Un comandante al frente de la autodefensa de Xaltianguis
Miguel Ángel Jiménez Blanco es el "comandante" de la autodefensa integrada por vecinos de Xaltianguis para liberarse de los criminales
Miguel Ángel Jiménez Blanco, quien está a cargo del grupo que mantiene a raya las actividades del crimen organizado en Xaltianguis, tiene experiencia dirigiendo personas. Sólo que antes de traer fajada una pistola, él organizaba a mujeres que vendían perfumes de la empresa Jafra.
“Es la primera vez en mi vida que trabajo con puro hombre”, dice quien a finales de la década de 1990 anduvo por Oregon, Washington y el área de Los Ángeles buscando una mejor vida, un recorrido común entre los habitantes de este pueblo con muchas casas de adobe y pocas calles de concreto.
De 43 años, Jiménez Blanco ha logrado realizar un proyecto del que ya se hablaba hace más de dos décadas: que los residentes unidos tomaran la justicia por mano propia. Hoy los enemigos son las bandas del crimen organizado, de las que ya no se les ve ni la sombra por estos lares.
Pero sólo con la vigilancia de medio millar de hombres y mujeres “valientes”, el pueblo volverá a respirar en calma, dice el “comandante” de la autodefensa. “Es la única forma de controlar, de poder manejar nuestro pueblo como queremos […], que cuando alguien se atreva [a atacarlos] se enfrente a un ejército”, comenta el líder, recién despierto de una siesta, el único descanso del día.
“Queremos que volvamos a lo que dice nuestro himno nacional, que ‘un soldado en cada hijo te dio’, y creo que vamos a lograrlo”, expresa el dirigente de la policía comunitaria. Esto lo ha dicho antes de reclutar a un centenar de mujeres, que les apoyaron en otras labores desde el inicio del movimiento.
Y es que en Xaltianguis todos están invitados a tomar las armas, incluso aquellos con mala conducta. Aquí el único requisito es querer ahuyentar a los narcotraficantes. “A mí me han preguntado: ‘¿por qué los que estaban haciendo desmadre están cambiando?’. Ya se están dando cuenta que los escandalosos se convierten en policías comunitarios”, comenta Jiménez Blanco soltando una carcajada. “Lo que estamos haciendo es que [los encaminamos a que] le agarren cariño y amor al movimiento”, añade.
Las palabras de los compañeros y las atenciones de la gente cuando hacen rondines, han ido ablandado a los más revoltosos, según el mandamás de la comunitaria. “Toda la gente sale a decirnos adiós, a darnos las gracias y hasta uno se pregunta: ‘¿pues qué tanto hemos hecho?'”, comenta.
Afuera de la comandancia del poblado, ahora protegida con costales de arena y hombres empuñando armas, se observan dos muchachos con cara de regañados. Llevan quince días bajo el “sistema de reeducación”. El grupo insiste en que no están detenidos, sino escuchando consejos, readaptándose.
Uno de los chicos trató de extorsionar a su familia y al otro lo llevó su padre porque no lo aguantaba en casa. A ninguno se le ve intensión de querer huir. ¿La razón? “Les aclaramos que si corren les damos un balazo, simplemente, ahí ellos verán”, dice el “comandante” viéndolos de reojo.