ZONA DE JUEGO: Hay que ver para creer
El poder ver un amanecer, el disfrutar los colores del arcoiris cuando se mezclan los rayos del sol con las gotas de lluvia, el azul turquesa del mar, la belleza de una mujer caminando en la playa tiene, para mí, el mayor de los valores.
Con la vista puedo apreciar lo bello de todo lo que me rodea, puedo distinguir a aquellos con los que convivo, charlo, me río y discrepo.
Los ojos son la cámara de mi vida porque son los que me proporcionan las imágenes que quedarán guardadas en el archivo de mi mente por el resto de mi existencia.
La vista es lo más preciado que tenemos y por eso no me explico que haya gente dispuesta a perder un regalo tan maravilloso a cambio de plata, de dinero, de dólares.
En uno de sus tantos y maravillosos monólogos, el entrañable trovador argentino Facundo Cabral, cuenta que una vez el Señor bajó a la tierra para hablar con un pobre zapatero que se pasaba el día entero blasfemando su carencia de dinero.
El Señor, vestido de una persona común y corriente, se presentó ante el hombre pobre y le dijo: “sé que sufres mucho porque te falta dinero así que vengo a hacerte una oferta”.
“¿De qué se trata?”, respondió el zapatero.
“Estoy dispuesto a darte 100 millones de dólares”, le dijo el Señor.
“¡100 millones!”, exclamó el pobre.
“Y dime, ¿qué tengo que hacer para que me des esa cantidad de dinero?”, preguntó el azorado el zapatero.
“Te doy 100 millones de dólares a cambio a cambio de tus ojos”, respondió el Señor.
“¿Mis ojos?”
“¿Para qué quiero 100 millones de dólares si no voy a poder ver a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos, a la gente que amo?”, dijo el zapatero rechazando la oferta.
“¡Ah!… por fin te das cuenta que eres un hombre millonario, eres más rico de lo que siempre has creído”, contestó el Señor y se marchó.
Al parecer, Antonio Margarito nunca escuchó este diálogo, de haberlo hecho hubiera pensado bien las cosas antes de subirse al cuadrilátero para pelear en contra de Miguel Ángel Cotto el sábado 3 de diciembre.
En octubre del 2010, El boxeador tijuanense recibió una paliza inhumana por parte del filipino Manny Pacquiao.
En ese combate, Margarito sufrió la fractura del orbital de su ojo derecho y posteriormente un desprendimiento de retina.
Después de la golpiza, Margarito quedó tan mal que se llegó a pensar que perdería la vista de su ojo.
Después de varios meses de cirugías, terapias y tratamientos, el pugilista mexicano recuperó el campo visual del ojo afectado, y literalmente no se veía la posibilidad que volviera a pelear dada la gravedad de su lesión ocular.
Margarito es un boxeador que hizo mucho dinero antes y después de la pelea contra Pacquiao y podía vivir cómodamente el resto de su vida sin tener que volver a subir a un ring.
Hacerlo conllevaba el gran riesgo de perder la vista del ojo derecho, pero eso no le importó al “Tornado de Tijuana”.
Al aceptar el duelo contra Cotto, Margarito valoró más una recompensa millonaria y dejó en segundo término sus ojos, aquellos que le permiten ver cada día la belleza de su esposa y la sonrisa de sus hijos.
En la pelea contra Cotto, Margarito terminó con el ojo derecho cerrado, dañado, sangrado, deforme.
Ojalá, un día, el Señor baje a hablar con Margarito antes de que sea demasiado tarde.