Crítica ‘Iris’: Con la boca abierta

'Iris', de Cirque du Soleil, cumple las expectativas sin revolucionar el género

A tenor de la reacción de la audiencia que aplaudió a rabiar a los miembros del reparto de Iris el domingo por la tarde, en su estreno oficial y mundial -tras algo más de dos meses de representaciones previas-, el nuevo show de Cirque du Soleil no debería preocuparse por el éxito de la propuesta, la primera que toma el centro de Hollywood como sede exclusiva.

Durante sus casi 100 minutos de duración -interrumpidos por un intermedio de 20-, el público, entre el que se encontraban estrellas como Matthew McConaughey o Neil Patrick Harris, interrumpió con sus aplausos y gritos de aprobación las acrobacias y números musicales representados frente a ellos.

Una reacción más que apropiada.

No porque Iris sea un espectáculo revolucionario (no lo es en absoluto). O porque su narrativa sea especialmente atractiva (más bien al contrario: es confusa y carente de alma).

Iris funciona como show visual y musical, gracias a su apabullante coreografía y, sobretodo, a la extraordinaria partitura de Danny Elfman, el celebrado compositor de las bandas sonoras de películas como Batman, Edward Scissorhands, The Nightmare Before Christmas, Spider-Man, Alice in Wonderland o el tema principal de The Simpsons (por cierto, el mismo Elfman inició la representación del domingo con una hilarante canción en la que advirtió a los presentes del empleo de teléfonos celulares, entre otros avisos).

La historia, si se puede llamar así, presenta a dos actores, Buster y Scarlett (sendas referencias a la estrella del cine mudo Buster Keaton y a Scarlett O’Hara, el personaje protagonista de Gone with the Wind) tratando de sobrevivir y enamorarse en una serie de secuencias que resumen diversos géneros cinematográficos.

La mayoría de las ocasiones, esa es solo una excusa.

La narrativa está tan desconectada de Buster y Scarlett que uno se pregunta más de una vez por qué razón los responsables de Iris no se decantaron por simplemente ofrecer un recorrido por el mundo del cine sin un nexo de unión tan endeble como el que ofrecen esos dos personajes.

Los mejores momentos del show -siempre acompañados por la maravillosa música de Elfman- son los más íntimos, como el de la pareja de acróbatas masculinos que enlazan sus cuerpos como si fueran solo uno por encima de la platea del Teatro Kodak, el del grupo de contorsionistas asiáticas que deslumbran con sus posiciones extremas, el del número musical mágico frente a una pantalla que recrea y expande los movimientos de los bailarines, el dedicado a los llamados juegos Icarios, con ocho acróbatas perfectamente sincronizados o el final, en el que Scarlett ejecuta equilibrios sobre diferentes tarimas.

Claro que cuando Iris aprovecha de lado a lado el escenario del teatro, el resultado no deja de ser arrebatador, como el excelente número que abre el segundo acto, y que resulta ser el más Broadway de todos ellos, con decenas de bailarines recorriendo de punta a punta los espacios de un plató de cine, o el dedicado al cine negro, con una persecución, algo caótica en ocasiones, en los tejados de una ciudad que bien podría ser Nueva York.

Los intentos de aportar humor al conjunto funcionan a medias: el de un mago jugando con su sombrero es de lo más mediocre, mientras que una falta entrega de premios de cine, aunque demasiado largo, logra su propósito.

Iris sabe como dejar con la boca abierta a los espectadores, de eso no cabe la menor duda. Cirque du Soleil lleva haciéndolo desde hace décadas: si bien en sus shows en Las Vegas, como O, Zumanity o Ka, sacan un provecho apabullante de teatros específicamente diseñados para la ocasión, en Iris el director Philippe Decouflé reduce la visión de la compañía para adaptarla al Teatro Kodak, lo que en cierta forma hace al conjunto mucho más acogedor e íntimo.

Pero no por ello menos circense. El final, con trapecistas volando sobre la platea y el escenario en ebullición así lo atestigua.

Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain