“Así logré que atraparan al asesino de mi mejor amiga 25 años después”
Angela Samota fue brutalmente asesinada en 1984. El culpable no fue encontrado hasta que décadas después, su antigua compañera de habitación de la universidad consiguió que se reabriera el caso
Sheila Wysocki y Ángela Samota se conocieron en 1982, en su primer día de universidad en Dallas, Texas. Fueron compañeras de habitación y se convirtieron en grandes amigas.
Pero dos años después, Ángela, de 20 años, fue brutalmente asesinada. Décadas pasaron sin que se hallara un culpable. Hasta que Sheila tuvo una visión que le hizo proponerse conseguir que se reabriera el caso. Esta es su historia.
Cuando sonó el teléfono, entré corriendo a mi habitación. Lo descolgué y al otro lado de la línea estaba Bárbara, una amiga mía y de Angie. Estaba llorando. Entre sollozos, dijo que había habido un accidente.
Bárbara siguió llorando de forma histérica así que, después de unos minutos, no sé por qué, simplemente le dije: “¿Está muerta?”
Un apuñalamiento “horroroso”
Angie había sido encontrada en su habitación a altas horas de la madrugada: violada y asesinada. Fue un apuñalamiento muy violento, horroroso. Recuerdo haber gritado porque mi madre vino y, cuando colgué el teléfono, entre lágrimas le conté lo que había sucedido.
Angie tenía una sonrisa hermosa, la más amplia que haya visto en mi vida. Ese tipo de sonrisa que iluminan toda la cara.
Era muy vivaracha y amigable y una de las pocas mujeres en el Departamento de Ingeniería Informática y Eléctrica. Lo tenía todo: una gran personalidad, belleza e inteligencia.
Durante el primer semestre no nos llevamos bien porque tenía un novio que no me gustaba, pero cuando rompieron nos hicimos muy amigas. Ambas habíamos crecido sin padre y eso fue lo que nos unió.
Angie era muy estudiosa y se quedaba despierta hasta altas horas de la noche. Pero yo soy disléxica, la estaba pasando mal, y solo esperaba poder acabar la universidad. Éramos polos opuestos. Soy una espectadora: soy amigable, pero nunca el centro de atención.
Finalmente, fui a la comisaría y me senté con los detectives. Tenían el expediente desplegado y me hicieron preguntas: si conocía a tal o cual persona. Si sabía dónde hacía sus compras, si sabía su horario.
También tenían fotos. Recuerdo una de Angie sobre la cama, había sangre por todos lados y sus ojos estaban abiertos. Hasta hoy recuerdo lo horrible que fue. Muy, muy traumático.
Por lo que pude entender, la policía creía que Russell Buchanan era el culpable. Tendría unos cuatro o cinco años más que nosotras, no mucho, pero ya estaba establecido en su profesión. Era arquitecto y Angie se había dado cuenta de que él podía ser un buen contacto: era muy buena en hacer conexiones. Russell era un hombre tímido, así que ella lo invitó a salir a bailar con ella y otra amiga esa noche.
Una vez yo había llamado a la policía para reportar que había algo en Russell que me hacía sentirme incómoda. De lo que no me di cuenta era de que, en ese momento, todo el mundo me hacía sentirme incómoda: estaba bloqueada y probablemente pasó un año hasta que pude empezar a sentir otra vez.
Creo que hubiera hecho cualquier cosa por ayudar. Animada por la policía, empecé a conversar con Russell para preguntarle sobre esa noche, para ver si me contaba algo diferente de lo que le había dicho a los agentes.
El episodio “más traumático de mi vida”
Luego decidimos salir a cenar. Recuerdo que mi madre estaba escandalizada, pero Russell vino a recogerme y fuimos a un lugar llamado August Moon. Estaba nerviosa y no actuaba con normalidad, mientras pensaba: “Estoy sentada al lado de un asesino” porque, claro, yo creía que él era el culpable porque la policía lo había dicho.
Después de eso, cuando hablé con el detective, le dije: “Su versión es la misma, es lo que nos contó antes”. Pero aún así lo hicieron venir y pasar por un detector de mentiras y siguieron llamándolo para interrogarlo.
Luego me dijeron que Russell había dejado de cooperar y que había contratado a un abogado. En los ’80 había en Texas uno muy famoso llamado Richard “Racehorse” (caballo de carreras) Haynes. Si contratabas a Racehorse Haynes, madre mía, eras culpable. Así lo pensé, pero no había evidencias que lo incriminaran, así que no levantaron cargos en su contra.
Soy una persona muy curiosa, así que pensaba: “¿Quién lo hizo? ¿Cómo lo hizo? Tenemos que encontrarlo, tiene que pagar por lo que hizo”.
El asesinato de Angie fue el episodio más traumático de mi vida y no sabía qué era lo que debía hacer. Dormí en el suelo de la habitación de mi madre por un tiempo. Yo había cambiado, había perdido mi inocencia. Nunca volví a la universidad.
Seguía reuniéndome con el detective. Íbamos a un bar llamado Snuffers y a otro, Cardinal Puffs, y hablábamos sobre el caso. Yo no bebía, pero él sí. Cuando me casé en 1988, todavía estábamos en contacto así que lo invité a mi boda. Hasta ese punto lo conocía.
En 2004, 20 años después del asesinato de Angie, me había mudado a Tennessee y tenía dos hijos. Una noche estaba haciendo tareas para mis estudios bíblicos. (Odiaba hacerlo, esas letras tan pequeñas y tan juntas de la Biblia son una tortura. Quien la diseñó no pensó en los disléxicos).
Estaba leyendo y recuerdo que miré hacia la derecha, y allí estaba Angie. Pensé: “¿Estoy soñando? ¿Estoy dormida? ¿Qué sucede?”
No hubo palabras, solo que allí estaba ella y su gran sonrisa.
Sin pistas, 20 años después
No sé si creo en fantasmas, pero tengo mucha fe y creo en las señales, y en ese momento pensé: “Llegó el momento”. Me incliné sobre mi mesa de noche y levanté el teléfono para llamar al Departamento de Policía de Dallas.
Pregunté por el detective que conocía y le dejé un mensaje.
Nunca me devolvió ninguna de las llamadas que le hice. Este hombre me conocía lo suficientemente bien como para ser un invitado en mi boda. Pero nunca me llamó. Que después de unas 700 llamadas no me respondiera, me dejó un sabor amargo.
Pero probablemente la parte más descorazonadora fue que me dijeron que en 20 años nadie había llamado. Ni una sola persona. ¿Cómo puede ser que alguien muera de forma tan violenta y que nadie llame y quiera saber por qué o quién fue? Eso todavía me hace llorar.
Creo que creyeron que, con el tiempo, yo desaparecería. La gente más normal se hubiera rendido y continuado con su vida. Pero yo no. Pensaba que había algo que no era correcto y, simplemente, no aceptaba un “no” por respuesta. Así que seguí llamando.
“Me convertí en una investigadora privada”
Investigué e imprimí informes sobre todas las violaciones que habían ocurrido durante ese periodo, los escenarios y quienes fueron arrestados para intentar dilucidar qué había pasado.
Vivíamos en una comunidad enrejada y vigilada. Y un día estaba con el jefe de seguridad quejándome de que la policía no me hacía caso y me dijo: “¿Sabes? Serías una gran investigadora privada”.
Ni siquiera lo dudé. Era 2004 y yo estaba en mi cuarentena. Esa noche le dije a mi marido que me iba a convertir en una detective privada.
Para ser una detective privada en Tennessee, una compañía tiene que patrocinarte. Tuve suerte porque nuestros guardias de seguridad se ofrecieron a patrocinarme y entrenarme. Fueron fantásticos.
Por la noche, después de la cena, mi hijo mayor leía todas las leyes del estado que tenía que aprenderme y yo se las recitaba de memoria. Me porté como si fuera a ir a Harvard o a Yale. Cuando llegó el momento del examen, ya me las sabía.
Aprendí sobre ciber acoso, legislación sobre la propiedad intelectual en internet y sobre los casados que engañan a sus parejas. Tras aprobar el examen, dejé de ir a fiestas porque, o bien estaba investigando a mis vecinos, o algunos de ellos me habían contratado.
Y cuando conoces la vida privada de las personas, se vuelve muy incómodo estar en situaciones sociales en las que quieren hablar de asuntos sobre los que tú no puedes. Pero me encantaba.
Pensé que la policía se sentaría a trabajar conmigo ahora que tenía mi licencia de detective privada. ¡Qué tonta fui! No les importó en lo más mínimo.
El caso se reabre
Pero llegados a este punto estaban tan hartos de mí, que reabrieron el caso. Se lo encargaron a una detective mujer y ella no me rechazó. Cuando me llamó por teléfono, tenía el expediente, conocía el caso, había hecho su tarea y sabía que Russell Buchanan era el sospechoso número uno. Pero lo que más me sorprendió fue oírla decir que tenía pruebas.
Yo sabía que a Angie le habían tomado muestras por la violación, pero me habían dicho que esta evidencia se había perdido en una inundación y ahora, tantos años después, decían que tenían pruebas. ¿En serio? Me dejó anonadada.
Tenían las uñas de las manos de Angie, así que era obvio que ella se había resistido, y allí había ADN. También tenían semen. Más ADN.
Estaba tan emocionada porque sabía que eso iba a ser clave: en 1984, las pruebas de ADN recién estaban en su fase inicial, pero 20 años después se había convertido en una herramienta forense muy poderosa.
La Bestia
Sin embargo, hay un proceso que se debe seguir y el departamento de policía de esa época tuvo que hacer una solicitud. Eso fue probablemente en 2008 y obtuvimos los resultados de las pruebas en 2009. Estos casos no son rápidos.
Recibí una llamada. Cogí el teléfono y era la detective. “Lo tenemos”, dijo.
Esperaba que dijera: “Tenemos a Russell Buchanan”, a quien yo creía culpable porque la policía había dicho que él lo había hecho.. Así que, cuando dijo el nombre, revisé la agenda de contactos en mi cabeza diciéndome: “Espera un momento, no conozco ese nombre”.
Yo lo llamo “La Bestia”. Fue un violador en serie que estaba en libertad condicional cuando Angie fue violada y asesinada.
El caso se reducía a la evidencia física, el ADN, que coincidía con el de La Bestia: el avance de la ciencia desde el asesinato de Angie hizo posible condenar al responsable. Recorrí 1,046 kilómetros hasta Dallas para asistir al juicio y ver cómo se hacía justicia para Angie. Ahora él ya no está libre, lo imagino pudriéndose en la cárcel con una cadena perpetua y eso está bien para mí, pero no cambia nada, ella todavía está muerta.
Una vez cerrado el caso de Angie, iba a retirar mi licencia de investigador privado y seguir con mi vida, pero comencé a recibir cartas. Las primeras me sorprendieron un poco. Llamé a los remitentes y los orienté sobre lo que debían hacer y luego empecé a recibir más y más, así que pensé: “No retiraré mi licencia todavía”.
Después del juicio, llamé a Russell y le dije: “Quiero verte y hablar contigo sobre el pasado”.
Así que después de tantos años de estar tan enojada. Lo odiaba porque pensaba que era el asesino y, sin embargo, había tenido una gran vida y le iba bien; le pedí perdón. Después, ambos fuimos juntos a visitar la tumba de Angie.
Es un gran hombre, un ser humano increíble. Me agradeció por ser tan persistente y ayudar a desenterrar la verdad porque, según dijo, ya estaba libre de aquella nube de sospecha.
Donald Bless fue sentenciado a muerte en 2010 por la violación y el asesinato de Ángela Samota en 1984. Todavía está en el corredor de la muerte.
El Departamento de Policía de Dallas no respondió a las peticiones de la BBC de comentar las declaraciones que Sheila Wysock hizo sobre esta investigación.