“Tengo miedo de cruzarme en la calle con mis torturadores”
Los refugiados sirios vieron a Europa como un refugio, pero ahora algunos tienen miedo de encontrarse cara a cara con sus represores.
Para muchos refugiados sirios que huían de la guerra y los abusos contra los derechos humanos, Europa estaba destinada a ser un santuario.
Así que fue un shock cuando comenzaron a toparse con sus torturadores mientras estaban de compras o en un café.
De hecho, muchos de los que operaron en los famosos centros de interrogatorio del gobierno sirio se esconden a plena vista en ciudades europeas.
Feras Fayyad extraña desesperadamente su hogar en Siria. Hace seis años que vive en Berlín y es uno de los más de 800.000 refugiados sirios en Alemania.
Pero rara vez visita Sonnenallee, el distrito predominantemente árabe de su ciudad adoptiva que se conoce como “Pequeña Siria”, a pesar de que está lleno de restaurantes y cafés en los que fumar shisha que tanto le recuerdan a su hogar.
“Para alguien que se reconoce como opositor al régimen, caminar por aquí asusta un poco”, dice durante una inusual excursión por la zona. “Es por eso que no vengo acá”.
A lo que Feras teme es a otros sirios que aún podrían estar afiliados al gobierno de Bashar al Asad y que actuarían como los ojos y oídos del Estado en el extranjero.
En su país, Feras —un galardonado director de documentales en cuyas cintas describe el bombardeo sistemático de la población civil por parte del ejército sirio— fue arrestado y torturado por el servicio de seguridad del Estado.
Logró escapar, pero ni siquieraen Europa se siente seguro entre otros expatriados sirios.
“Es difícil saber quién es [miembro] de los servicios de inteligencia”, dice. “Abren tiendas o tienen un negocio aquí, y trabajan como espías”.
“No sabes cuándo te vas a encontrar con alguien que estuvo involucrado en tu tortura o en lastimarte dentro de Siria”, continúa.
Feras puede sonar paranoico, pero sus temores no son infundados.
Bill Wiley, quien dirige la Comisión para la Justicia Internacional y la Rendición de Cuentas, una ONG que trabaja en casos contra el gobierno sirio usando documentos oficiales del Estado recuperados de la zona de guerra, está de acuerdo en que la diáspora siria en Europa es un terreno fértil para el reclutamiento de espías.
Dice que a algunos se les paga para espiar, mientras que otros lo hacen a cambio de que se les garantice la seguridad a sus familias en Siria.
“Hay varios medios para reclutar personas: sabemos que lo están haciendo y me sorprendería si no lo estuvieran haciendo”, asegura.
El profesor Uğur Ümit Üngör, que se especializa en estudios sobre el Holocausto y el genocidio en la Universidad de Ámsterdam, ha entrevistado a cientos de refugiados sirios. Y admite que al principio fue ingenuo sobre el miedo que la gente se había llevado consigo a Europa.
Recuerda cómo organizó una cena en su casa para algunos de los sirios con los que coincidió en Países Bajos con la esperanza de que pudieran conocerse y sentirse más como en casa.
Pero la fiesta fue un gran fracaso: “Todos estaban de pie en la esquina con una bebida, mirándose unos a otros. Nadie socializaba”.
Mientras el último invitado se ponía la chaqueta para marcharse, le dijo al profesor que estaba seguro de que todas las demás personas en la fiesta eran espías del gobierno.
“Había subestimado el alcance del miedo y la desconfianza que ahora gobiernan la sociedad siria”, cuenta Üngör.
Rastreó a exmiembros de la shabiha, una milicia patrocinada por el gobierno conocida por arrestar y golpear a cualquier sospechoso de deslealtad hacia el presidente. Muchos de ellos viven ahora en Europa y pueden identificarse fácilmente a través de sus perfiles en las redes sociales, explica.
“Si retrocedes en su muro de Facebook hasta 2011 o 2012, encuentras [fotos de] ellos portando (fusiles) AK-47 en las calles de Damasco; no han borrado ese registro”, dice.
Una vez que los identificó, Üngör logró entrevistar a algunos de los exmiembros de la shabiha que contaron cómo fue huir de Siria en 2015, cuando parecía que el presidente Al Asad podía perder la guerra.
Hace unos meses, un amigo de Feras Fayyad vio a un exintegrante de la shabiha en un café sirio en Berlín.
Era el mismo que lo había golpeado brutalmente en una manifestación años antes. Ahora estaba sentado en la mesa frente a él.
Feras dice que su amigo estaba tan aterrorizado que huyó y nunca volvió a poner un pie en la “Pequeña Siria”.
Más tarde, Feras le presentó a su amigo al abogado de derechos humanos sirio Anwar el Buni, quien está preparando un caso contra el exmiliciano.
“Hay muchos shabiha en Europa”, dice Buni.
“Si podemos probar que golpearon a los manifestantes o entregaron personas a los servicios de seguridad, podemos hacer que los procesen. Europa no debe ser un lugar seguro para esos criminales”.
Buni es uno de tantos abogados —cada vez más— que presentan casos contra presuntos criminales de guerra sirios. “Estimamos que hay unos 1.000 delincuentes en Europa, la mayoría del régimen”, dice.
Ha estado trabajando con fiscalías de todo el continente, incluidas las de Alemania, Suecia, Austria, Bélgica y Países Bajos.
Según el abogado, ahora hay tantos casos contra presuntos criminales de guerra en Europa que los fiscales europeos no pueden seguir el ritmo. “No pueden manejar todos esos casos”, dice. “Realmente, superan su capacidad (de procesarlos)”.
Recientemente prestó testimonio en un tribunal de la ciudad alemana de Coblenza en el juicio a Anwar Raslan, un coronel sirio de la Dirección General de Seguridad, una de las cuatro principales agencias de inteligencia de Siria.
Raslan, el funcionario sirio de más alto rango en enfrentar juicio en suelo europeo, fue procesado por crímenes de lesa humanidad cometidos cuando era jefe de interrogatorios en el centro de detención de Damasco conocido como Branch 251.
A principios de enero, el coronel fue declarado culpable de supervisar más de 4.000 torturas y 27 asesinatos, así como de coerción sexual y violación. Fue sentenciado a cadena perpetua.
Su abogado dice que apelará el veredicto.
Buni se dio cuenta por primera vez de que el coronel estaba en Europa cuando se lo encontró en el campo de refugiados en el vivía en Berlín.
De hecho, los miembros de la diáspora han desempeñado un papel central en la identificación de presuntos criminales de guerra y en ponerlos en conocimiento de las autoridades.
Otro juicio de un presunto criminal de guerra se abrió en Fráncfort a fines de enero. Alaa Musa, un médico sirio de 36 años, fue acusado de tortura y asesinato.
Musa presuntamente tiene fuertes conexiones con el gobierno de Siria y recibió ayuda de su Embajada en Berlín, inicialmente en sus intentos de huir de Alemania y luego para formar un equipo legal que lo represente.
Mohamed Wahbi era colega de Musa en un hospital militar en Homs. Fue allí, en 2012, que Mohamed vio a Musa verter alcohol en los genitales de un adolescente y prenderle fuego.
El paciente había sido arrestado en una manifestación antigubernamental y llevado al hospital para ser tratado por una herida de bala. “Gritaba y gritaba y sus gritos desgarraban el corazón”, recuerda Wahbi.
Años más tarde, después de que Wahbi se mudara a Turquía, estaba navegando en las redes sociales cuando vio una publicación de Musa en Facebook.
El médico mencionó que vivía en Alemania. Wahbi preguntó y descubrió que estaba practicando la medicina en un hospital de allí.
Musa había pasado cinco años viviendo tranquilo en Alemania sin la necesidad de ocultar su identidad, hasta que Wahbi lo descubrió.
Uno de los testigos más importantes en un caso contra Musa se llama Ahmad A. Ahora vive en Europa, pero afirma que antes de salir de Siria fue torturado por el médico.
Según artículos publicados en la prensa, vio cómo Musa le daba una inyección letal a un compañero de prisión que se atrevió a defenderse.
Ahmad A. también les dijo a periodistas que escuchó a Musa decir: “Envía un cálido saludo a las vírgenes del paraíso” unos minutos antes de que el hombre muriera.
Musa ha negado todas las acusaciones en su contra.
Buni, quien ayudó a reunir testigos para estos casos judiciales, dice que uno de sus mayores desafíos había sido persuadir a los sirios atemorizados para que hicieran público lo que sabían.
Un testigo que iba a declarar contra Musa a fines de enero dijo que cuatro miembros de los servicios de seguridad allanaron su casa en Siria y les dijeron a su madre y hermana que las matarían si no retiraba su testimonio.
Algunos de los que declararon contra Raslan también sufrieron amenazas, y un hombre fue forzado a ingresar en un programa de protección de testigos del estado alemán.
Entre los que testificaron contra Raslan estaba Feras Fayyad. El documentalista estuvo detenido en las instalaciones de Raslan, en Branch 251, donde dice que fue brutalmente torturado y violado con un palo de madera.
Durante su testimonio, el acusado lo miró a los ojos y le guiñó un ojo, dice.
Feras asegura que su familia en Siria fue amenazada y que se vio obligada a mudarse de casa cada dos meses por temor a que los servicios de seguridad sirios pudieran encontrarlos.
El presidente Al Asad insiste en que no hay torturas ni ejecuciones sistemáticas en Siria y que todas las pruebas de ello han sido fabricadas.
A pesar de toda la intimidación y el miedo, Feras dice que valió la pena y que ver a Raslan sentenciado a cadena perpetua por sus crímenes fue uno de los momentos más importantes de su vida.
El nuevo hogar de Feras está en Berlín Oriental, donde hace solo unas décadas el servicio secreto del gobierno comunista, la Stasi, infundió el terror en la gente. A través de su vasta red de informantes no oficiales, la Stasi guardaba archivos sobre alrededor de un tercio de los habitantes de la ciudad.
La ironía no se le escapa a Feras, quien me recuerda que la comparación entre las tácticas de la Stasi y el estado sirio no es una coincidencia.
En las décadas de 1970 y 1980 hubo una estrecha cooperación entre la Stasi y los servicios de seguridad sirios, y estos últimos solicitaron formación especializada a sus homólogos alemanes.
El gobierno sirio también ha cooperado con un nazi de alto rango. Después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Damasco dio refugio a Alois Brunner, responsable de la muerte de más de 120.000 judíos.
Habiendo huido de ser capturado, Brunner presuntamente se instaló en la capital y ayudó a construir el aparato de seguridad de Siria, incluido el denominado Branch 251, donde más tarde trabajó Raslan.
Después de que Brunner dejó de ser útil para el régimen, se cree que terminó sus días en las mismas instalaciones que ayudó a establecer.
Al igual que los residentes de Berlín Este hace 30 años, Feras dice que no confía en ninguno de sus vecinos sirios y que siente que el enemigo todavía vive en la puerta de al lado.
Hace unas semanas, el director de documentales fue atacado frente a su edificio. Un hombre lo apuñaló en la pierna con una botella de vidrio.
Es posible que Feras haya sido víctima de un borracho al azar, pero en estos días está tan paranoico que ve todo al alcance del brazo largo del estado sirio.
En 2019, un destacado activista sirio murió en un espantoso ataque con hacha en Hamburgo en lo que muchos creen que fue un ataque motivado políticamente.
Cuando Feras recientemente buscó terapia por el trauma que sufrió durante la guerra, eligió a un psicólogo alemán, aunque se habría sentido más cómodo hablando árabe.
“No puedo confiar en un sirio para compartir lo que me pasó”, reconoce.
Los casos judiciales alemanes marcan un paso en el camino hacia la justicia. Pero Bill Wiley, de la Comisión para la Justicia y la Responsabilidad Internacionales, duda de que más de un puñado de criminales de guerra sirios vayan a ser juzgados alguna vez. “Hay demasiados”, dice.
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