3 datos fascinantes sobre el Sena, protagonista de la inauguración de los Juegos Olímpicos y de la historia de Francia
El río Sena ha sido durante siglos inspiración de artistas y escritores y parte del alma de París, pero también tiene una cara oscura
Es el lienzo de París, espejo de su historia, inspiración de artistas y confidente de amantes anónimos o tan célebres como Horacio Oliveira y La Maga, que se encontraban y desencontraban sin citarse en el Pont des Arts.
Pero no solo ha sido testigo de amores como el de los personajes de “Rayuela”, la novela del más parisino de los escritores argentinos, Julio Cortázar, sino también de invasiones, revoluciones y masacres.
Desde sus fuentes en la Borgoña hasta su desembocadura en el Canal de la Mancha, el Sena recorre casi 780 kilómetros, atravesando ciudades como Ruan y llegando a su fin junto a El Havre.
Sin embargo, es imposible concebir París sin el Sena, ni el Sena sin París. La interdependencia del río y la ciudad se ha forjado a lo largo de los años, convirtiéndolo en la cuna de la monarquía francesa y de la expansión de Francia como Estado-nación.
Su curso divide la capital en dos, creando una barrera psicológica e identitaria para sus habitantes, que se definen como de rive gauche o de rive droite, de margen izquierda o derecha, atribuyendo una personalidad concreta -y siempre mejor que la vecina- al lado del Sena en el que se vive.
Ahora, el célebre río, que a lo largo de su historia ha visto cómo se levantaban la catedral de Notre Dame o la Torre Eiffel, que ha visto desfilar a los ejércitos de Napoleón y a las tropas de Leclerc para liberar la a Ciudad de la Luz de la oscuridad los nazis, se ha convertido en una pieza central en los Juegos Olímpicos que se celebran en la capital francesa.
Aquí te contamos tres datos fascinantes para zambullirnos en el corazón de uno de los grandes ríos históricos de Europa.
1. “Fluctuat nec mergitur”: símbolo de resistencia
Tras los atentados de París del 13 de noviembre de 2015, en los que un grupo de atacantes del autodenominado Estado Islámico aterrorizó la capital francesa y mató a 130 personas, una frase en latín apareció escrita en grandes caracteres en distintos puntos de la capital: “fluctuat nec mergitur”.
Pocos fuera de la capital francesa habían escuchado hasta entonces el que es el lema de París, que significa “batida por la olas pero no hundida” y que aparece en su escudo junto a un barco de vela que navega sobre las ondas del río.
Ante la tragedia, los parisinos se aferraron a ese emblema de la ciudad, que simboliza su resistencia ante las adversidades: París atacada, golpeada, profanada y herida en su fuero más interno, pero París resistente.
Los escenarios del horror se convirtieron en nuevos símbolos de resiliencia: la vida volvió a florecer en las terrazas de los cafés, la música volvió a la sala Bataclan un año después y el Estadio de Francia es hoy una de las sedes olímpicas.
Pero, ¿de dónde viene ese lema? ¿Y el barco del escudo?
Su origen está en el gremio de los conocidos como “mercaderes de agua”, los transportistas de mercancías del Sena que en la Edad Media usaron ese símbolo como emblema y que posteriormente fue adoptado por la corporación municipal.
Hoy el Sena sigue siendo una auténtica autopista de transporte: por sus aguas circulan 20 millones de toneladas de mercancía al año, el equivalente a 800.000 camiones.
Pero la simbología del río y su navegación para representar París se remonta incluso más atrás en el tiempo. Los “nautas de Lutecia”, una poderosa cofradía de armadores galorromanos de la tribu de los parisios que usaban el Sena para conectar la entonces conocida como Lutecia con el resto del mundo antiguo, ya utilizaban ese símbolo.
Se cree que los parisios, a los que la ciudad de París debe su nombre, se establecieron en el siglo III a. C. en la hoy conocida como isla de la Ciudad, en pleno corazón de la metrópoli que hoy conocemos.
La urbe se fue expandiendo a las dos orillas del Sena y a la vecina isla de San Luis y creciendo en importancia hasta que Clodoveo I, rey de todos los francos, estableció allí su centro de poder en el siglo VI. Su capitalidad se afianzó cuando los monarcas franceses decidieron instalarse en la ciudad.
El río, que servía de fortaleza natural cuando París -entonces Lutecia- era una isla, también podía traer peligros.
En el año 845 la ciudad fue asediada por tropas vikingas comandadas por el legendario Ragnar, que llegaron con 120 embarcaciones y unos 5,000 hombres y saquearon París.
Muchos siglos después, las tropas aliadas bombardearían numerosos puentes sobre el Sena entre París y el Canal de la Mancha para frenar el avance alemán durante el desembarco de Normandía.
Y un 24 de agosto de 1944, “La Nueve”, la compañía formada por republicanos españoles bajo el mando del general Leclerc, era la primera en atravesar el puente de Austerlitz para liberar París de los nazis.
Pero la amenaza no solo ha llegado por el río, sino que en ocasiones ha venido del mismo Sena.
Sus crecidas han provocado graves inundaciones a lo largo de los años. La de 1910 anegó grandes partes de la ciudad e incluso puso en peligro el museo del Louvre, que se alza junto al río.
La escultura del zuavo argelino que custodia el puente del Alma, junto al que falleció en 1997 Diana, la Princesa de Gales, se ha convertido en el vigilante oficioso del caudal del río. Si sus zapatos están bajo el agua, el río está por encima de su nivel.
En 2018 el Sena le cubrió hasta la cintura. En 1910, el zuavo estuvo casi, casi con el agua al cuello: le llegó hasta los hombros.
2. Una fuente de inspiración para las artes
A los parisinos les gusta decir que los Campos Elíseos son la avenida más bella del mundo. Pero la “avenida” más hermosa de París es, sin duda, el Sena.
En sus orillas se concentra gran parte del esplendor arquitectónico, cultural e histórico de la capital, que ha inspirado a escritores, artistas y músicos.
Un paseo por sus muelles o en uno de los célebres bateaux mouches, los barcos turísticos que recorren sus aguas, puede transportarte desde el París medieval de la catedral de Notre Dame al futurista de la Seine Musicale, pasando por la Belle Époque de la Torre Eiffel.
La cultura, con el museo del Louvre, el de Orsay, el Palais de Tokyo, la Academia Francesa, el Grand Palais y su hermano pequeño, el Petit Palais, descansan en sus márgenes.
También se encuentran allí los grandes palacios de los centros de poder, como la Asamblea Nacional, el ayuntamiento de la capital, o el Palacio de Justicia y la Conciergerie, que sirvió de cárcel durante la Revolución Francesa y tuvo a María Antonieta entre sus más célebres huéspedes.
Toda esta historia bellamente grabada en piedra, la esencia de una ciudad y un país, fue declarada patrimonio cultural de la Unesco en 1991. En concreto, el tramo de las orillas del Sena comprendido entre el puente de Sully, que comunica la isla de San Luis con la rive gauche o margen izquierda del río, hasta el célebre puente de Jena (pont de l’Iena) que une los Campos de Marte y la Torre Eiffel con el Trocadero.
En 2014 gran parte del muelle bajo del Sena fue peatonalizado, y lo que había sido durante décadas una vía rápida para los vehículos, se convirtió en un lugar para pasear o sentarse relajadamente a ver pasar el agua y la vida.
El río, del que Jacques Prévert escribió que se deslizaba “como un sueño/en medio de los misterios/las miserias de París”, ha sido inmortalizado en la pintura por artistas como Renoir, Seurat, Sisley, Monet y prácticamente todo aquel que puso un pie en la capital francesa con un pincel en la mano.
Numerosos pintores amateurs siguen dibujando y vendiendo sus estampas en sus muelles, donde tienen sede otro de los tesoros culturales de París: los bouquinistes.
Los libreros del Sena, con sus más de 200 puestos de madera verde, donde venden libros usados y antiguos, son una auténtica institución en la ciudad y conforman la mayor librería a cielo abierto del mundo. Ernest Hemingway los homenajeó en “París era una fiesta” y desde finales del siglo XIX -algunos dicen que incluso antes- forman parte de la postal del Sena.
Y, por supuesto, el cine.
Desde la Nouvelle Vague a James Bond, las aguas plomizas del Sena han sido el decorado cinematográfico de amores y desamores, persecuciones y hasta falsos asesinatos, como el de “Lord X”, el ficticio amante de “Irma la Dulce”.
Para el recuerdo quedan Cary Grant y Audrey Hepburn enamorándose durante un paseo en barco por el Sena en “Charada” o Woody Allen y Goldie Hawn bailando en uno de sus muelles a la luz de las farolas en “Todos dicen que te amo”.
3. Su lado más oscuro
Pero bajo la belleza que se eleva sobre la superficie también se esconde un lado oscuro, sucio y, en ocasiones, criminal.
El Sena y sus canales se convierten cada año en la tumba de agua de decenas de personas -entre 50 y 60, según la agencia AFP-, bien por suicidio, asesinatos o accidentes, aunque en la mayoría de los casos, afirma la policía francesa, debido al alcohol.
Una de esas víctimas, una adolescente de 16 años que nunca fue identificada, ha ayudado a salvar, sin embargo, millones de vidas.
La “Desconocida del Sena” o “Mona Lisa del Sena”, como se popularizó la muchacha, se ahogó en sus aguas a finales del siglo XIX. Su rostro sereno y con una enigmática sonrisa llamó la atención y fue objeto de una máscara mortuoria. Esta máscara se popularizó y vendió en masa, acabando en los talleres y hogares de muchos artistas y escritores como Rilke, Louis Aragon, Man Ray o Vladimir Nabokov.
Cuando en 1960 le pidieron al fabricante de juguetes noruego Asmund Laerdal que fabricara un maniquí de entrenamiento para la recién inventada técnica de reanimación cardiopulmonar, Laerdal recordó la máscara que decoraba la casa de sus abuelos y la usó como modelo para su prototipo “Resusci Anne” que, según el British Journal of Medicine, habría salvado la vida de más de 2.5 millones de personas en todo el mundo.
Pero algunos de los capítulos más tenebrosos de la turbulenta historia gala también discurren por los márgenes del Sena.
La más famosa de las guillotinas instaladas tras la Revolución Francesa, la que vio rodar las cabezas de Luis XVI, María Antonieta y Robespierre, estuvo instalada en la entonces llama plaza de la Revolución -rebautizada, paradójicamente, de la Concordia-, a orillas del Sena.
Por el río también remontaron en 1840 los restos mortales del emperador Napoleón Bonaparte tras su fallecimiento en la isla de Santa Elena, hasta descansar bajo la cúpula de Los Inválidos, en la margen izquierda del Sena.
Más recientemente, dos infames episodios marcaron nuevas páginas negras de la memoria francesa.
El 17 de octubre de 1961, el Sena fue escenario y protagonista involuntario de la masacre de argelinos por parte de la policía francesa.
En plena guerra de independencia de Argelia, miles de argelinos desfilaron pacíficamente por las calles de París para protestar por el toque de queda impuesto sobre la población originaria del que era aún un departamento francés. Los agentes, bajo la autoridad del prefecto de policía Maurice Papon -luego juzgado por colaborar con los nazis durante la ocupación y deportar a miles de judíos franceses a los campos de exterminio- reprimió de forma sangrienta la manifestación.
Han pasado más de 60 años y aún no está claro cuántas personas murieron, pero los historiadores cifran las víctimas mortales entre 30 y 200. La mayoría por disparos o porrazos de los agentes, algunos de ellos después de ser detenidos. Decenas fueron arrojados al Sena donde, malheridos o por no saber nadar, se ahogaron.
Tres décadas después, un marroquí entonces anónimo y cuyo nombre se ha convertido hoy en Francia en símbolo de la lucha contra el racismo, también encontraba su fin en las aguas plomizas del río.
El 1 de mayo de 1995, Brahim Bouarram, de 29 años y padre de dos hijos, era arrojado al Sena junto al puente del Carrusel por un simpatizante del Frente Nacional (hoy Agrupación Nacional) durante una manifestación del partido.
Toda esa negra historia forma también parte de un río que ahora se engalana para recibir a deportistas y visitantes de todo el mundo, a los que presenta su cara más amable.
Y más limpia, cabría decir. Por primera vez en más de 100 años el Sena va a ser apto para el baño, después de una campaña de limpieza y descontaminación que ha durado décadas y ha costado más de $1,600 millones de dólares.
Tres eventos olímpicos y paralímpicos -triatlón, maratón de natación y paratriatlón- están programados en el Sena a su paso por el centro de París, aunque todo dependerá de sus niveles de contaminación en los días en los que tienen previsto celebrarse.
A pesar de los contratiempos de última hora que puedan producirse, el proceso de limpieza del río, que ha logrado eliminar las aguas residuales industriales y reducir las bacterias fecales que acaban en el Sena, es considerado internacionalmente como un éxito, asegura el corresponsal de la BBC en París, Hugh Schofield.
Como parte de este esfuerzo se ha construido un gran depósito subterráneo para recoger las escorrentías en época de fuertes lluvias, que es cuando el agua residual sin tratar puede acabar en el río.
El Sena, ha prometido la alcaldesa de la capital, Anne Hidalgo, estará abierto al baño en 2025.
Será entonces cuando podremos, ya literalmente, zambullirnos en el corazón y el alma de París.
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