendía: “los periodistas somos inextinguibles” 

Desde el asesinato de Buendía, han matado a más de 300 comunicadores y casi todos los casos han quedado impunes

El 30 de mayo de 1984 es una fecha fatídica para el periodismo mexicano. Ese día, a las 6:30 p.m. abatieron a tiros afuera de su oficina en la Zona Rosa de la Ciudad de México a Manuel Buendía, no solo el columnista más influyente de su época sino un periodista íntegro que pagó con su vida el haberse atrevido a denunciar la corrupción del sistema político mexicano.

Aunque han pasado ya más de 37 años de su asesinato, el legado de Buendía sigue vivo. Su columna, “Red Privada”, publicada en más de 60 periódicos, es un punto obligado de referencia para entender las entrañas de la realidad política mexicana.  Buendía era temido por sus acuciosas investigaciones que lo llevaron a exhibir la corrupción gubernamental y sus nexos con el narcotráfico, las actividades de grupos de extrema derecha como Los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara y, sobre todo, la injerencia de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en México.

Buendía, cuyas columnas se caracterizaban por su humor negro y una prosa impecable, estaba consciente de que su trabajo lo había colocado en una situación por demás vulnerable. Siempre andaba armado y varias veces declaró que si algún día lo mataban “se lo tenía bien merecido”. Tenía enemigos no solamente entre los grupos criminales y el gobierno mexicano sino también en Washington. Se dice que el entonces embajador de Estados Unidos en México, el exactor John Gavin, se refería a él como “Manuel Malanoche” por los continuos golpes periodísticos que le asestó a la CIA, entre ellos poner al descubierto a los agentes de esa corporación que operaban en México.

Como muestra el reciente documental titulado “Red Privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía?”, debido a la multitud de enemigos que tenía el periodista, no se sabe a ciencia cierta quién orquestó su muerte. Aunque el gobierno mexicano culpó a José Antonio Zorrilla, director de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) de ser el actual intelectual del homicidio y a Rafael Moro Ávila de transportar al ejecutor, persisten serias dudas en torno a los verdaderos responsables del asesinato.

Algunos periodistas como Raymundo Riva Palacio consideran que se trató de un crimen de Estado en el que estuvieron involucrados el actual director de la CFE, Manuel Bartlett y el entonces secretario de la Defensa, Juan Arévalo Gardoqui. El móvil podría haber sido que Buendía tenía información sobre un acuerdo secreto entre Estados Unidos y México para enviar armas a los contras de Nicaragua, con el apoyo del Cártel de Guadalajara, a cambio de que les permitieran pasar droga a ese país.

Lo que sí dejó claro el homicidio de Buendía es que en México la práctica del periodismo de investigación y denuncia puede ser mortal. Pero también, como bien lo dijo el extinto columnista, que los periodistas son una “especie inextinguible. Es decir, podrán matar a uno y a otro, pero siempre habrá alguien más que tome su lugar y que, con su pluma, ponga al descubierto los abusos del poder.

Desde el asesinato de Buendía, han matado a más de 300 comunicadores y casi todos los casos han quedado impunes. Aunque en México supuestamente hay libertad de expresión, para llevar a cabo su trabajo los periodistas tienen que enfrentar tanto al crimen organizado como a políticos y funcionarios corruptos.

Dados estos antecedentes, es muy preocupante que, en sus mañaneras, el presidente López Obrador se dedique a denostar, muchas veces sin bases, a los periodistas que osan criticarlo. El mandatario debería entender que no es el poseedor de la verdad absoluta y que, dado el clima de violencia y polarización que hay en el país, cada vez que señala a un comunicador lo expone al linchamiento de sus seguidores y obstaculiza el trabajo periodístico independiente que es indispensable para garantizar la democracia de cualquier país.

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