Supera Robin Williams calvario personal
Robin Williams logra gran audiencia con comedia 'The Crazy Ones'
En los años 80 y 90, Robin Williams fue una de las principales estrellas de Hollywood, con repetidos éxitos de taquilla y de crítica, como Good Morning, Vietnam, Dead Poets Society, Hook, Mrs. Doubtfire, Jumanji y Good Will Hunting, por el que ganó el Oscar.
Sin embargo, eventualmente, su estrella se apagó.
Ahora, Williams vuelve a la pantalla chica tras más de 30 años alejada de ellas después de Mork en la comedia de The Crazy Ones, del productor de Ally McBeal y Boston Public, David E. Kelly.
En ella interpreta a un excéntrico publicista. Sarah Michelle Gellar, es su coestrella, en el papel de hija y socia.
El comediante, de 62 años, reconoce que la última etapa de su carrera, en la que enfrentó problemas de alcoholismo y rupturas matrimoniales, ha sido difícil.
“La idea de tener un trabajo estable es atractiva”, declara Williams a la revista Parade. “Tengo [otras] dos opciones: salir de gira haciendo comedia, o hacer pequeñas películas independientes trabajando casi por el salario mínimo sindical”.
Y es que su situación económica, confiesa, no es la mejor. “Hay recibos que pagar. Mi vida ha sufrido un recorte, en el buen sentido de la palabra. Estoy vendiendo el rancho en Napa [California]. Simplemente ya no puedo solventarlo”.
Williams ha enfrentado dos divorcios: de Valerie Verlardi, en 1998, y de Marcia Garces, en 2008. Actualmente, está casado, desde 2011, con la diseñadora gráfica Susan Schneider.
“Perdí suficiente. El divorcio es caro. Te arranca el corazón a través de la cartera”, dice con su peculiar sentido del humor.
Williams también se muestra muy franco respecto a una recaída tras 20 años de sobriedad.
“Un día entré a una tienda y vi una pequeña botella de whiskey. Y entonces esa voz, yo la llamo el ‘poder más bajo’, dice: ‘Oye, sólo una probadita. Sólo una’. Me la bebí, y hubo ese breve momento en que pensé: ‘¡Oh, estoy bien! Pero se intensificó rápido”, recuerda.
“En cuestión de una semana estaba comprando tantas botellas que sonaba como móvil de campanillas caminando por la calle”, bromea.
Su recaída obligó a su familia a ingresarlo en un centro de rehabilitación en 2006. “No fue tanto una intervención sino más un ultimátum. Como que todos dijeron: ‘tienes que hacerlo’. Y yo dije: ‘Sí, tienen razón'”, expresa.