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Tensión alta o tensión baja, ¿cuál es más grave?

Millones de personas en todo el mundo conviven diariamente con valores que se desvían de los parámetros considerados normales

Tensión alta o tensión baja, ¿cuál es más grave?

La hipertensión arterial afecta a más de mil millones de personas, según la OMS. Crédito: Me dia | Shutterstock

La presión arterial es uno de los indicadores más fundamentales de nuestra salud cardiovascular, funcionando como un termómetro que revela el estado de nuestro sistema circulatorio. Cada vez que el corazón late, bombea sangre a través de las arterias ejerciendo una presión sobre sus paredes, la cual se mide en dos valores: la presión sistólica (cuando el corazón se contrae) y la diastólica (cuando se relaja).

Millones de personas en todo el mundo conviven diariamente con valores que se desvían de los parámetros considerados normales —entre 90/60 y 120/80 mmHg—, enfrentándose a los desafíos que supone tanto la hipertensión como la hipotensión. Sin embargo, existe una confusión generalizada sobre cuál de estas dos condiciones representa un mayor riesgo para la salud.

Ambas condiciones pueden acarrear consecuencias serias para el organismo, aunque sus mecanismos de daño, síntomas y riesgos a largo plazo difieren sustancialmente.

Hipertensión: el enemigo silencioso

La hipertensión arterial, conocida comúnmente como tensión alta, afecta a más de mil millones de personas en el mundo según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta condición se caracteriza por ejercer una presión constante y excesiva sobre las paredes arteriales, lo que genera un desgaste progresivo del sistema cardiovascular. Los valores que superan los 140/90 mmHg de manera sostenida constituyen el umbral diagnóstico de esta enfermedad.

Lo más peligroso de la hipertensión radica precisamente en su naturaleza asintomática. La mayoría de las personas con presión arterial elevada no experimentan síntomas perceptibles hasta que el daño a órganos vitales ya está avanzado. Durante años, el corazón trabaja sobrecargado para bombear sangre contra una resistencia aumentada, las arterias pierden elasticidad y se endurecen, y órganos como los riñones, el cerebro y los ojos sufren un deterioro silencioso pero implacable.

Las consecuencias de la hipertensión no controlada son devastadoras. Esta condición multiplica exponencialmente el riesgo de sufrir infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia cardíaca, enfermedad renal crónica, problemas de visión e incluso demencia vascular.

Los cardiólogos consideran a la hipertensión uno de los principales factores de riesgo cardiovascular modificables, responsable de millones de muertes prematuras cada año a nivel global.

La hipotensión: menor riesgo crónico

Por el contrario, la hipotensión o tensión baja —valores inferiores a 90/60 mmHg— presenta una naturaleza distinta. A diferencia de su contraparte, la presión arterial baja suele manifestarse con síntomas evidentes: mareos, visión borrosa, náuseas, fatiga extrema, desmayos y, en casos severos, shock. Estos signos aparecen porque el cerebro y otros órganos no reciben suficiente flujo sanguíneo para funcionar adecuadamente.

Sin embargo, la hipotensión no siempre es patológica. Muchas personas, especialmente jóvenes, deportistas y aquellos con constitución delgada, mantienen valores bajos de presión arterial sin presentar síntomas ni problemas de salud. De hecho, algunos estudios sugieren que una tensión moderadamente baja puede asociarse con mayor longevidad. El problema surge cuando la hipotensión es sintomática o cuando aparece de manera súbita.

Las causas de la tensión baja son variadas: deshidratación, hemorragias, infecciones graves, problemas cardíacos, efectos secundarios de medicamentos, trastornos endocrinos o simplemente cambios posturales bruscos (hipotensión ortostática). Aunque puede resultar incapacitante en el momento, especialmente por el riesgo de caídas y traumatismos asociados a los desmayos, raramente produce daño orgánico progresivo como sí lo hace la hipertensión.

Veredicto médico

Cuando los especialistas comparan la gravedad de ambas condiciones, la conclusión mayoritaria apunta a la hipertensión como la más peligrosa desde una perspectiva de salud pública y riesgo individual a largo plazo. El Dr. Vicente Bertomeu, presidente de la Sección de Cardiología Clínica de la Sociedad Española de Cardiología, lo resume claramente: “La hipertensión es mucho más grave porque provoca un daño sostenido y acumulativo en múltiples órganos durante décadas, mientras que la hipotensión, salvo en emergencias agudas, no suele causar lesiones permanentes”.

No obstante, existen situaciones donde la hipotensión representa un riesgo inmediato y potencialmente mortal. El shock hipovolémico por hemorragia masiva, el shock séptico por infecciones graves o el shock cardiogénico por fallo cardíaco agudo constituyen emergencias médicas donde la tensión arterial críticamente baja puede causar la muerte en cuestión de horas si no se trata agresivamente.

La diferencia fundamental radica en la temporalidad del riesgo. La hipertensión mata lentamente, erosionando la salud año tras año sin que el paciente sea consciente del deterioro hasta que ocurre un evento catastrófico. La hipotensión severa, en cambio, representa una amenaza aguda, pero reversible en la mayoría de los casos, siempre que se identifique y trate la causa subyacente.

Prevención y tratamientos

Independientemente de cuál sea más grave, ambas condiciones requieren atención médica. La hipertensión exige un control estricto mediante cambios en el estilo de vida —reducción de sal, ejercicio regular, control de peso, manejo del estrés— y frecuentemente medicación antihipertensiva de por vida. La clave está en el diagnóstico temprano, antes de que aparezcan complicaciones irreversibles.

Para la hipotensión sintomática, el tratamiento depende de la causa. Puede implicar desde medidas simples como aumentar la ingesta de líquidos y sal, usar medias de compresión o cambiar medicamentos, hasta intervenciones más complejas en casos de causas orgánicas subyacentes. Los médicos recomiendan levantarse lentamente, mantenerse hidratado y evitar situaciones que precipiten caídas bruscas de presión.

Lo fundamental es no trivializar ninguna de las dos condiciones. Aunque la hipertensión represente un riesgo mayor a largo plazo, ambas merecen evaluación profesional. La medición regular de la presión arterial —recomendada al menos una vez al año en adultos sanos y con mayor frecuencia en personas con factores de riesgo— constituye una herramienta simple, pero vital para detectar alteraciones antes de que deriven en complicaciones graves.

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