Un centro comercial hacina refugiados ucranianos en plena pandemia de la covid-19
Más de 3,1 millones de personas han salido ya de Ucrania, casi 2 millones han cruzado la frontera hacia Polonia, según UNICEF, desde la invasión rusa
Es un lugar nada acogedor, sin ventilación en tiempos de pandemia de la covid-19, huele a un viaje de varios días huyendo de la guerra y se respira desesperación por haberlo perdido todo. Los refugiados ucranianos descansan sobre camas plegables y de fondo cuelgan aún los carteles de tiendas de Inditex que ofrecían prendas en este centro comercial cerca de la ciudad polaca de Korczowa.
En la puerta principal de Salón Kiev, un centro de recepción a unos minutos de la frontera con Ucrania, hay una parada destinada a autobuses que hacen varios viajes diarios desde el paso fronterizo de Korczowa, donde recogen a los refugiados que acaban de llegar.
Son principalmente mujeres y niños. Los ancianos bajan a paso lento los escalones del bus, algunos apoyándose en un bastón, y en su rostro se aprecian las arrugas del paso de la edad, las ojeras del agotamiento del viaje, y el terror de la guerra que azota su país desde el 24 de febrero, cuando las fuerzas de Vladimir Putin invadieron Ucrania.
El maletero del bus está lleno de bolsos y maletas que guardan las pocas pertenencias que han podido meter deprisa y corriendo. Más de 3,1 millones de personas han salido ya de Ucrania, casi 2 millones han cruzado la frontera hacia Polonia, según UNICEF.
Al cruzar las puertas de este centro, impactan cientos de camas plegables desplegadas en línea por pasillos y tiendas, con mantas y almohadas tiradas sobre las colchonetas. Los jóvenes están tumbados escribiendo en sus móviles, los adultos miran con tristeza a su alrededor y los ancianos duermen, sabiéndose lejos de las bombas que les hicieron dejar sus hogares.
A su alrededor, aún cuelgan los carteles de tiendas como Zara o Massimo Dutti porque antes de pasar a ser Salón Kiev, era el Centrum Handlu Korczowa Dolina.
Las mujeres que tienen que amamantar a sus recién nacidos tienen un espacio separado, con un guardia en la puerta que impide el acceso a otros refugiados que no cumplan el perfil. La ausencia de privacidad se evidencia al observar en el interior a través de los cristales.
Aunque están hacinados en condiciones precarias, los voluntarios y militares polacos tratan de hacer más acogedor este lugar inhóspito: les entregan bebidas y comida caliente; les ofrecen productos cosméticos, de higiene, pañales, leche de bebé y cochecitos; les dan peluches a los más pequeños; y les ofrecen información y orientación individualizada a los que buscan nuevo destino.
Algunas tiendas se han convertido en centros de salud improvisados, con médicos voluntarios que ofrecen atención a los que llegan cansados, heridos, o con una necesidad urgente de un tratamiento médico de enfermedades crónicas.
El SARS-CoV-2 se hace también hueco en el Salón Kiev: las autoridades polacas ofrecen a los recién llegados vacunas contra la COVID-19, pero no todos están dispuestos a recibir una.
Los voluntarios, que llevan escrito en sus chalecos los idiomas que pueden hablar, les dan la mano como gesto caluroso de bienvenida y pocos llevan mascarilla, o mantienen la distancia.
La falta de duchas, de higiene, de ventilación y de medidas auguran lo peor, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de alertar de que “la pandemia está lejos de terminar”.
Muchos ucranianos no están vacunados, o han recibido una dosis no reconocida por la Unión Europea, según las autoridades polacas, que temen una nueva ola de contagios en los centros humanitarios de la frontera. No hay espacio suficiente para el aislamiento o la distancia interpersonal.
En uno de los pasillos, se ha instalado un puesto con tarjetas de teléfono móvil gratuitas que permiten a los refugiados conectarse de inmediato con la familia que aún sigue en Ucrania, sean hombres enviados al frente o allegados que han optado por quedarse en su casa.
Los más pequeños encuentran más acomodo en una pequeña sala de juego, con una pantalla que emite dibujos animados, un altavoz en el que suena música infantil, unas sillas y mesas de su tamaño para sentarse a pintar, y varias cajas llenas de juguetes en las que un niño saca una camioneta y varios peluches, ignorando lo que le rodea.
En la puerta de salida del centro comercial, se amontonan las cajas de cartón: algunas vacías, y otras con montañas de ropa donada por toda Europa. Los refugiados buscan entre las prendas piezas que les arropen del frío que todavía hace en Polonia en pleno mes de marzo, lo que no facilita el drama de saberse lejos del hogar y sin fecha de regreso.
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