Menor no acompañada no sabía inglés, pero cuatro años más tarde se gradúa con honores
Daniela Luna se gradúo de la secundaria católica Sagrado Corazón y ya ha sido aceptada en la universidad de Loyola Marymount
Cuando a los 16 años de edad y sin saber nada de inglés, Daniela Luna cruzó la frontera sur llena de miedo como menor no acompañada, jamás pensó que cuatro años más tarde se iba a graduar con honores de una secundaria en Estados Unidos.
“Me siento muy feliz y muy emocionada”, dice Daniela Luna de 20 años de edad, originaria de Durango, México
Daniela Luna se graduó con muy altas calificaciones de la secundaria católica Sagrado Corazón de Lincoln Heights, y se convirtió en la primera menor no acompañada en graduarse de una secundaria católica de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Además en mayo obtuvo el Estatus de Joven Especial Inmigrante y su tarjeta de residencia permanente.
Flor Pérez, la madre de Daniela, emigró a los Estados Unidos cuando ella tenía alrededor de 13 años. Su madre la dejó a ella y sus hermanos al cuidado de su padre, pero éste los abandonó luego de que encontró una nueva pareja.
“Nos quedamos solos en la casa. No íbamos a la escuela. Un día llegaron del DIF (Sistema de Protección para Menores) a buscarnos, pero no les abrimos la puerta. Teníamos miedo de que nos llevaran con ellos y nos separaran. Tal vez alguien les aviso que ahí vivían unos niños solos”, cuenta Daniela.
Por una vida mejor
Después de ese incidente se asustaron, y cada uno se fue a vivir con un familiar diferente. “Mi hermana mayor se fue con una hermana de mi papá, mi hermanito con mi papá, y yo con la abuela, pero no me sentí bien recibida. Por eso, después me fui a vivir a la casa de una amiga. Yo trabajaba en una tienda que ellos tenían para pagar con trabajo, el techo y la comida que me daban”, dice.
Sin embargo, cuenta que no se sentía a gusto. Fue cuando ella misma se cuestionó, si esa era la vida que quería para sí misma.
Al ver a su hermanito de 15 años, que no estudiaba y se la llevaba en la calle con preocupación de que fuera a caer en alguna adicción, decidió decirle a su mamá que vivía en Los Ángeles que querían reunirse con ella.
“Mi hermanito y yo tomamos un autobús. Nunca habíamos viajado. Nunca habíamos salido de la ciudad de Durango. Todo era nuevo para nosotros”, recuerda.
“Llegamos a Tijuana y nos fuimos a un motel. Ahí estuvimos tres o cuatro noches, cuando decidimos entregarnos a los oficiales de migración en la frontera sur y pedirles asilo”, recuerda.
La hielera y el albergue
Fue en la línea de espera para entrar a Estados Unidos cuando los dos hermanos se separaron, y no se volverían a ver hasta semanas más tarde.
“A mí me detuvieron y me mandaron a unas celdas que le dicen hieleras por tres días, pero salí deportada. En Tijuana, me tuvieron unos días en el DIF (Sistema de Protección para Menores de México. Al salir, volví a pedir asilo en la frontera. De nuevo me llevaron a la hielera. Esta vez, días después me transportaron a un albergue en Arizona”, recuerda.
En ese lugar pudo hablar con su madre por teléfono. La organización Kids in Need of Defense (KIND) quien la conectó con la abogada Linda Dakin-Grimm.
“Me sacaron el 24 de diciembre de 2015 del albergue, me subieron a un avión rumbo a Los Ángeles, y el 25 de diciembre pude reencontrarme con mi madre. Mi hermanito ya estaba con ella. A él lo dejaron salir más pronto que a mí”, explica.
Su madre la inscribió en una escuela pública, pero con el apoyo de su abogada Dakin-Grim y el obispo auxiliar David O’Connell fue matriculada en la secundaria del Sagrado Corazón en el Lincoln Heights.
“Inmediatamente me sentí bienvenida. Me apoyaron mucho mis maestros y mis compañeras. Lo más difícil fue el inglés. Tuve que dedicarme y estudiar mucho. Pasé muchas noches de desvelo. Al principio usaba mucho el Google para traducir, pero un día me di cuenta que ya no lo estaba usando y no sentía que lo necesitaba”.
Una estudiante muy dedicada
Raymond Saborio, director de la secundaria católica Sagrado Corazón dice que un día recibió una llamada del obispo de San Gabriel, David O’Connell, quien le pidió aceptar a una estudiante que era una menor no acompañada.
“Yo le dije que claro. Al año, las colegiaturas de la secundaria cuestan 7,000 dólares, pero la Fundación para la Educación Católica (CEF) le dio una beca de 5,000 dólares. El obispo y la abogada ayudaron con el resto, y hasta su mamá quien trabaja para la panadería La Favorita ganando el mínimo ha apoyado con lo que ha podido”, dice el director.
“Daniela llegó muy penosa, pero se ha distinguido por siempre saludar y ofrecer a todos una sonrisa”, platica.
Desde el primer día de la escuela, a Daniela se le notó el empeño. “Puso mucho esfuerzo y es muy estudiosa. Siempre salió con altos honores. El cambio académico de cómo llegó hace tres años al día de su graduación, ha sido de la noche a la mañana”, anota el director.
Daniela asistirá dos años al Colegio Comunitario del Este de Los Ángeles a partir de agosto bajo un programa especial que ayuda a los estudiantes inmigrantes, pero ya ha sido aceptada ya por la Universidad Loyola Marymount (LMU) para transferirse.
“Me gustaría mucho estudiar para ser enfermera”, dice esta joven quien afirma sentirse “súper contenta” porque es la primera vez que alguien en su familia entera se gradúa de la secundaria. “Quiero ir a la universidad. Quiero sacar a mi mamá de trabajar. Ella tiene ahora dos trabajos. Tampoco quiero fallarle a todos los que me han ayudado”, dice.
Historia triste con final feliz
Jossiel A. Moreira, abogado en la organización Kids in Need of Defense (KIND) dice que ellos tomaron el caso de Daniela en 2015 cuando todavía estaba en el albergue para menores no acompañados.
“En 2017 conseguimos una orden de la corte estatal para que la custodia de Daniela se la dieran a su madre. Solicitamos la residencia permanente y el estatus de joven especial inmigrante. En esa fecha se podían hacer ambas peticiones al mismo tiempo”, explica.
Este año, el mes pasado, Daniela obtuvo la residencia y el estatus de joven especial inmigrante. “En cinco años, ella puede solicitar la ciudadanía de los EE UU”, precisa.
“Su historia es muy triste. Ella sufrió mucho en México sin el apoyo de su madre y de su padre. Nos da mucho gusto ver que se está graduado de la secundaria con honores y que va a ir al colegio”.
Daniela no ha sido la primera menor no acompañada inmigrante que es apoyada por el equipo de trabajo de migración conformado por la Arquidiócesis de Los Ángeles y las diócesis, San Bernardino, Orange y San Diego.