Elecciones: El papel del Estado

El exgobernador de Massachusetts, Mitt Romney, se consolida como líder en las primarias republicanas al ganar en Illinois su victoria número 21 de un total de 32 comicios, lo cual hace casi imposible que otro aspirante logre coronarse como el candidato republicano que enfrentará al demócrata en noviembre.

De hecho, su discurso de triunfo se enfocó en el presidente Barack Obama, a quien acusó de “asaltar nuestras libertades” al limitar y regular el mercado libre que es el “secreto” del éxito de Estados Unidos, afirmó; o sea, su mensaje diseñado para la elección general.

En el trasfondo de esa noción está, sin embargo, la disputa entre el mercado y el Estado.

Mientras para los republicanos (neoliberales) el mercado, con las menores interferencias del gobierno, es el mecanismo esencial de regulación de los procesos económicos. Para los demócratas (keynesianos) el capitalismo no podía recuperarse, sobre todo después de una crisis, sin políticas públicas que estimularan la demanda agregada, es decir, el consumo y la inversión del sector privado y el gasto público.

Obama confirma esta tendencia. Planteó un “Plan para un Estados Unidos construido para durar” y que cubre un amplio terreno de intervención del Gobierno.

El proyecto es muy explícito. Admite el enorme deterioro de la situación de las clases medias por la pérdida de empleos e ingresos y de la capacidad de consumo y ahorro. La desigualdad económica es hoy más grande que en muchas décadas.

El caso es que irremediablemente se necesita del Estado.

A pesar del clamor de los políticos republicanos, sobre todo los más cercanos al Tea Party, por una menor presencia del Estado y el mayor espacio posible para la acción individual, este ha intervenido decisivamente para prevenir un colapso económico, luego de los excesos financieros acumulados por muchos años.

El discurso neoliberal oculta este auxilio. Los republicanos atribuyen la crisis a la “irresponsabilidad fiscal” y despotrican contra el Gobierno que despilfarró dinero en gastos improductivos. Pero omiten recordar que estos desembolsos sostuvieron inicialmente la expansión de la economía y que el descontrol posterior obedeció al rescate de los bancos para prevenir la interrupción de las transacciones.

Reclaman fijar un estricto techo al endeudamiento y eluden mencionar que el socorro otorgado a los financistas contradice todos los principios del libre-mercado.

Y mientras los demócratas, generalmente, quieren que la superélite haga por lo menos una cierta contribución a la reducción del déficit a largo plazo, los republicanos desean cortar los impuestos de la superélite, así como reducir radicalmente la Seguridad Social, el Medicare y el Medicaid, en nombre de disciplina fiscal.

Pero lo que estos conservadores severos odian, por encima de todo, señala el economista Paul Krugman, es la dependencia de los programas del Gobierno.

Rick Santorum afirma que el presidente Obama está enganchando a Estados Unidos al “narcótico de la dependencia”. Newt Gingrich ha llamado a Obama el “mejor presidente de cupones de alimentos” de la historia, e inmediatamente relacionó a los cupones de alimentos con los afronorteamericanos. Romney advierte de que los programas gubernamentales “fomentan la pasividad y la pereza”.

Llamó la atención que ninguno hablara de las regiones de Estados Unidos más enganchadas al narcótico, de las regiones en las que los programas del Gobierno representan la mayor proporción de la renta personal, que son precisamente los Estados más conservadores, y ellos sus representantes.

Aaron Carroll, de la Universidad de Indiana, nos dice que, en 2010, los habitantes de los 10 estados que Gallup considera “más conservadores” recibieron el 21.2% de sus ingresos en forma de transferencias gubernamentales, mientras que el porcentaje de los 10 estados más liberales fue de solo el 17.1%.

Las elecciones de este año en Estados Unidos son, en gran medida, un referéndum sobre el grado de intervención que se le permite al Estado para que sitúe al país en el camino de su propia revitalización.

En un discurso pronunciado en New Hampshire, Romney afirmó: “El Presidente Obama quiere transformar a Estados Unidos; nosotros queremos restaurar a Estados Unidos para volver a los principios fundacionales que hicieron grande a este país. Él quiere convertir a Estados Unidos en un Estado de bienestar social al estilo europeo; nosotros queremos asegurarnos de que continuaremos siendo un país libre y próspero, la tierra de las oportunidades”.

En términos políticos, los estadounidenses tendrán que escoger entre una oferta -la de Barack Obama- que defiende un Estado responsable de la suerte de los menos favorecidos, y la de cualquiera que sea el candidato republicano (léase Romney) que apostará por reducir aún más el espacio de influencia del Gobierno.

“Lo he dicho antes y me reafirmo en ello: de esta campaña depende salvar el alma de América. Esta elección presenta dos opciones. Dejar la nación en manos de Washington o dejarla en manos de gente, como nosotros, que pueda gestionarla de forma eficiente”, dijo Romney en su discurso en Detroit.

Romney ya anunció explícitamente a quién quiere representar. Se lo dijo a un atónito entrevistador de CNN: “No me preocupan los muy pobres. En Estados Unidos tenemos una red de seguridad”.

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