“El ser humano ha conseguido salir adelante en situaciones catastróficas, extremas, sobre todo cuando ha cooperado”

La periodista española Virginia Mendoza explica cómo "la sed ha estado detrás de grandes adaptaciones anatómicas".

"El ser humano ha conseguido salir adelante en situaciones catastróficas, extremas, sobre todo cuando ha cooperado"

Catástrofes en la Tierra Crédito: Getty Images

“Para no morir de sed, los armenios expulsados del imperio otomano durante el genocidio de 1915 partían con una semilla de granada bajo la lengua”.

“Un grano al día les había permitido sobrevivir en el desierto”, cuenta Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) en su libro La sed, una historia antropológica (y personal) de la vida en tierras de agua escasa y que la periodista aborda en el marco del Hay Festival Cartagena 2025.

Igual que el Quijote, la también antropóloga española, pasó sus primeros años de vida en La Mancha, que es parte de la España seca, aquella azotada por importantes sequías cíclicas.

De niña los baños eran compartidos en familia y por eso tiene fotos que inmortalizan las raras veces en que se duchaba sola. “Había que aprovechar y reutilizar hasta la última gota. Nos faltó exprimir el aire”, explica.

Se ha dedicado a investigar sobre genocidios, personas abandonadas en pueblos vacíos y desplazados forzosos causados por la construcción de grandes presas. Esas historias, las de la España inundada, las publicó en su libro anterior, Detendrán mi río.

En La sed va a los orígenes de la humanidad, desde la prehistoria hasta hoy, para relatar nuestra relación con el agua, uno de los motores de la evolución.

“La sed ha estado detrás de grandes adaptaciones anatómicas y metabólicas, de innovaciones, revoluciones y colapsos a lo largo de nuestra historia”, dice Mendoza, agregando: “La enésima crisis climática no tendría por qué sorprendernos: somos hijos suyos”.

¿Por qué hablas de sed y no de sequía ?

Cuando hablas de sequía parece que lo estás dejando todo en manos del cielo.

Si te vas a la Edad Media, la sequía era un castigo divino, algo externo, y quería encontrar un término que me permitiese incluir factores que han coincidido para dar lugar a migraciones, hambrunas, a motines.

Entonces, la sed incluye al ser humano y a determinadas personas, sobre todo las que tienen el poder o la capacidad de acaparar, pues están detrás de un reparto injusto de los recursos.

Hay evidencias científicas de que, al igual que en invierno es más fácil deprimirse, en verano es más fácil sentir ansiedad.

No es casualidad que muchas guerras y revoluciones hayan estallado al final de la primavera o al principio del verano, porque en un pasado no tan lejano era el momento en que se estaba acabando la cosecha del año anterior, el grano escaseaba, el precio del pan empezaba a subir.

La gente ya estaba alterada, sobre todo si vivía en un contexto de sequía, de inundaciones o de epidemias.

Si no podían alimentar a sus hijos, tal vez tomaban la justicia por su mano, algo habitual en la Europa cerealista, en los siglos XVII y XVIII.

La sequía por sí sola, igual que la lluvia, nunca va a explicar un hecho histórico al completo: siempre va a haber algo más.

Tu historia también parte en un lugar de La Mancha y cuentas que en la novela de Cervantes solo llueve dos veces. ¿Cómo te marca haber crecido allí?

Terrinches, donde me crié, siempre ha sido mi lugar en el mundo y cuando digo que algún día acabaré viviendo en mi pueblo, me dicen: “Tú estás loca, no puedes vivir allí, no hay agua”.

En los años 90 atravesamos una sequía grave en la que las restricciones fueron extremas. Llegamos a tener media hora de agua al día, una situación límite.

Precisamente la persona encargada de ir al depósito para abrir y cerrar la llave del agua era mi abuelo.

Cuando nos fuimos tenía 12 años y me arrancaron del pueblo a la fuerza; fue algo que me quedó clavado. La sed para mí tiene que ver con el arraigo, la infancia, los abuelos.

Al final somos desplazados climáticos.

Getty Images: Vista del embalse de Buendía, el 27 de abril de 2023 en Cuenca, Castilla-La Mancha, España.

¿Cómo te determinó eso en tu relación con el agua?

Ha sido fuerte, sobre todo con la escasez.

Viví un tiempo en Armenia y no sentía el choque cultural hasta que vi en zonas rurales que el grifo no se cerraba nunca. No me lo podía creer.

No conseguía comprenderlo, me irritaba. Pero claro, para ellos el agua corriendo tiene que ver con el fluir de la vida y con sus difuntos. Igual que mi abuela ponía una vela cuando los echaba de menos, ellos hacían esto con el agua.

A raíz del libro Detendrán mi río, como conecté con personas de ribera, algo que me era tan lejano, ahora me siento incapaz de vivir lejos del agua, necesito estar cerca de un río.

En La sed escribes: “El término ‘agua’ viene de la raíz indoeuropea akwā. Si la pienso en otros idiomas, puedo escuchar el balbuceo de un bebé sediento. Water. Eau. Aigua. Auga. Apa. Acqua. Incluso la excepción armenia, jur, me lleva a ese protolenguaje de los bebés que suele consistir en agú y a gugu tata, que es universal y trasciende lo humano”. ¿Es el agua el origen, lo primario, lo esencial?

Entre las primeras palabras de los bebés, “agua” es de las más frecuentes y antes de ella emiten “a gugu tata”.

Estaba escribiendo un reportaje sobre el lenguaje de nuestros primos simios con los que, a lo largo del siglo XX, hicieron experimentos para que hablasen en nuestro lenguaje, que normalmente era el inglés.

Como no se conseguía, se intentó con el lenguaje de señas y se hicieron aberraciones increíbles porque sacaron a bebés chimpancés de su hábitat y los llevaron a convivir con niños.

Estuve revisando esos trabajos y muchos simios demostraron ser buenos, como el gorila Koko, con una alucinante capacidad de comunicarse con su cuidadora mediante el lenguaje de signos norteamericano.

Entre las primeras cosas que intentaban decir estaban “beber”, “sorber”, “taza”, “agua”. También hacían construcciones. Por ejemplo, al ver un pato, usaban las señas de pájaro y agua.

Investigaste también sobre las palabras más antiguas, entre las cuales están “tú”, “yo”, “nosotros”, “vosotros/ustedes”, “no”, “eso”, “esto”, “quién”, “qué”, “macho”, “madre”, “fuego” y “fluir”, que es llamativa en ese contexto.

Es una cuestión lógica y podríamos imaginar qué podía estar viendo nuestro antepasado hace decenas de miles de años, que le generara el concepto de fluir.

Aparte de la lluvia, seguramente era un río, pues se desplazaban siguiendo fuentes de agua, que garantizaban la vida, no solo por saciar la sed: era lo que te daba la comida.

La pesca y el marisqueo tenían un papel fundamental, pues para los cazadores recolectores no solo era la carne. También seguían los cursos de agua, para cazar a las presas que iban a beber.

La historia de la lluvia nace en las estrellas y sigue con los dioses mitológicos. Ha sido para arcadios y sumerios el semen divino de Anu y la leche de Antu, su consorte, hasta que llegamos a la meteorología satelital. ¿Con qué episodio te quedas de esta evolución?

Me parecía curiosa la relación que tenían distintas culturas con las estrellas hace decenas de miles de años. No solo las utilizaban para orientarse, sino también para hacerse una idea de qué podía pasar y qué podían necesitar.

Imagino que les inquietaba la llegada de la lluvia y la constelación de Tauro servía para saber cuándo ocurriría. El no verla se asociaba con la sequía y su aparición, con la lluvia, que era especialmente importante en los inicios de la agricultura, cuando no se disponía de la capacidad para irrigar la tierra.

Tauro tiene una presencia considerable, incluso en la epopeya de Gilgamesh: quitar al toro celeste del cielo (ante el diluvio) y que llegue la sequía.

Es también curioso que el santo al que mi abuela le pedía la lluvia siempre aparece representado con bueyes.

Getty Images: Según Mendoza, hubo quienes asociaban la constelación de Tauro con las lluvias.

Te refieres a San Isidro, uno de los tantos hacedores de lluvia que mencionas en el libro. ¿Cómo surge esta figura?

El hacedor de lluvia era la persona que conseguía invocar la lluvia, traerla en momentos de necesidad. Antes de la noción del santo, ese papel lo habían ostentado reyes y antes seguramente los animales del cielo.

No creo que sea casual que previo a que los dioses tuvieran aspecto antropomorfo y fueran los hombres con barba que conocemos, hubiera dioses de la lluvia muy antiguos, mitad hombre mitad toro, o un hombre con cuernos.

De pequeña iba con mis abuelos a la romería de San Isidro y si bien nos hablaban de la danza de la lluvia de los cherokees, pensé que nosotros también tenemos nuestra danza de la lluvia.

Vas encontrando en distintos lugares la misma idea de San Isidro, que es el santo hacedor de lluvia. Por ejemplo, en Francia hay un homólogo, San Medardo, en Inglaterra está Saint Swithin y hay creencias relacionadas como si en su día de celebración llueve, habrá 40 días de lluvia.

En tu libro hablas de la popular canción: “Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…”. Pero en mi país, Chile, la cantamos diferente: “Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, la vieja se levanta…”.

¿En Chile decís que la vieja está en la cueva? Esto me lo tengo que apuntar.

Que tengamos la misma canción y que digáis que la vieja está en la cueva y nosotros la Virgen de la Cueva al final habla de lo mismo.

En América Latina es donde más se extendió la idea de que hay una divinidad que consigue enviar la lluvia y que vive en las cuevas altas, en zonas de montaña: allí se creaban las nubes e iban a otros sitios.

No es casual que la Virgen de la Cueva exista: es real, su santuario está en Asturias (España) y no deja de parecerme alucinante que hayáis llegado a algo tan parecido.

Getty Images: Los católicos reconocen a San Isidro como el patrono de los agricultores.

Entre los motines y reacciones que narras provocados por la sed, cuentas el extraño episodio del baile maníaco, en el siglo XVI, en el que la gente no podía parar de moverse, incluso hasta la muerte. ¿Qué causó ese delirio?

Comenzó con Frau Troffea, que un día de 1518 en Estrasburgo (Francia) empieza a bailar sin parar y nadie sabe por qué lo hace, pero mucha gente se empieza a sumar a esta “danza maníaca”. No paran ni para comer, ni para dormir, ni para beber agua.

Al mes había muchísima gente bailando que no podía parar, algunos ya muriendo incluso.

¿Qué pudo pasar para que esta gente se jugase la vida? Una de las explicaciones más convincentes es que fue un estallido de pánico colectivo, no solo climático.

Se acumulaban años de sequía, inundaciones, muy difíciles a todos los niveles. Ese estrés al que estaban sometidos les llevó a tener esa reacción de pánico colectivo.

¿Crees que estamos estresados en este momento?

No sé si a ese nivel, pero creo que muchas personas vivimos con un estrés crónico que hemos normalizado a tal punto que ni siquiera somos conscientes de cómo nos está afectando, incluso cuando no lo notamos.

Tiene que ver con que estemos tan localizados con lo que llevamos en el bolsillo, que es el móvil; unido a la soledad que impera cada vez más.

Alucino viendo a los gurús del aislamiento en redes sociales con mensajes que te hacen creer que el ser humano es fatal y que mejor enciérrate. Si tu amiga te ha enfadado, corta las relaciones.

La soledad provoca un estrés extremo que tiene repercusión a nivel cardiovascular y mental.

Tuve una época en la que iba muy acelerada y me empecé a poner mala de un montón de cosas: un día se te bloquea el cuello, otro día pillas una gripe y empiezas a estar cansada, irritable.

Tengo tantísima gente alrededor que te dice: “Estaba asustadísima, se me estaba volviendo loco el corazón y el médico dice que es estrés”.

¿A eso podemos añadirle el estrés que produce la crisis climática?

Claro y tiene nombre: es la ecoansiedad o ansiedad climática. En una época en la que estamos especialmente ansiosos, era lo que nos faltaba.

La primera vez que escuché el término pensé: esto me pasa, tenía todas las papeletas de que me ocurriera.

En este último tiempo todo en mí estallaba y vi un detonante claro, que era estar consumiendo todo el día noticias sobre la DANA. Tenía gente cerca, estaba pendiente, asustada, ves que no termina, no sabes si se puede acercar más.

Hay quien niega el cambio climático y gente a la que no le importan las catástrofes, pero si consumo mucha información sobre ellas, llego a un punto de bloqueo considerable y recibo avisos de que está pasando algo con mi pulsación.

Getty Images: La DANA, el fenómeno meteorológico que provocó lluvias torrenciales en lugares como Valencia, es un ejemplo de clima extremo pero también de cooperación, según Mendoza.

“El clima nos llevó al borde de la extinción: somos los descendientes de los pocos (unos 1.300) humanos que sobrevivieron al frío y la aridez hace menos de doscientos mil años”, escribes. La Tierra y la humanidad han pasado por distintos momentos climáticos, ¿en qué fase estamos?

Hay un término que no todo el mundo acepta y que han llamado Antropoceno. Como su nombre lo indica, habla de que el ser humano habría alterado el clima.

Algunos marcan el inicio con la revolución industrial, pero hay quienes van al Neolítico, pues el modo de vida de gran parte de la humanidad cambia y nuestro impacto sobre el planeta también, porque se depende más de la agricultura, la ganadería.

Todo esto acarrea niveles de deforestación considerables y ya antes de la revolución industrial habría aumentado un grado y medio la temperatura.

En La Tierra transformada, Peter Frankopan cuenta que desde el 1700 había pensadores y políticos obsesionados con que la temperatura estuviese subiendo y que el ser humano tuviera un papel crucial.

Thomas Jefferson todos los días apuntaba la temperatura máxima porque estaba convencido de que el planeta se estaba calentando.

Dices en tu libro que un chatbot cuando responde diez preguntas bebe un litro ¿Cuál es la relación entre la inteligencia artificial (IA) y el agua?

A medida que normalicemos su uso, es posible que el consumo de agua se quintuplique, siendo optimistas.

Tengo una piscina de estas casi de juguete; pues este verano no la quise llenar porque no llovía. Además, estuve sin aire acondicionado. Pero luego leí sobre el consumo de agua en Aragón y me sentí tan tonta, porque qué son esos pocos litros en comparación con tener el centro de datos de Amazon al lado, que va a consumir lo que necesita toda la comunidad.

La IA tiene su parte positiva, pero me preocupa el consumo, no solamente por ella, sino por los centros de datos, que necesitan muchísima agua para mantenerse.

Cuando abrimos el grifo no somos conscientes de lo que ha perdido tantísima gente que se ha tenido que ir de su casa para que se puedan construir presas y que un embalse inundase sus pueblos.

Pero lo pienso también con otras cosas: en una videollamada consumimos agua, cuando utilizamos las redes sociales estamos consumiendo agua… es invisible.

Dices que, según la ONU, la sequía ha matado a 650.000 personas en los últimos 50 años. ¿Si hubiese una sequía extrema, sobreviviríamos?

Hemos estado al borde de la extinción, pero uno de los factores que nos ha permitido seguir aquí es precisamente la cohesión, el altruismo. Lo hemos visto con la DANA en Valencia: gente que estaba en su casa cogió sus palas y se fue a ayudar.

Evidentemente el daño estaba hecho, pero cuando ves esto entiendes: ¿cómo vas a perder la esperanza?

En 2024 tuvimos muchísimas razones para venirnos abajo y hay que mantener un optimismo razonable, porque las cosas no se van a arreglar solas, pero confío en la capacidad para adaptarnos.

Por esto estoy en guerra con los gurús del individualismo, creo que fomentan precisamente lo que menos necesitamos ahora mismo.

El ser humano como especie ha conseguido salir adelante en situaciones catastróficas, extremas, sobre todo cuando ha cooperado.

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