La odisea de un latino liberado del VIH
Mexicano narra cómo enfrentó el diagnóstico hace casi tres décadas.
Bernardo "Bernie" Gómez narra la odisea que vivió despues de ser diagnosticado con el VIH, hace casi tres décadas. Crédito: Jorge Luis Macías | Impremedia
Bernardo Gómez, 52 años, originario de Guadalajara, Jalisco, recibió un diagnóstico muerte en tres meses.
En la década de los años 1990. los 24 años había contraído el Virus de Inmunodeficiencia Adquirido (VIH).
Parecía que el mundo se le venía encima.
La sentencia provino de un ayudante de un médico. De principio él creyó en aquellas palabras.
Pero se aferró a la vida.
“Bernie” Gómez, subgerente de programas en la organización The Wall Las Memorias, una organización comunitaria de salud y bienestar dedicada a servir a la población latina, LGBT y otras poblaciones marginadas enfrentó la noticia con miedo y ocultación debido a su orientación sexual.
“Fue tan difícil. Yo no esperaba ese resultado” [positivo de VI]”, recuerda. “Tuve que enfrentar eso con mi familia. Era gay y no había hablado con ellos sobre mi orientación sexual”.
Bernardo asegura que no sabe cómo fue que se infectó de VIH.
“No supe la realidad. Tuve muchas ocasiones, efectivamente, a cosas que me expuse. No supe la razón. No sé realmente cuál fue el motivo. De repente, estaba en el trabajo, hacían una invitación. Todos salimos a hacer fiesta, entramos a un hotel; traen mujeres y todos empiezan a hacer de todo”, dice.
El, por no ser menos en el grupo participó también de la “fiesta”.
“Fue la única vez que lo hice sin protección con una mujer”, dijo.
Las consecuencias vinieron después. Se hizo un examen médico y los resultados clínicos eran tenebrosos.
“La persona que estaba ayudando al médico me dijo “te vas a morir en tres meses”, narró Bernardo.
“Bernie” se quedó estupefacto. No sabía cómo enfrentar la realidad y menos preocupar a sus padres.
Se sentía perdido.
Caminó hasta una parada de autobús y se puso a llorar.
Una señora se aproximó a él y le preguntó el motivo de sus lágrimas.
“¡No! ¡No! ¡No!”, repitió varias veces.
“No podía decir lo que sentía por dentro. No podía decirle lo que lo que era mi diagnóstico”, cuenta. “En aquellos tiempos no se podía hablar de eso. Toda la gente tenía mucho miedo. Toda la gente te apuntaba por ser homosexual”.
Armado de valor, llegó a casa de sus padres. Les confesó que tenía el VIH.
“¿Cómo es eso? ¿Cómo lo vas a tener?”, cuestionaron sus padres, Y “Bernie” empezó a hablar.
Don José y Josefina Gómez sabían de la enfermedad, sabían el resultado, pero no sabían qué tenían que hacer para ayudar a su hijo.
Ellos también creían que el VIH significaba una sentencia de muerte.
“Mis papás se desesperaron mis padres”, rememora.
El padre empacó sus maletas y se fue a México a investigar a ver qué podía hacer para para ayudar a Bernardo.
En su pueblo, todos se enteraron de la situación. Sus abuelas y tíos rezaban. Ofrecían misas e iban a la iglesia a pedir a la Virgen de Guadalupe para que intercediera por un milagro de Dios y lograr su recuperación.
En aquellos años solamente existía el tratamiento con la pastilla ACT, -que se usa para el cáncer- y que en el contexto del VIH puede referirse a la terapia antirretroviral (TAR), un tratamiento estándar del VIH.
“No me ayudó de nada”, cuenta Bernardo. “Con el tiempo caí con neumonía al hospital. No había medicamento para tratar el VIH”.
“Bernie no tenía ninguna célula buena. A la neumonía se le sumó desgaste físico. Había bajado mucho de peso.
En el hospital lo mantuvieron entubado. No podía hablar ni respirar por sí mismo. Y un sacerdote acudió para darle los santos óleos. Él no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
“Ya me estaba despidiendo de este mundo”, recuerda. “Ya había perdido el miedo a morir…pensaba que estaría mejor en otra parte donde ya no iba a sufrir”.
Aquel sufrimiento era porque él mismo nunca se había aceptado como gay.
“No había aceptado mi orientación sexual”, dijo. “Entonces, recé y pensé, si Dios me da otra oportunidad te prometo que me voy a aceptar; voy a tratar de ser mejor persona, ayudar a mis papás y para sacar adelante a mis hermanos”.
Don José Gómez regresó de México con muchas hierbas, según él, para curar a su hijo.
Cuando su hijo estaba hospitalizado, él trabajaba en una maderería y se encontró con un pedazo de madera que tenía estampada una figura similar a la Virgen de Guadalupe.
“Mi papá y yo creemos que la Virgen de Guadalupe intercedió para que Dios nos hiciera el milagro”, afirma Bernardo. “Yo le imploré mucho a la virgen que me dieran esa oportunidad”.
A su cama le llevaron a su sobrino David, quien entonces tendría dos años. El pequeño era su ahijado -ahora tiene 30 años- El niño brincó arriba de su tío y le preguntó: ¿Qué tienes? ¿Por qué no te levantas?”.
Ese momento hizo reaccionar a Bernardo.
“Pensé. Este niño me necesita. Yo ya había perdido las ganas de vivir. No era feliz. No tenia una pareja. No tenia hijos. No me aceptaba con mi orientación sexual, y él [su sobrino] me hizo reaccionar”.
Su ahijado no tenia padre, y “Bernie” quiso convertirse en su progenitor. Por lo menos quería estar bien para ayudarlo a crecer.
“Le eché ganas y cuando vi en la televisión que había nuevos medicamentos para tratar el VIH le dije al doctor que quería probar esa oportunidad”, menciona Bernardo.
Para ello tendría que superar primero la neumonía. Y lo logró después de un mes de hospitalización.
Por la mañana debía tomar 20 pastillas. La misma cantidad en la tarde, y otras 20 en la noche.
Los medicamentos eran muy tóxicos. No podía comer dos horas antes de tomarse las pastillas ni dos horas después de ingerirlas. Era un tratamiento muy difícil de cumplir.
Con el tiempo, “Bernie” tuvo problemas del riñón. Fue necesario experimentar con otros medicamentos. La ciencia estaba avanzando.
Tres meses después de aquella neumonía, Bernardo Gómez tuvo un nuevo análisis clínico y el virus que causa el VIH estaba indetectable. No salía en su sangre.
Esa es la razón por la que, desde hace una década, Bernardo Gómez, trabaja como subgerente de programas en The Wall Las Memorias.
Allí, se concentra en guiar y asesorar a los jóvenes latinos diagnosticados con el VIH para que no vivan la pesadilla de lo que él vivió desde que le fue detectado el virus.
Busca a las personas de alto riesgo para que no se sientan perdidos en el proceso de control de la enfermedad.
“Les digo. Miren, estoy bien. Vivo mi vida normal. Ahora, gracias a Dios que el medicamento ha avanzado, no es tan toxico y solo tienes que tomar una pastilla al día y no hay ningún efecto secundario. Tampoco hay restricciones alimenticias”.
En los últimos seis meses, Bernardo ha identificado 109 casos positivos de VIH en The Wall Las Memorias del centro de Los Ángeles