Miles de vidas marcadas por el carbón

Mineros enfrentan diversos problemas que ponen en juego sus vidas

René Pérez, minero de "El Bóker" y quien vive junto a sus compañeros las penurias de excavar la mina de carbón.

René Pérez, minero de "El Bóker" y quien vive junto a sus compañeros las penurias de excavar la mina de carbón. Crédito: Gardenia Mendoza / La Opinión

Primero de una serie de tres partes

LA FLORIDA, México.- La pequeña Hillary Renata es la única de los Pérez que disfruta la puesta de sol teñida de rojo de principios de invierno. Con las manos levanta puñaditos de tierra reseca del patio de su casa, los lanza al aire y mira de reojo a la familia sentada en oxidados sillones de mimbre, callada por una trágica noticia que la niña no entiende porque sólo tiene dos años.

El hijo adolescente de Plutarco Ruiz, uno de los mineros del pueblo, se suicidio. Se colgó de un árbol siguiendo el ejemplo del padre que intentó hacerlo dos semanas atrás en medio de un laberinto de desgracias que inició cuando el jefe de su familia se quedó atrapado durante una semana en una minúscula mina de carbón.

“Desde entonces ya nada volvió a ser igual”, describe René Pérez, el papá de Hillary y excompañero de trabajo de Plutarco en el “pocito” conocido como “El Bóker” una excavación de carbón de 100 metros de profundidad, pero con una circunferencia de 90 centímetros por donde sólo cabe un tambo destartalado que sirve de transporte de los mineros hacia las entrañas de la tierra.

René recuerda el siniestro mirando el horizonte, sin brillo en los ojos; la esposa, la madre y el padre tienen la misma expresión. “Yo di el picotazo que rompió el conducto de agua”, recuerda. “Entró con tanta fuerza que me arrastró como 85 metros, pero me levanté y pude salir.

El pozo se inundó con 14 trabajadores dentro; 12 fueron rescatados, uno murió y Plutarco no alcanzó la salida: el líquido cubría todo, excepto a él que se refugió en un montículo, sin lámpara, a obscuras.

Sobrevivió porque con las manos descubrió una manguera de comprensión de aire que se usan para sacar el carbón. De ahí sacaba oxígeno. También tuvo la suerte de que el túnel donde se frenó la corriente de agua no colapsó y que sus compañeros trabajaron día y noche para sacarlo.”Sabíamos que la mina tenía el riesgo de inundarse, pero aquí para comer hay que trabajar”, dice René frente a su calle sin asfaltar, desértica como los 20,000 kilómetros cuadrados de la región carbonífera del norteño Coahuila, donde viven alrededor de 580,000 habitantes.

Los Pérez ven pasar a mujeres, hombres y niños con velas en la mano. Callados.

Cristina Auerman, una activista de la congregación jesuita para la Movilidad Laboral, que llegó a solidarizarse a la región, se estremese. “Es una tierra maldita, maldecida por la avaricia”, describe entre dientes. “Se hizo una cultura empresarial y gubernamental donde se da por hecho que la muerte de los mineros es un destino en donde nadie es responsable”.

En esta larga lista de siniestros posteriores a 1,883 han muerto, 1,714 mineros de acuerdo con un reporte del Sindicato Nacional de Caminos y Puentes Federales de Ingresos, que asumió parte de la defensa de los caídos frente a un sindicato minero acusado de corrupciones.

En Coahuila, después de la muerte de 65 mineros en Pasta de Conchos en febrero de 2006, han fallecido 33 más en dudosas condiciones de seguridad que han dejado en evidencia la ausencia de vigilancia del Estado.

Un informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos reportó omisiones por constantes de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social de inscribir a las compañías en el Directorio Nacional de Empresas y por falta de inspección en materia de seguridad e higiene y prevención de accidentes.”Con las 376 plazas de inspectores federales con que cuenta en el estado, cada inspector tendría que visitar más 1,063 centros del trabajo al año, es decir, cuatro o cinco diarios, lo cual es materialmente inviable”, describió en un informe.

‘El Bóker’ había sido clausurado por las autoridades en octubre de 2008, pero sigue operando, aún después de la inundación. Sube y baja obreros metidos en bote de lámina halado con cuerdas tiradas por un viejo motor de auto puesto sobre el piso y conducido por un obrero que se sienta en un pedazo de sillón y cubierto por una carrocería de hierros antiguos, como en un deshuesadero.

A la falta de inspección oficial al campo de trabajo de los mineros regularmente se suma una cadena de infortunios que pasa por sueldos de 60 dólares semanales, la falta de indemnización de las familias en casos de muerte y de atención física y psicológica cuando el obrero queda incapacitado o traumatizado.

Después de ser rescatado de ‘El Bóker’, Ruperto fue internado en una clínica de psiquiatría del Instituto Mexicano de Seguro Social porque no dejaba de hablar de la muerte.

En realidad, sortear la muerte ha sido su vida de minero. Antes de la inundación tuvo dos accidentes: primero logró sobrevivir a una explosión de gas metano y después resbaló de un cable de acero desde una altura de 90 metros.

El psiquíatra le recetó sedantes y lo envió a “relajarse”, pero de regreso con la familia y sin trabajo su estabilidad emocional empeoró: peleó con la mujer por alcoholismo, se divorció, le prendió fuego a su casa e intentaba ahorcarse, pero el hijo lo rescató el mismo que ahora ve tendido en el ataúd. “El minero se muere por fuera y por dentro porque su trabajo no tiene frutos, sino desdichas”, describe Ruperto Segura, inspector de mantenimiento de Altos Hornos de México (Ahmsa), quien se sumó a la tristeza de La Florida, y trata con su presencia de consolar a Ruperto, encogido de frío y dolor en el traspatio de su hogar.

“En la región carbonífera deberíamos de vivir bien porque hay riqueza debajo de nosotros, pero viene gente de fuera, políticos, millonarios, y una vez que tienen la concesión que otorga el Estado la riqueza se va a unas pocas manos”.

En 2010 las ventas totales de acero y carbón de Ahmsa, por ejemplo, fueron, de 33,366 millones de dólares, según sus propios reportes; la mayor parte extraído y procesado en Coahuila, pero la calidad de vida no llega aquí.

Ni siquiera porque las oficinas corporativas están en Monclova, uno de los 10 municipios que conforman la región carbonífera del estado junto con Múzquiz, Progreso, Sabinas, San Juan de Sabinas, Nava, Escobedo, Juárez y Piedras Negras.

El hijo de Plutarco es enterrado en un desolado paraje, sin jardines ni agua potable, una Florida sin flores; en medio de casas a medio construir. Uno de sus amigos llora sobre el féretro, un jovencito escuálido que golpea el cristal y pregunta a gritos ‘¿por qué?’ como si no supiera la respuesta.

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