“La culpa es una herramienta de control religioso que nos impide a las mujeres pensar, tomar decisiones”: Marilú Rojas, teóloga feminista de la liberación
Marilú Rojas dejó la vida consagrada 30 años después de ingresar en un convento. La doctora en Teología Sistemática y profesora de la Universidad Iberoamericana en México se ha convertido en una figura destacada dentro de la teología feminista de la liberación.
Sabe que su postura incomoda a muchos, pero -dice- esa es la función, “incomodar, para que las cosas mejoren”.
“Nuestras amigas feministas nos dicen a veces: ‘¿cómo pueden permanecer en una iglesia tan patriarcal?'”, cuenta Marilú Rojas Salazar, teóloga feminista de la liberación.
A lo que responde: “Haciéndole fisuras al sistema para que algún día llegue a ser la comunidad de iguales que Jesús quería”.
Hace unos diez años dijo que la situación de las mujeres “no verá luz” con el papa Francisco.
No ha cambiado de opinión: “Yo creo que las causas de la diversidad sexual, y qué bueno, estoy a favor, tendrán más bienvenida en el Vaticano que las causas feministas”.
Reconoce que “con todo el cariño y admiración” que le tiene al Papa, también puede “ser muy crítica y decir que con él no tenemos esperanza”.
Es doctora en Teología Sistemática por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y profesora en el doctorado de estudios críticos de género y en la maestría en teología y mundo contemporáneo de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Entras a un convento a los 16 años y abandonas la vida consagrada 30 años después. ¿Qué pasó?
La teología como profesión académica y de investigación no estaba pensada como una misión de la orden religiosa, ya no cabía en el sistema. Por eso, pedí una autorización para enseñar teología y seguir investigando por cuenta propia como teóloga feminista.
Me concedieron el permiso, que se fue extendiendo.
Estoy extraoficialmente fuera de la congregación, pero de alguna manera sigo vinculada, no físicamente ni con los deberes religiosos.
Dices que “las teólogas feministas descubrimos que en el mundo bíblico no existe el concepto de pecado ni de aborto”, que la palabra “aborto” ni siquiera aparece en la Biblia. Pero hay estudiosos de la Biblia que aseguran que ese texto aborda el problema del aborto y lo citan para declarar como pecaminosa la interrupción voluntaria del embarazo. ¿Es una cuestión de interpretación?
Sí y no. En la Biblia el aborto no existe como concepto si uno va al hebreo o al griego.
Se habla de la pérdida de un hijo. En el Levítico está el concepto de que si un hombre duda de la fidelidad de su mujer embarazada puede llevarla al templo, en donde el sacerdote le dará a beber unas aguas amargas. Si se le infla el vientre, es infiel y si no, es fiel.
Las aguas amargas eran los deshechos de todos los sacrificios, agua sucia. A cualquier mujer se le hincharía el vientre con eso.
¿Y pecado?
Pecado es una traducción latina. El peccata mundi, el pecado del mundo, es una traducción que se hizo del latín, pero el concepto de pecado como tal no existe en el sentido de lo que entendemos actualmente.
En la Biblia, el pecado es errar, no dar en el tino, ese es el concepto.
En el latín tiene otra connotación. Cuando pasan del hebreo al griego y, luego, del griego al latín, las traducciones colocan “pecado” en el concepto occidental que entendemos, pero el pecado en el concepto de Oriente, que es donde se escribe el texto sagrado, tiene otra connotación.
Habrá que decir que el pecado es matar, violar, agredir. La Biblia habla muchísimo de la corrupción, de la violencia, del asesinato. Si queremos ver el concepto pecado en el sentido bíblico habrá que colocarlo así, como corrupción, violencia, infidelidad a Dios, darles culto a otros dioses, por ejemplo.
Pero a la Biblia no le interesaba hablar del aborto porque no era el tema, en la Biblia estaba la necesidad de tener muchos hijos para tener la tierra, para colonizar la tierra, es un modelo colonial.
Lo mismo pasa cuando vienen los colonizadores a América Latina, hay que ser muchos para colonizar a los que están del otro lado.
La promesa de tener muchos hijos, además de fuerza de trabajo, obviamente es un asunto colonial.
¿Por eso dices que “el aborto es un problema nuevo para la Iglesia”?
Sí, acuérdate de que el cristianismo es una religión proselitista, hay que ser muchos, mientras que el judaísmo, como otras religiones, no lo es. El aborto es un problema para las religiones proselitistas porque tienen que tener muchos adeptos.
Y ¿por qué es un problema para nosotros y no para la Biblia? Porque tenemos otras realidades que no tenía el mundo bíblico.
Por ejemplo, tenemos un problema de gentrificación, de corrupción muy grave, de agotamiento de los recursos naturales, de cambio climático tremendo.
En el mundo bíblico no existían los derechos humanos y hoy sí. No podemos traer el texto bíblico ingenuamente y adaptarlo a una cultura del siglo XXI, que tiene, por ejemplo, inteligencia artificial.
No digo que no se violaban los derechos humanos en el mundo bíblico, claro que sí.
Había violencia, homicidio, incesto, violación a las mujeres, pero ahora nosotros seguimos teniendo eso y me parece que enfocarse solo en el aborto es no querer ver otros grandes problemas como los que he mencionado o como la pederastia y la pedofilia en las iglesias.
Enfocarse en el aborto como un tema nuclear y con más énfasis en los países pobres ya te da un sesgo de clase y de género.
En su mayoría quienes atacan a las mujeres por el derecho a decidir o a los grupos que defienden esta causa son hombres y, además, muchos de ellos con una doble moral, con unos señalamientos muy graves como llamar a las mujeres asesinas porque toman una decisión de este tipo.
En esa situación, la responsabilidad recae en el cuerpo de la mujer y en su sexualidad, mientras que los hombres se zafan, literalmente, porque si hay mujeres que abortan, hay hombres que abortan, hay sociedades que abortan.
No podemos ver el aborto como una decisión individual, sino que tiene una colectividad detrás y una sociedad que no apoya a las mujeres, un grupo patriarcal, misógino, machista, de hombres que no se hacen responsables de los hijos, que tienen iglesias jerárquicas patriarcales, que no responden a las necesidades y demandas de los derechos de las mujeres.
La Iglesia tiene todo un reto de apertura a los temas de la sexualidad y la reproducción, abrirse al diálogo no significa que censuren y digan: “no al aborto, no a la homosexualidad, no al lesbianismo”, eso no es diálogo.
Tienen que hacer el ejercicio de comprender, de entender qué está pasando por las corporalidades de las mujeres, especialmente por aquellas mujeres que han tomado una decisión por diversas razones, especialmente cuando han sido violadas.
Y cuando digo violadas no solo me refiero a una violación física: una de las peores violencias en América Latina es la pobreza.
Muchas mujeres toman una decisión así por situaciones extremas de violencia y pobreza.
Muchos religiosos aseguran que abortar es contrario a la voluntad de Dios. Pero planteas que “los fundamentalistas hacen decir a Dios lo que quieren ciertos humanos”. ¿Hay argumentos en la Biblia para defender la despenalización y legalización del aborto?
Sí, hay algunos argumentos.
En la Biblia, no se condena la sexualidad de las mujeres.
Unos hombres le llevan a Jesús a una mujer en situación de adulterio para que sea latigada. Jesús les dice: “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra” y se pone a escribir. Finalmente, Jesús voltea, se queda solo con la mujer y le dice: “¿Nadie te ha condenado?” y ella le responde que no. “Yo tampoco te condeno, vete en paz”.
Jesús nunca condena a las personas por su sexualidad, por su práctica sexual. No se pone a preguntar: “¿por qué?, ¿dónde te encontraron?, ¿con quién?”.
Otro argumento que usan algunas teólogas es que cuando a María se le aparece el ángel Gabriel en el texto lucano, Dios le pregunta si quiere ser madre, no se lo impone. El ángel le explica lo que va a pasar, María es consultada por Dios.
Dios no la embaraza y le dice: “bye, te dejo el paquetico” como hacen los hombres en la sociedad patriarcal nuestra, sino que manda un mensajero que le pregunta y ella le dice: “¿Cómo va a ser, porque yo no conozco varón?”. A María no se le impone la maternidad, ella pregunta, investiga y acepta.
Ese texto es precioso porque las teólogas decimos si María fue consultada para la maternidad, por qué a las mujeres no se nos consulta.
Planteas que “la Iglesia no determina el momento en que se comienza a ser persona” y que en la discusión sobre el aborto muchas veces se olvida a “una persona que ya existe, que es la mujer”. ¿Puedes profundizar en esa idea?
Cuando se piensa en las mujeres no se nos piensa como personas, hay un sector de la Iglesia, no toda, hablo sobre todo de los fundamentalistas, que dicen: “vamos a defender a la persona desde el momento de su concepción”, pero ¿y quién defiende a la mujer?
Te pongo como ejemplo dos niñas, acá en México, que fueron violadas y quedaron embarazadas, una tuvo el bebé y la otra, violada por su padre, planea tenerlo.
Estamos hablando de una situación extrema, compleja, de violencia, de pobreza. Las niñas no tienen por qué ser madres, tienen que ser niñas.
A la chica, a la mujer se nos presiona, se nos censura, pero al incestuoso no, al violador no.
La situación de violación, de violencia, en el país y en América Latina es espantosa, y se incrementa día a día.
Hay una censura, una colonización, una apropiación del cuerpo de las mujeres, de las niñas.
Hay jóvenes, que aunque no hayan sido violadas tienen situaciones muy difíciles de violencia cotidiana, que toman una decisión de ese tipo no porque quieran ni porque les sea placentero o sean inmorales. Son situaciones extremas que viven las mujeres que las llevan a esa decisión.
¿Dónde están los hombres que abortan? No solo hay mujeres que abortan, hay hombres que abortan y no son llamados abortistas. Los hombres son los que abortan porque están abortando una responsabilidad, una situación, muchas cosas.
Aunque en México algunos de los estados, el Estado-Nación, ya han aceptado la ley del derecho a decidir, hay una vuelta de los fundamentalismos religiosos que están incrementándose ahora no solo en Latinoamérica y el Caribe, sino en el mundo y están queriendo volver a echar para atrás estas leyes ya ganadas.
Y las quieren echar para atrás porque es la colonización de los cuerpos de las mujeres.
Has señalado que “así como no toda la reflexión de las mujeres es feminista, tampoco toda la reflexión teológica en América Latina es liberadora” y que existen “teologías que pueden ser usadas como instrumento de control”. De hecho, planteas que hay “hombres de la Iglesia” que han usado los textos bíblicos no para ayudar a esa liberación, sino al contrario, a la opresión contra las mujeres. ¿Cómo?
Pensemos en las teologías de New Age, de la Prosperidad, algunos teólogos de la liberación de los años 70 que nunca tocaron el asunto de las mujeres, hay una teología liberadora para los hombres, pero no para las mujeres.
Es todo un tema el papel de las mujeres en la iglesia actual, en la Iglesia católica romana. Es impresionante que en el siglo XXI, en 2024, todavía se siga pensando y estudiando el papel de las mujeres en la Iglesia.
En tantos siglos, no sabemos qué rol podemos desempeñar. Ya dijeron que la ordenación sacerdotal no y eso no se discute. Es como buscar el premio de consolación para las mujeres.
Se me hace obsceno que las mujeres no podamos tener un papel en una Iglesia que ha sido nuestra, donde el 60% de las practicantes somos mujeres. Eso es un instrumento de control.
Cuando se piensa en quién puede servir de líder, hay un perfil creado con un estereotipo de género, de mujer, de creyente, pero la toma de decisiones la siguen teniendo los hombres.
Otra manera de controlar es la culpa. Acompaño a algunas personas en diversas situaciones y me sorprende mucho escuchar a las mujeres y a las diversidades sexuales cargadas de culpa. “Es que me siento culpable”, “es que tengo sentimiento de culpa”, “es que por mi culpa…”.
Me sorprende cómo la culpa es una herramienta de control religioso que nos impide a las mujeres pensar, tomar decisiones, reflexionar un poco más acerca de lo que hacemos.
La culpa te nubla el entendimiento, el discernimiento, la capacidad de decisión, simplemente te atrapa.
Muchos teólogos hablan de la culpa y cuando se plantea, por ejemplo, el derecho a decidir (si continuar con un embarazo) como un pecado: “la culpa que cargará esa mujer por el resto de su vida”, “es culpable” y que “la sexualidad es una culpa”, la culpa es la herramienta de control del amo.
Ya decía Audre Lorde que no es con la herramienta del amo como se va a soltar el esclavo, lo mismo pasa aquí, la culpa es un instrumento de control religioso que se ha instaurado en el imaginario colectivo de las mujeres y de las personas de la diversidad sexual para impedirles tomar decisiones, reflexionar, impedirles ver que no hay una única responsabilidad, que hay una responsabilidad colectiva y social y que la sexualidad no es un pecado, por favor.
Planteas que las mujeres latinoamericanas viven una “triple opresión: por ser mujer, por ser mestiza, indígena o negra, y por ser pobre”. ¿Cómo esa profunda desigualdad influye en la forma en que la Iglesia trata a las mujeres?
La pobreza es una de las peores violencias que vivimos en América Latina, cada vez más hay una feminización de la pobreza. Además del racismo y del sexismo, está el clasismo.
Yo no sé en Europa, pero hasta donde yo me quedé, las mujeres no consultaban a la Iglesia para la toma de sus decisiones personales y sexuales, para nada.
Y es interesante que aquí, en América Latina y el Caribe, sea la Iglesia quien se tome el poder de enjuiciar, de dictar, sobre los cuerpos y la sexualidades de las mujeres.
Hay un asunto de clase porque son pobres, porque estamos de este lado del continente, porque el sistema episcopal, el sistema jerárquico, cree que todavía puede dictaminar en torno a la vida y práctica corporal y sexual de las mujeres porque son pobres.
Hay un sesgo de opresión que tenemos que analizar.
Y en ese contexto de discriminación ¿qué rol juega el tema de la despenalización del aborto?
Uno muy importante, porque yo no sé las mujeres ricas, pero las mujeres pobres pasan por un montón de opresiones, de situaciones: no tienen acceso a la salud, no tienen derechos, garantías, formación, información.
El sistema de salud en México es pésimo y creo que en muchos países de América Latina son nefastos.
Me pregunto cómo es que hay una preocupación porque tengan los bebés, pero no hay una preocupación de prevención, de información, de acompañamiento de las niñas. En México son muy comunes las madres adolescentes.
No hay un sistema de educación sexual y cuando se coloca en los textos educativos, la gente se desata: “¡Cómo le van a enseñar eso a mis hijos!”. Es un caldo de cultivo para que las adolescentes tengan embarazos a muy pronta edad.
Tiene que ver con las campañas de prevención, el uso de anticonceptivos, el cuidado y no solo para las niñas, aquí hay una ausencia de formación de las masculinidades de los chicos.
Se genera un caldo de cultivo donde las chicas son castigadas en su corporalidad por su práctica sexual. Hoy no podemos dar por hecho que las chicas y los chicos no tengan un práctica sexual.
Pero todavía hay ciertas iglesias que se fundamentan en esto para decir “no”. El estado también tiene un problema al no proveer la información y educación sexual con equidad de género.
Como misionera religiosa, ¿sientes que tu postura feminista incomoda a algunos de tus compañeros de fe?
Sí, a muchos, creo que la postura feminista es incómoda, pero es la función, incomodar, para que las cosas mejoren.
Santa Teresa decía que moría hija de la Iglesia y sí, la Iglesia es de todos y de todas, a mí me gusta cuestionar estas jerarquizaciones, estas maneras androcéntricas y patriarcales de la Iglesia porque quiero a mi Iglesia y la quiero mejor, con equidad de género, justa, equitativa, donde sea un banquete en el que todos y todas nos podamos sentar a festejar, no solo que algunos tengan el ejercicio del poder y del liderazgo.
En la Iglesia, perdimos a los obreros, a los intelectuales y ahora estamos perdiendo a las mujeres y a los jóvenes.
¿No hay ninguna incompatibilidad con ser una teóloga feminista de la liberación y, como dices, amar la Iglesia católica?
Amamos el ideal de Jesús de Nazaret, el proyecto de Reino de Dios, de comunidad, esa propuesta que nos dejó Jesús.
Sin embargo, no podemos dejar de cuestionar.
No hay incompatibilidad, aunque nuestras amigas feministas nos dicen a veces: “¿cómo pueden permanecer en una iglesia tan patriarcal?”.
Haciéndole fisuras al sistema para que algún día llegue a ser eso, la comunidad de iguales que Jesús quería.
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