“Miles de migrantes están siendo usados en un juego político macabro”: la “crisis humanitaria silenciosa” que vive la capital de EE.UU.
Según estimaciones oficiales, más de 7,400 migrantes han llegado a Washington en autobuses desde Texas y Arizona desde abril pasado, la mayoría de ellos provenientes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Poco antes del amanecer, después de 34 horas de viaje, un grupo de autobuses con placas de Texas hacen su parada definitiva a pocas cuadras del Congreso de Estados Unidos.
La noche se desvanece y la cúpula del Capitolio de Washington D.C. comienza a teñirse con los rayos rojos del verano.
Las decenas de personas que bajan de los buses no parecen tener claro a dónde han llegado, qué pasará con ellos o qué harán ahora.
“Vine aquí porque no tenía a dónde ir. Era quedarme en la calle con dos niños o venirme a Washington”, le dice a BBC Mundo Darling Vielma, una joven venezolana de 18 años.
Partió embarazada del estado de Zulia cuando todavía era menor de edad, con una niña de 1 año, una barriga de seis meses y el que era entonces su novio, de 21 años.
Cruzó a Bogotá, de allí a Medellín y luego comenzó el viaje azaroso hacia el norte, con la selva del Darién como primera parada.
“La niña se deshidrató en la selva y estuvo luego 17 días hospitalizada. Yo me desmayé, me caí, me partí hasta un diente y después de ese cruce di a luz al niño de solo 7 meses por todo lo que había pasado”, recuerda.
Ya en Panamá, su novio la abandonó y continuó sola rumbo al norte. Fue detenida en Guatemala y, en México tuvo que caminar 7 horas en el desierto con los dos niños después de que la asaltaran y le quitaran el teléfono, el poco dinero que llevaba y casi todo lo que tenía.
“Y cuando llegamos a Texas finalmente me preguntaron que si tenía a alguien allí”, recuerda.
“Dije que no, que quería buscar a los abuelos (paternos) de los niños para que me ayuden. Pero solo sé que viven en Indianápolis. Entonces me dijeron que mejor agarraba estos buses a Washington, que me quedaba más cerca”, cuenta a BBC Mundo.
A pocas cuadras del centro del poder de Estados Unidos, Vielma, con sus dos hijos a cuesta, se pregunta ahora cómo podrá continuar su viaje: no tiene dinero, ni celular, ni comida para dar a sus hijos.
Los dos pequeños tosen sin parar.
La niña, Yanna, de 2 años, dice que tiene hambre. Yair, el bebé, tiene un color aceitunado después del viaje. No deja de llorar. La madre dice que le preocupa su niño porque no lo ha visto un médico.
Como ellos, miles de migrantes han sido enviados desde abril pasado a la capital de Estados Unidos desde Texas y Arizona.
Durante el gobierno de Joe Biden, EE.UU. ha visto un récord histórico de migrantes en la frontera sur, lo que ha afectado particularmente a los estados limítrofes con México.
Solo en los primeros 10 meses del año fiscal 2022, la Patrulla Fronteriza reportó más de 1,8 millones de detenciones y las autoridades estiman que probablemente superará los 2 millones para el comienzo del año fiscal 2023 en octubre.
En este contexto, luego de que Biden anunciara el fin del llamado “Título 42” (una orden de la era de Trump que permitía el envío de migrantes a México por temores a la propagación del coronavirus) el gobernador republicano de Texas, Greg Abbot, anunció que enviaría buses con migrantes hasta Washington como forma de protesta para que en la capital “supieran lo que viven los estados de la frontera”.
“Debido a la continua negativa del presidente Biden a reconocer la crisis causada por sus políticas de fronteras abiertas, el estado de Texas ha tenido que tomar medidas sin precedentes para mantener seguras a nuestras comunidades”, dijo Abbott.
Poco después, el gobernador de Arizona también empezó a enviar buses y los dos estados agregaron a Nueva York a los destinos.
A mediados de agosto, Florida anunció que planeaba enviar migrantes a Delaware, el estado natal del presidente Biden, y la pasada semana, los autobuses con migrantes fueron enviados también a Chicago.
Las autoridades locales han tildado esta iniciativa republicana como un acto “racista y falta de humanidad “.
Lo que pareció una movida política para hacer campaña en un año de elecciones legislativas se ha extendido por meses y ha comenzado a poner al límite las capacidades de recepción de algunos de los destinos.
“Al principio pensamos que era solo una jugada de propaganda política, que los gobernadores enviarían un par de buses por unas semanas a Washington y cantarían victoria”, le cuenta a BBC Mundo Abel Núñez, director del Centro de Recursos Centroamericano (Cercacen), una organización que se ha encargado de recibir y apoyar a los migrantes que llegan a Washington.
“Pero cuando los buses continuaron llegando todos estos meses y se siguieron enviando a otras ciudades, entendimos que la situación era más seria. Y esto es una bomba de tiempo. Se está generando una crisis humanitaria silenciosa, una de las peores crisis humanitaria que ha vivido la capital de Estados Unidos”, agrega.
Un problema creciente
Según estimaciones de grupos civiles, más de 7.400 migrantes han llegado a D.C. en buses desde Texas y Arizona desde abril pasado y unos 2.000 a Nueva York, la mayoría de ellos provenientes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
El flujo creciente de personas a ciudades como Washington, que no está acostumbrada a recibir migrantes en grandes proporciones, ha llevado a las autoridades locales a pedir ayuda federal.
En dos ocasiones en agosto, la alcaldesa Muriel Bowser solicitó el despliegue de la Guardia Nacional en la capital para atender a los migrantes, pero el Pentágono negó la ayuda por considerar que este cuerpo militar no está entrenado para lidiar con el tipo de situaciones.
“Se ha creado una crisis en la que nadie parece quererse hacer responsable de los migrantes”, dice a BBC Mundo Ashley Tjhung, una de las coordinadoras de Migrant Solidarity Mutual Aid Network, una red de organizaciones civiles que se han unido para ayudar a los que llegan.
“Los gobiernos de Texas y Arizona los mandan a la capital. Las autoridades de la capital dicen que es el gobierno federal el que se debe ocupar de ellos. El gobierno federal dice que no es su problema. Y en el medio, están estos seres humanos vulnerables que están siendo usados como peones en un macabro juego político”, agrega.
BBC Mundo contactó repetidas veces con la alcaldía de Washington, D.C. y a los gobiernos de Texas y Arizona en busca de comentarios para esta historia, pero no tuvo respuesta.
No obstante, en ocasiones anteriores la alcaldesa de la capital ha calificado la situación en su ciudad como una “crisis humanitaria”, mientras los gobiernos de la frontera han asegurado que buscan “ayudar a los migrantes” y mostrar a las ciudades santuarios lo que se vive actualmente en el sur con la llegada masiva de personas.
La Casa Blanca, por su parte, calificó la política como un “berrinche” y consideró que el gobernador usaba a los “migrantes desesperados” como peones.
“Es el berrinque más reciente del gobernador (de Texas), otro berrinche de transportar en autobús a inmigrantes desesperados. Y los está usando como un juego político. Esto es lo que ha estado haciendo y es vergonzoso”, dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean Pierre.
El viaje
Según los testimonios de numerosos migrantes con los que habló BBC Mundo, antes de embarcar en Texas, las autoridades les hacen firmar un documento en el que aseguran que viajan a Washington o Nueva York de forma voluntaria.
Sin embargo la falta de coordinación de las autoridades de Texas y Arizona con las de las ciudades de destino hace que muchas ocasiones los grupos humanitarios no sepan de la llegada de los migrantes hasta pocas horas antes del arribo de los autobuses.
“Lo más difícil para nosotros es que no sabemos con mucha antelación cuándo llegan y por tanto, no podemos prepararnos adecuadamente para recibirlos”, le dice a BBC Mundo Tatiana Laborde, coordinadora de Samu, una ONG española que ha recibido fondos federales para atender a los migrantes.
“Los gobiernos de Texas y Arizona no comunican nada sobre la llegada. Montan a los migrantes en los buses, a veces con guardias de seguridad, y salen de esos estados rumbo a Washington sin que nadie tenga claro cuándo llegarán. Son otras ONGs las que nos informan y tenemos que correr para esperarlos”, agrega.
Una vez que llegan a las afueras de la Union Station, la principal terminal de la capital de Estados Unidos, los activistas de Samu y otras organizaciones reciben a los migrantes, les dan un manta y algunos productos básicos y los reparten por lugares de destinos: muchos viajan a Nueva York, Florida u otros estados, pero algunos deciden quedarse en Washington.
“Hemos visto que entre el 15% y el 20% de los migrantes que llegan optan por permanecer en la capital porque no tienen otro lugar adónde ir y el bus se vuelve la única alternativa para ellos“, señala Núñez, el director de Cercacen.
Es el caso de Dorca Hurtado, quien salió hace un mes y medio de Venezuela, y llegó a Washington porque tampoco tenía a dónde más ir.
“Llegamos a Texas y estos buses gratuitos para llegar a aquí era lo único que nos ofrecieron. Yo lo agarré porque no sabía qué más hacer, pero ahora tampoco sé que puedo hacer ya que estoy aquí con mis niños”, dice a BBC Mundo.
Quedarse en Washington
Para los que no tienen a dónde ir, la vida en Washington puede volverse una etapa de incertidumbre.
Ardelis, una venezolana de 33 años, y su hijo, de 18 años con capacidades intelectuales especiales, viven desde hace dos meses en un hotel a las afueras de Washington.
Al atardecer, numerosos migrantes como ellos regresan de los trabajos informales que se han buscado desde que llegaron, mientras esperan los documentos que les permitan trabajar legalmente.
“Estamos aquí tratando de salir adelante, pero no sabemos bien qué pasará con nosotros. Nosotros tenemos dónde dormir, pero hay gente que esta literalmente en la calle”, dice a BBC Mundo.
Ante la falta de capacidad, numerosos hoteles y albergues para personas sin hogar se han comenzado a utilizar en Washington para ofrecerles un lugar donde dormir a los migrantes que deciden quedarse allí o que esperan para continuar su viaje.
Pero las capacidades de la ciudad han comenzado a verse limitadas y algunos de los que llegan han comenzado a dormir en estaciones de trenes o autobuses.
A los que prefieran partir hacia otros estados, las organizaciones humanitarias intentan comprarles boletos de avión o de autobús, aunque muchos migrantes reconocen que no saben qué hacer para continuar con sus procesos legales una vez en su destino.
“Esta situación inédita con los buses nos confronta otra vez con la pregunta de por qué la respuesta hacia los migrantes es diferente según su origen”, le dice a BBC Mundo Ariel Ruiz, investigador del Migrant Policy Center en Washington, D.C.
El experto en temas de migración recuerda que recientemente Estados Unidos ha estado recibiendo refugiados de Ucrania y Afganistán, y numerosos estados les han ofrecido alternativas para rehacer sus vidas y contar con servicios básicos.
“La cuestión es por qué no pasa esto con migrantes que son en su mayoría venezolanos, nicaragüenses, cubanos, mexicanos, dominicanos… Es ahí donde viene el otro dilema porque las personas que escapan de Venezuela, Cuba y Nicaragua lo hacen para huir de situaciones que no son una guerra activa, pero viven en condiciones que se parecen”, dice.
“Y entonces, llegan aquí y los convierten en fichas de un juego político en el que ellos son los que salen perdiendo: llegan con muy poca información, a veces no saben por qué se suben al bus o a dónde van, y en la mayoría de los casos, ninguno tiene ni idea de qué sucederá con su futuro”, concluye.
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