El Papa contra la desertización
El Pontífice afirma que es necesario apoyarse en los textos del concilio para volver a anunciar a Cristo
CIUDAD DEL VATICANO, Italia (EFE).- Benedicto XVI abrió ayer el Año de la Fe en el día en el que se cumple medio siglo del Vaticano II con una solemne ceremonia en la que dijo que en estos decenios ha aumentado la “desertización espiritual” del mundo y es necesario apoyarse en los textos del concilio para volver a anunciar a Cristo.
Acompañado por 14 obispos casi centenarios que participaron en el Concilio Vaticano II así como de 400 prelados de la Iglesia Católica, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, Benedicto XVI dijo que el Año de la Fe es necesario más que nunca en el mundo actual, que vive “sin Dios”, de espaldas a Él.
“Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la Fe y una nueva evangelización es porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años, y la respuesta que hay que dar está contenida en los documentos del Vaticano II”, dijo el Papa.
“Si ya en tiempos del Concilio (1962-1965) se podía saber por algunas trágicas páginas de la historia (en referencia al nazismo y el comunismo) lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Hay una desertización espiritual, se ha difundido el vacío”, denunció.
El Papa agregó que de la experiencia de ese desierto, de ese vacío, se puede descubrir nuevamente “la alegría de creer, lo que es esencial para vivir”.
Joseph Ratzinger, que participó en el Vaticano II cuando era un joven de 35 años, profesor de teología, dijo que el Año de la Fe está vinculado al concilio, cuyo supremo interés fue que “el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz”.
El Obispo de Roma, al que se vio emocionado en algunos momentos, recordó que durante el concilio “había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe” en su tiempo, “sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado”.
“Por ello considero que lo más importante es que se reavive en la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio”, dijo.
El Obispo de Roma señaló que por ello es necesario regresar “a la letra” del concilio, “que evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante y permite acoger la novedad en la continuidad”.
En la ceremonia habló el patriarca ortodoxo Bartolomé I, quien destacó el avance del ecumenismo impulsado por el Vaticano II y abogó para que ese diálogo, que ha propiciado, entre otras cosas que las excomuniones recíprocas entre Oriente y Occidente del cisma de 1054 se hayan superado, lleve finalmente a la unidad de los cristianos.
Una procesión presidida por el papa y compuesta por 400 obispos, en recuerdo de la del 11 de octubre de 1962, cuando los 2.540 padres conciliares entraron en la basílica de San Pedro, abrió la ceremonia.
De aquellos 2.540 obispos aún están vivos 69. De ellos, catorce concelebraron hoy con el papa, entre ellos el cardenal brasileño Serafim Fernandes de Araujo, de 88 años, el arzobispo mexicano de 90 Arturo Antonio Symanski Ramírez; el uruguayo Roberto Cáceres, de 91 años, y el brasileño José Mauro Ramalho de Alarcón Santiago, de 87 años.
El evangeliario de la misa fue el mismo que se usó hace 50 años durante el concilio.
El Concilio Vaticano II fue clausurado por Pablo VI el 8 de octubre de 1965. En aquella ceremonia entregó el “Mensaje al Pueblo de Dios”, en el que se pedía la paz y la salvación de los hombres, a personas de diferentes ámbitos sociales.
Ayer Benedicto XVI recordó ese gesto y entregó el Mensaje, entre otros, al minero chileno Luis Alberto Urzua Iribarrem, que permaneció atrapado en una mina a 700 metros de profundidad durante más de dos meses con 32 compañeros, y la periodista mexicana Valentina Alazraki.