window._taboola = window._taboola || []; var taboola_id = 'mycodeimpremedia-laopinion'; _taboola.push({article:'auto'}); !function (e, f, u, i) { if (!document.getElementById(i)){ e.async = 1; e.src = u; e.id = i; f.parentNode.insertBefore(e, f); } }(document.createElement('script'), document.getElementsByTagName('script')[0], '//cdn.taboola.com/libtrc/'+ taboola_id +'/loader.js', 'tb_loader_script'); if(window.performance && typeof window.performance.mark == 'function') {window.performance.mark('tbl_ic');}

Adiós Gustavo, un asesinato más

Con un promedio de un homicidio cada hora y media, Guatemala sigue entre los países más violentos de Latinoamérica

La tasa de homicidios de un país no refleja casos como el de Gustavo. Estos se pierden en las noticias de muertes violentas.

La tasa de homicidios de un país no refleja casos como el de Gustavo. Estos se pierden en las noticias de muertes violentas. Crédito: Morguefile

La noche del 4 de julio, Gustavo Adolfo Estrada Cruz estaba parado frente al edificio donde rentaba una habitación, en la zona 1 de la capital de Guatemala, cuando un balazo en el pecho lo mató instantáneamente.

Era periodista—había sido camarógrafo de televisión—pero trabajaba cuidando vehículos en el estacionamiento de una empresa de transporte colectivo, a falta de conseguir empleo en un telenoticiero. Intentó dar clases en una escuela pública, pero terminó amenazado de muerte por algunos alumnos que querían ganar el grado sin hacer la tarea, o asistir a clases. Entonces, optó por trabajar en el estacionamiento y tratar de volver al periodismo—hasta que una bala acabó con todo.

Un guardia de seguridad en la empresa de autobuses, donde Gustavo trabajaba, supo que le dispararon desde un vehículo. Las balas también alcanzaron a dos personas que lo acompañaban; una recibió un balazo en el ojo. La otra no resultó herida de gravedad. No sabía nada más. Casi dos meses después, en los archivos de los periódicos en la Internet sólo quedaba el anuncio del sepelio de Gustavo el 6 de julio.

Cuando me encontré con Gustavo a principios de año en la estación de autobuses, casi no lo reconocí, hasta que sonrió. Lo recordaba alto, fornido, pero estaba demacrado; las facciones, endurecidas—un efecto de las penas económicas, o de vivir y/o trabajar en la calle.

Aún así, Gustavo sonreía fácilmente, una de esas sonrisas que ocupan toda la cara. Habían pasado casi 15 años desde que trabajamos en el mismo medio, pero todavía recordaba mi nombre y el de los compañeros de entonces.

Cuando el guardia de seguridad mencionó la balacera, pensé que pudo ser alguna rencilla contra Gustavo o sus acompañantes, o un acto de iniciación entre pandilleros—que suele incluir matar a una persona al azar. Un sinsentido.

Gustavo era una suerte de director de tránsito en un estacionamiento para siete vehículos, donde solía acomodar hasta 12 en doble fila. Pero no faltaba quien estacionara su enorme pickup o Hummer a medio camino, bloqueando la salida de todos. Solía ser alguien con planta de “narco junior”, con ínfulas de importante, que se ofendía cuando Gustavo (con toda la cortesía del caso) le pedía que “por favor” estacionara su vehículo adecuadamente.

Era difícil hablar con Gustavo cuando estaba por salir un autobús. Parecía desdoblarse para abrir puertas de vehículos, dar la bienvenida a los pasajeros, cargar sus maletas, hacer conversación mientras les acompañaba a la oficina de la estación, y salir de prisa para repetir el proceso una y otra vez. Gustavo hizo cuanto pudo para sobrevivir, sin dejar morir su sueño de volver al periodismo. Pero no esperó que la lotería de la violencia lo tomara por sorpresa.

La tasa de homicidios de un país no refleja casos como el de Gustavo. Estos se pierden en las noticias de la ola de muertes violentas, que en Guatemala comenzó a bajar en 2010 y a subir en 2013, y que las autoridades no logran contener. Con un promedio de un homicidio cada hora y media, el país sigue entre los más violentos de Latinoamérica.

Ahora al mandatario de Guatemala, Otto Pérez Molina, le ha dado por decir que durante su campaña presidencial lo suyo no fueron promesas (aplicar “mano dura” contra la violencia, por ejemplo) sino “compromisos”. Pero el mandatario le falló a Gustavo y a muchos más.

De “Tavo” queda el recuerdo de su enorme sonrisa, y la desolación que causa que un ser humano luchador acabe así. No se vale.

En esta nota

asesinatos Guatemala muerte violencia
Contenido Patrocinado