¿Cuándo todo esto termine, cómo hacemos para entendernos?
¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Quién tiene la razón?
Cuenta la historia que un padre ya anciano y su hijo pequeño iban caminando al pueblo a vender su burro, cuando se encontraron con un grupo de personas que, al ver a los tres caminando, opinaron, “El anciano no debería estar caminando, sino que debería ir montado en el burro”. El padre escuchó la sugerencia y se subió al burro. Al rato pasó otro grupo de personas y les gritaron, “El niño pequeño es quien debería ir montado en el burro, no su padre”. El anciano se bajó del burro y subió a su hijo. Nuevamente se volvieron a cruzar con un tercer grupo que criticó a ambos diciendo que tanto el padre como el hijo estaban cargando de más al pobre burro.
¿La moraleja? Al margen de enseñarnos a no dejarnos llevar por opiniones ajenas, la historia es un recordatorio de la diversidad y la validez de distintos puntos de vista, muchas veces diametralmente opuestos.
Después de cuatro años de decepciones, mentiras, teorías conspirativas y ataques constantes a la prensa libre, no va a ser fácil desenmarañar los hechos de la propaganda política, la mentira de la verdad.
La polarización del pueblo y la politización de todos y cada aspecto de nuestras vidas es tal, que hasta las medidas preventivas de sentido común para evitar la propagación del COVID-19, como por ejemplo el simple uso de barbijos, depende del partido político del individuo y no de una realidad que nos afecta a todos por igual.
Después de cuatro años de “locura normalizada” no va a ser fácil volvernos a entender.
Va a llevar tiempo dejar de normalizar el racismo, el odio, la mentira. En lugar de invertir nuestra energía en tratar de demostrar “que tenemos razón y que la única verdad es la nuestra”, necesitamos encontrar un punto medio.
Es posible, pero requiere que nos informemos, que investiguemos cuáles son las fuentes en las que se puede confiar y cuáles no. Requiere interés en descubrir la verdad, aunque no sea la que queremos escuchar. Requiere cuestionar nuestras propias posturas, nuestras indignaciones, nuestras banderas.
La intransigencia y el fanatismo nunca son buenos consejeros.
Es necesario cuestionar a los políticos y a los medios, pero también es necesario cuestionarnos a nosotros mismos. Dejar de repetir viejos mantras que ya no responden a esta inédita realidad.
No es fácil admitir que sí, nuestro punto de vista tiene sentido, pero también tiene sentido el punto de vista de quien no piensa como nosotros.
Estos últimos cuatro años destruyeron, entre otras muchas cosas, la confianza en los periodistas y en los medios y fomentaron la falta de tolerancia. El leitmotiv de “Si lo dice mi partido, lo defiendo. No importa que no tenga sentido, que ignore la ciencia, que ignore la lógica”, no tiene cabida en una sociedad abierta y tolerante.
Los políticos van y vienen, los gobiernos eventualmente terminan. Pero lo que siempre queda es el pueblo. Somos nosotros: demócratas, republicanos, independientes o desinteresados en la política quienes construimos un futuro en común.
El odio, la intolerancia, la división nos perjudican a todos. Cuando escuchamos y nos esforzamos en encontrar lo que nos une, en lugar de lo que nos diferencia, entendemos el punto de vista ajeno. Y aunque no siempre podamos coincidir, a menos podemos respetarlo y llegar a un acuerdo.
Tenemos que buscarle la vuelta para volvernos a entender.