Redadas migratorias dejan trauma y sentimiento de pérdida en los niños
Los jóvenes de la generación Z están sufriendo altos niveles de ansiedad y depresión, y eventos como las agresivos operativos de migración los impactan más

Los operativos de migración dejan un profundo trauma en los niños hayan estado o no presentes en el arresto de sus padres. Crédito: EFE
El impacto de las agresivas redadas migratorias en la comunidad es muy profundo, provocan miedo, trauma, pérdida e inestabilidad financiera.
“Estos eventos son traumáticos para el desarrollo de los niños, incluso si no están presentes durante la separación, y cuando a través de las redes sociales se difunden estos hechos, se crea un clima de miedo en la comunidad”, dijo la doctora Kiara Álvarez, profesora de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins.
Durante la videoconferencia “Por qué la Generación Z lidia con la soledad, la depresión y una sensación de rechazo” organizada por American Community Media (ACoM) varios expertos en salud mental, hablaron sobre los factores que provocan las tasas de depresión entre los jóvenes latinos y mayores niveles de suicidio entre los afroamericanos.
En tanto en 2022, el suicidio fue la principal causa de muerte entre los estadounidenses de origen asiático de 15 a 24 años.
Un aumento preocupante
La doctora Ovsanna Leyfer, profesora y psicóloga del Centro de Ansiedad y Trastornos Relacionados de la Universidad de Boston, dijo que desde principios de la década de 2010, han sido testigos de un aumento pronunciado y preocupante de los problemas de salud mental entre los jóvenes.
“La ansiedad, la depresión, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad se convirtieron en algo significativamente más común”.
Dijo que apenas unos meses después del inicio de la pandemia, organizaciones líderes, como la Academia Estadounidense de Pediatría declararon una emergencia nacional en materia de salud mental infantil.
Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, el número de estudiantes de secundaria que reportaron tristeza o desesperanza persistentes aumentó un 40 % entre 2009 y 2019, lo que representa más de uno de cada tres estudiantes.
“Algunas de las cosas que han impulsado esta crisis son el aumento de las noticias en las redes sociales y los teléfonos inteligentes, lo que ha llevado a constantes comparaciones en línea, al acoso cibernético, el miedo a perderse algo, y una retroalimentación constante sobre lo que están haciendo y no haciendo”.
Expuso que los estudios han vinculado sistemáticamente un mayor tiempo frente a la pantalla con la ansiedad, la depresión y la interrupción del sueño.
“Otro factor que ha contribuido en gran medida es el aumento de las presiones académicas y sociales, donde la competencia de admisión a la universidad y a todas las actividades académicas ha crecido, y las expectativas son más altas”.
Dijo que los niños y adolescentes tienen menos tiempo para el juego libre y disfrutar de su vida cotidiana.
“Agreguen a esto el impacto de la pandemia de COVID-19, donde tuvimos un aislamiento sin precedentes, cierres de escuelas, interrupción de rutinas y, por supuesto, un mayor estrés familiar para nuestros jóvenes en todo el mundo. Las familias se enfrentan cada vez más a la inestabilidad económica y la inseguridad de la vivienda”.
Afirmó que la buena noticia es hay herramientas de detección, se ha reducido el estigma para hablar de salud mental y existen tratamientos eficaces como la terapia cognitivo-conductual que ayuda a jóvenes y adultos a reconocer y desafiar los pensamientos negativos, sustituyéndolos por pensamientos más adaptativos.
“En el caso de la depresión, se anima a niños, adolescentes y jóvenes a retomar actividades que habían dejado de disfrutar y que les promuevan una sensación de dominio y logro. Para la ansiedad, utiliza la idea de la exposición gradual a situaciones de miedo para desarrollar resiliencia y confianza en su capacidad para manejar estas situaciones”.
Disparidades en el acceso
La doctora Álvarez dijo que en 2023, más del 53% de las niñas y el 28% de los niños en la escuela secundaria experimentaron sentirse tristes y desesperanzados durante dos semanas seguidas.
“Al analizar el desglose por etnia, vemos que los jóvenes indígenas tienen las tasas más altas con 45%, seguidos por los latinos con un 42%, y 40% para los jóvenes multirraciales, afroamericanos y blancos”.
Enfatizó que los jóvenes LGBTQ+ que se identifican con un grupo minoritario tienden a presentar tasas muy altas.
En cuanto a la depresión, dijo que a menudo observan estos altos niveles entre las adolescentes, y aún tasas más altas de pensamientos e intentos de suicidio entre las chicas, pero más muertes por suicidio entre los chicos.
“Se debe, en parte, al uso de métodos más letales por parte de los chicos en sus intentos de suicidio”.
Dijo que otro aspecto importante es que muchas personas que intentan suicidarse o se suicidan no necesariamente padecen una enfermedad mental sino que está asociado con muchas afecciones y experiencias diferentes.
“Una tendencia preocupante que ha persistido en el tiempo, son las disparidades para el acceso a la atención de salud mental de manera muy consistente durante varias décadas que los jóvenes afroamericanos, latinos, asiáticos e indígenas”.
Estigmas y mitos
Soo Jin Lee, LMFT, terapeuta y codirectora del Colectivo Yellow Chair, dijo que la Generación Z está en medio de una crisis de salud mental, ya que según la SAMHSA (Substance Abuse and Mental Health Services Administration), alrededor del 22% de los adultos jóvenes de entre 18 y 25 años experimentaron un episodio depresivo mayor en 2023.
Además dijo que un estudio de la Escuela de Posgrado en Educación de Harvard reveló que más del 34% de los adultos jóvenes reportan sentirse solos con frecuencia o casi todo el tiempo.
“La soledad no se trata solo de estar solo, sino de no ser visto o ser incomprendido. Muchos jóvenes cargan con una mezcla de presiones académicas, ansiedad económica y constante comparación de identidad moldeada por las redes sociales, y aunque se les dice que sean auténticos, entre comillas, también se espera constantemente que se desempeñen en las redes sociales, en las aulas e incluso en casa”.
Destacó que el racismo sistemático, ya sea a través de la subrepresentación, la discriminación o la invisibilidad en la educación, los medios de comunicación y la atención médica, juegan un papel muy importante en las crecientes tasas de depresión y ansiedad entre los jóvenes asiáticoamericanos y de las Islas del Pacífico (AAPI).
“Esto debido a que los jóvenes crecen rara vez viéndose reflejados y solo siendo vistos a través de tipos específicos de estereotipos, lo que les envía un mensaje de no pertenencia”.
Mencionó que para los jóvenes asiático-americanos, todo esto se ve agravado también por el estigma cultural en torno a la salud mental, y al mito de la minoría modelo.
Según los CDC, los asiático-americanos tienen menos probabilidades de acceder a la atención de salud mental entre todos los grupos raciales y étnicos.
“Muchos de nosotros somos criados para evitar ser una carga para los demás y nos enseñan que compartir las dificultades emocionales es una debilidad y, a veces, incluso se percibe como un sentimiento de fracaso dentro de toda la familia”.
Vivir con depresión y ansiedad
Victoria Birch, miembro del Consejo de la Oficina Estatal de California para la Restauración Juvenil y Comunitaria, dijo que desde su adolescencia ha luchado con la depresión, la ansiedad y las autolesiones.
“Mi madre crió sola a cuatro hijos, mientras lidiaba con sus propios problemas de salud mental e intentaba cuidarnos a todos. Pero en ese momento de mi vida, no podía cuidarme tan bien como a sus otros tres hijos, así que terminé en un sistema de acogida para intentar obtener el apoyo que necesitaba”.
Sin embargo, dijo que se sintió como expulsada y eso le causó muchos más problemas de salud mental.
“Luché severamente con la depresión porque sentía que no tenía un lugar al que pertenecer. Mi madre tuvo otros cuatro hijos. Mi padre ha tenido muchísimos hijos, pero de todos, creo que tengo 13 hermanos. De todos mis hermanos, yo fui la única que acabó en un hogar de acogida”.
Comentó que terminó encarcelada de los 16 a los 22 años.
“Solo he estado fuera por menos de un año, pero durante ese tiempo, he recibido mucho apoyo al aprender a reconstruir una relación con mi madre. Beloved Village (una organización para apoyar a las jóvenes que han experimentado la cárcel) comenzó a trabajar conmigo unos seis meses antes de mi fecha de liberación, y me ayudaron a aprender cómo contactar a terapeutas y a conectar con la gente”.