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Lo que nadie te dice de mejorar tu PC gamer: el verdadero cuello de botella está en este componente

Hacer un upgrade en tu PC requiere que prestes especial atención a la fuente de poder de tu equipo para evitar problemas a futuro

La fuente de poder es un elemento clave de tu PC ya que es la encargada de brindarle energía al resto de los componentes

La fuente de poder es un elemento clave de tu PC ya que es la encargada de brindarle energía al resto de los componentes Crédito: Shutterstock

Cuando se habla de “mejorar tu PC gamer”, casi siempre se repite el mismo combo: más RAM, salto a SSD y nueva tarjeta de video para subir los FPS. Es el consejo clásico de foros, youtubers y hasta de muchas tiendas, porque son upgrades muy “visibles” que se notan al abrir un juego pesado o reducir los tiempos de carga. 

Sin embargo, hay un detalle incómodo que casi nadie menciona: si subes el consumo de tu PC y no tocas la fuente de poder, tarde o temprano algo va a explotar… figurativamente (y a veces no tan figurativamente). En la práctica, una fuente débil puede convertirse en un cuello de botella silencioso que limita a tu GPU, genera caídas de frames, cuelgues aleatorios y acorta la vida útil de tus componentes, incluso aunque el PC “encienda bien”. 

El upgrade del que nadie habla

La fuente de poder (PSU) es el típico componente al que nadie le saca foto para Instagram, pero que sostiene absolutamente todo lo que pasa dentro de tu gabinete. Un PSU de calidad no solo entrega los watts que promete, también mantiene voltajes estables y protege a la placa madre, GPU y CPU frente a picos, caídas y cortos; cuando esa estabilidad falla, aparecen los crashes, pantallazos, reinicios en pleno ranked y, en el peor de los casos, daño físico de hardware. 

El problema es que muchos jugadores cambian de tarjeta de video, suben el TDP total del sistema y siguen usando la misma fuente genérica de hace años, que ya iba justa con la GPU anterior. Ese desequilibrio entre consumo real y capacidad de la fuente es lo que termina creando el cuello de botella energético: la GPU o el CPU nunca pueden “despegar” al 100% porque la alimentación no da abasto o no es lo suficientemente limpia. 

Cómo una mala fuente mata tus FPS

Un PSU insuficiente o inestable no siempre se traduce en un apagón inmediato; muchas veces lo que pasa es más sutil: la GPU y el CPU empiezan a “bajarse de vueltas” (throttling) para no pasar de cierto consumo, lo que se traduce en menos frecuencia, menos rendimiento y, por supuesto, menos FPS de los que tu hardware podría entregar. 

En escenarios de carga intensa, como juegos con ray tracing o títulos competitivos a altos Hz, esa falta de potencia estable puede provocar microcortes de energía que se manifiestan en stuttering, tirones de imagen y bajones repentinos de frames. 

Además, un PSU de baja calidad puede trabajar permanentemente al límite de su capacidad nominal, lo que reduce su eficiencia, lo hace generar más calor y acorta su vida útil, aumentando las posibilidades de fallos justo cuando más estás exigiendo al equipo. En la práctica, ese “ahorro” en la fuente puede salir carísimo si termina dañando una GPU moderna o una placa madre tope de gama. 

Algunas señales de que tu fuente podría estar frenando tu PC gamer son:

  • El PC se apaga o reinicia solo cuando estresas la GPU (benchmarks, juegos pesados, ray tracing, VR).
  • Notas caídas bruscas de FPS al pasar de escenas ligeras a muy exigentes, incluso con temperaturas controladas.
  • Has cambiado de GPU por una más potente y, aun así, el salto de rendimiento es menor al esperado frente a benchmarks de la misma configuración. 

Qué fuente de poder necesitas realmente

Si ya estás pensando en cambiar GPU, agregar más RAM o sumar discos, el plan debería incluir de entrada una revisión seria de la fuente de poder. Lo primero es calcular el consumo real de tu configuración (CPU, GPU, ventiladores, discos, etc.) y apuntar a un PSU que te deje un margen cómodo: muchas guías recomiendan que la fuente trabaje alrededor del 50–70% de su capacidad, que es donde suele ser más eficiente y estable. 

Si tu equipo demanda unos 450 W en carga máxima, una fuente de 650–750 W de buena marca y con certificación de eficiencia es normalmente una apuesta mucho más segura que seguir apretando una de 500 W al límite. 

También es clave mirar más allá del numerito de watts: la calidad de la fuente, su certificación (como 80 Plus), las protecciones integradas y la cantidad de conectores PCIe disponibles marcan la diferencia entre un upgrade estable y un desastre anunciado. Un buen PSU está pensado para entregar energía limpia durante años, proteger la GPU y el CPU frente a sobrevoltajes o cortos y, de paso, darte margen para la próxima generación de tarjetas de video sin tener que cambiar todo otra vez. 

Si quieres una guía rápida para no equivocarte al mejorar tu PC gamer:

  • Planea los upgrades en paquete: si vas a subir de gama en GPU, revisa fuente de poder al mismo tiempo, no después.
  • Busca margen y eficiencia: mejor una fuente de mayor capacidad trabajando relajada y en su zona de máxima eficiencia que una al 100% todo el tiempo.
  • Apuesta por calidad y protecciones: invertir un poco más en una buena PSU suele ser más barato que reemplazar una GPU quemada o una placa dañada. 

Si estás obsesionado con exprimir cada frame de tu PC gamer, no basta con una RTX nueva y más RAM: necesitas que la fuente esté a la altura del resto del hardware. Un PSU robusto, eficiente y con margen de sobra es la base para que tus upgrades realmente se sientan en el monitor y no se pierdan en un cuello de botella que nadie te contó que existía. 

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