“Sobreviví a la noche que se desató la rapiña en Acapulco”

Alejandra Jiménez y cinco compañeros sobrevivieron al paso del huracán Otis en Acapulco y al miedo de un posible asalto por parte quienes aprovecharon la tragedia para saquear

Alejandra Jiménez (segunda de derecha a izquierda) con algunos de sus compañeros de trabajo antes de la llegada de Otis en Acapulco

Alejandra Jiménez (segunda de derecha a izquierda) con algunos de sus compañeros de trabajo antes de la llegada de Otis en Acapulco Crédito: Cortesía | Cortesía

MÉXICO- Fue un grito sordo. Luego el silencio en medio de la oscuridad democrática que dejó el huracán Otis a su paso. No había luz, ni agua, ni comida y corrieron los rumores de que algunas hordas hambrientas y otras abusadoras se metían a casas y hoteles y ahí estaban ahora: justo en el mismo sitio donde Alejandra Jiménez había buscado un resguardo.

Ella y otros cinco compañeros estaban en las escaleras, camino al piso 7 del Hotel Palacio Mundo Imperial, donde se hospedaban los invitados de la Comisión Internacional de Minería de la que eran parte como organizadores, cuando la amenaza de atraco se inauguró con el alarido que calló pronto para dejar abierta la puerta a todas las especulaciones.

¿Estarían armados?¿Cuchillos o pistolas?¿En grupo o en solitario?

Cuando el grupo alcanzó la habitación que les ofrecieron de ayuda después del destrozo del AirB&B donde estaban, cayó en cuenta que no podía encerrarse para evitar un posible asalto. Si cerraban la puerta electrónica no podrían abrirla hasta que hubiera electricidad, lo cual podría tardar días o hasta semanas.

Alguien puso una toalla en una orilla de la puerta para evitar tal suerte y así quedaron expuestos a la vulnerabilidad del momento, de la rapiña.

Afuera empezó a escasear el agua y el alimento por falta de refrigeración y se alborotaron los ánimos. Poco podían hacer los 1,700 guardias que desplegó el Ejército. La gente agarraba lo que podía para echarlo en carretillas, carritos del súper, camionetas y se llevaba lo que había quedado de de alimentos, aparatos de televisión, electrónicos,  muebles…

Habían perdido todo y querían algo. O más.

Los hoteles que habían sobrevivido eran un apetitoso botín sin vigilancia tras las pérdidas económicas de entre 10,000 y 15,000 millones de dólares que tuvo Acapulco, según la aseuradora Enki Research.  

Los organizadores de la Convención Minera, semi escondidos en el séptimo piso, no podían estimar a detalle lo que poco a poco harían los especialistas, pero el sentido común les confirmaba que, efectivamente, seguían en el momento y el lugar equivocados, lejos de sus respectivas casas, en otros estados y países.

Era la noche del miércoles, después del impacto de Otis con sus 260 kilómetros por hora en Categoría 5, y cada vez se tornaba más tenso el ambiente.

Horas antes, Alejandra Jiménez y otras tres mujeres colegas de trabajo habían intentado salir en un pequeño Nissan March hacia Chilpancingo, la capital del estado ubicada a dos horas del puerto en tiempos normales, pero en la primera caseta les dijeron que no podrían pasar por la destrucción de la carretera y se regresaron.

“Fue el momento más frustrante de todo lo que vivimos”, recuerda Jiménez en entrevista con este diario. “En el camino vimos la ciudad destruida, como si hubiera ocurrido un gran terremoto”.

Por lo demás no habían tenido tan mala suerte para el nivel de desventura.

La convención había empezado el martes. Alejandra y su equipo habían escuchado desde la Ciudad de México que iba a haber tormentas y lluvias, pero nada grave y así lo sintieron al llegar en el autobús a Acapulco. Vieron que todo estaba bien, soleado y húmedo. Ella tomó un vídeo desde el tercer piso del hospedaje, la alberca, las palmeras: paradisíaco.

En la tarde de ese primer día de evento empezaron a ver que muchos extranjeros se iban.

¡Qué exagerados!, pensó Alejandra Jiménez cuando un argentino participante del evento le dijo que se marcharía a las 3:00 pm por el huracán; volvió a pensarlo por la tarde cuando siguió en pie el cóctel a la orilla de la playa en el hotel Vidanta y llegó la gobernadora, Evelyn Salgado, y todos brindaron con copa y sonrisas.

A las 10 de la noche ya no había taxis, ni gente ni nadie en las calles. La jefa de Alejandra, ella y otros compañeros pasaron a comprar a una tienda de abarrotes Oxxo unas pizzas. Camino a su hotel, los vientos arreciaron a tal punto que ya no podían abrir la puerta del único medio de transporte que encontraron en las calles.

“El edificio de nuestro alojamiento se movía, pero no hice caso, me dormí porque estaba muy cansada y en la madrugada nos despertó un vecino de habitación que fue a pedir refugio porque todos los vidrios se habían roto en su lugar”, recuerda Alejandra.

“Nos asomamos por la ventana y vimos que volaban camas y colchones, mesas, televisiones y  todo se había roto pero no en nuestra recámara porque se había hecho una burbuja y entonces decidimos no abrirle porque si abríamos los vidrios saldrían volando contra nosotros (cual proyectiles)”.

Cuando ameneció vieron que la alberca ya no era azul ni cristalina sino un montón de escombros. Otros organizadores de la Convención Minera enviaron un jeep que los llevaría al Hotel Mundo Imperial entre el agua que llegaba hasta las rodillas, abriéndose paso entre bardas derrumbadas.

Y ahí estaban ellos, después de comer algo de fruta, jugo, pasta y pollo a lo largo del día. Habían podido comunicarse con sus familiares en los cinco minutos que abrieron internet, los tranquilizaron porque al día siguiente el gobierno federal enviarían camiones por ellos y otros turistas, a rescatar niños y mujeres primero, según escuchó Alejandra.

Entonces escucharon el chillido por el robo. El cuarto se estaba calentando porque el huracán se había ido, igual que el aire acondicionado. Intentaron abrir las ventanas, pero los canceles estaban trabados, no se rompieron porque eran de doble vidrio y el bochorno aumentaba. Finalmente pudieron forzar la puerta del balcón y por una rendija entraba un airecillo denso.

No hubo más ruidos ni algo que revelara que pudieran asaltarlos, pero de todos modos, las seis personas en la habitación decidieron no salir, algunos volvían al excusado, aunque sucio; otros, aguantaron hasta que clareó y bajaron al jardín con un pedazo de papel.

En el transcurso de la mañana del jueves llegaron los primeros camiones que rescatarían a los 12,500 paseantes varados, de acuerdo con la Secretaría de Turismo.

“Pensamos que se abarrotarían, que todo mundo querría irse, pero quizás por eso no llego mucha gente y al final cupimos todos, los seis del equipo”.

Atrás quedó sin conclusiones la Convención de Minería y una tragedia que nadie calculó.

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