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Conexión cerebro-estómago: cómo se explica el fenómeno de la somatización

La ciencia ha descubierto que la conversación entre cerebro y estómago tiene un tercer participante crucial: la microbiota intestinal

Conexión cerebro-estómago: cómo se explica el fenómeno de la somatización

Las emociones pueden empeorar el síndrome de intestino irritable. Crédito: Doucefleur | Shutterstock

El cuerpo humano funciona como un sistema integrado donde la mente y los órganos mantienen una comunicación constante y bidireccional. Durante décadas, la medicina occidental había separado tajantemente lo físico de lo psicológico, tratando al cuerpo como una máquina independiente de las emociones y pensamientos. Sin embargo, el avance de la neurociencia y la investigación médica ha demostrado que esta división es artificial: el cerebro y el sistema digestivo mantienen un diálogo permanente a través de una compleja red de neurotransmisores, hormonas y señales nerviosas.

Esta comunicación cobra especial relevancia cuando hablamos de somatización, ese proceso mediante el cual el malestar emocional se traduce en síntomas físicos reales y medibles.

El estómago, que alberga millones de neuronas en lo que los científicos llaman el “segundo cerebro”, se ha convertido en el foco de estudio para comprender cómo el estrés, la ansiedad y otras alteraciones psicológicas pueden manifestarse como dolor abdominal, náuseas o trastornos digestivos crónicos.

Entender esta conexión no solo cambia nuestra forma de abordar ciertas enfermedades, sino que abre la puerta a tratamientos más integrales y efectivos.

Eje cerebro-intestino: una autopista de doble sentido

La conexión entre el cerebro y el estómago no es una metáfora, sino una realidad anatómica. El nervio vago, una de las estructuras nerviosas más extensas del cuerpo, actúa como una superautopista de información que conecta el cerebro con el tracto gastrointestinal. Esta vía de comunicación transmite señales en ambas direcciones: el cerebro envía órdenes que afectan la digestión, mientras que el intestino envía información sobre el estado del sistema digestivo, la presencia de nutrientes y hasta las señales de las bacterias que lo habitan.

El sistema nervioso entérico, compuesto por aproximadamente 500 millones de neuronas distribuidas a lo largo del tracto digestivo, opera con considerable autonomía, pero mantiene una comunicación constante con el sistema nervioso central. Esta red neuronal produce neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, las mismas sustancias químicas asociadas con el estado de ánimo y las emociones. De hecho, cerca del 90% de la serotonina del cuerpo se produce en el intestino, lo que explica por qué alteraciones en el sistema digestivo pueden afectar nuestro bienestar emocional y viceversa.

Cuando las emociones se instalan en el estómago

La somatización representa uno de los fenómenos más fascinantes de esta conexión cerebro-intestino. Cuando una persona experimenta estrés crónico, ansiedad o conflictos emocionales no resueltos, el cerebro puede traducir el malestar psicológico en síntomas físicos reales en el sistema digestivo. No se trata de síntomas imaginarios o fingidos, sino de manifestaciones corporales auténticas que pueden medirse y observarse clínicamente.

El mecanismo detrás de este fenómeno involucra la activación del sistema nervioso autónomo, particularmente la rama simpática conocida como respuesta de “lucha o huida”. Cuando el cerebro percibe amenaza o estrés, libera cortisol y adrenalina, hormonas que alteran la motilidad intestinal, modifican la permeabilidad de la barrera intestinal y afectan la composición de la microbiota. Estos cambios pueden provocar síntomas como dolor abdominal, diarrea, estreñimiento, náuseas o sensación de plenitud, incluso en ausencia de una patología orgánica identificable.

Intestino irritable: un caso paradigmático

El síndrome del intestino irritable ejemplifica perfectamente cómo funciona la somatización en el eje cerebro-intestino. Esta condición, que afecta a millones de personas en todo el mundo, se caracteriza por dolor abdominal recurrente, cambios en los hábitos intestinales y molestias digestivas sin que exista una lesión estructural identificable en los estudios médicos convencionales.

Las investigaciones han demostrado que las personas con intestino irritable presentan una hipersensibilidad visceral: perciben las señales normales del intestino como dolorosas. Esta amplificación de las sensaciones intestinales está mediada por cambios en cómo el cerebro procesa las señales provenientes del abdomen. Además, existe una clara correlación entre episodios de estrés emocional y el empeoramiento de los síntomas, lo que confirma el papel central de los factores psicológicos en esta condición.

Microbiota, el tercer actor en conversación

En los últimos años, la ciencia ha descubierto que la conversación entre cerebro y estómago tiene un tercer participante crucial: la microbiota intestinal. Los billones de microorganismos que habitan nuestro intestino no son meros inquilinos pasivos, sino agentes activos que pueden influir en nuestro estado de ánimo, comportamiento y respuesta al estrés.

Estas bacterias producen metabolitos y neurotransmisores que afectan directamente al sistema nervioso. Algunas especies bacterianas producen ácido gamma-aminobutírico, un neurotransmisor con efectos calmantes, mientras que otras generan sustancias proinflamatorias que pueden exacerbar tanto los síntomas digestivos como los psicológicos.

El estrés crónico puede alterar la composición de esta microbiota, generando un círculo vicioso donde el desequilibrio bacteriano perpetúa tanto los síntomas digestivos como el malestar emocional.

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