Religión: Pelean una batalla ya perdida
Don Salvador Madariaga dijo el siglo pasado que conocía tres pueblos que seguían luchando por causas perdidas: el irlandés, el polaco y el español. Si viviera hoy, agregaría a la lista dos grandes instituciones de Estados Unidos: el Partido Republicano y la Conferencia Episcopal Católica, aunque a veces uno piensa que son la misma cosa que se apoyan mutuamente, cuando hablan de los anticonceptivos.
Tomando pie de la metedura de pata de la Administración Obama, no hay otra manera de decirlo con claridad, acerca de quién o quiénes debían costear los anticonceptivos de las mujeres aseguradas, los republicanos y los obispos declararon la guerra a la Administración por haber dictaminado que los organismos católicos con empleados debían correr con los gastos. En realidad, la Administración decretó qué organizaciones eran religiosas, olvidándose de que la Primera Enmienda de la Constitución establece la separación de Iglesia y Estado y todos los católicos levantaron su voz unánime. Cuando trataron de arreglar el traspié, ya era tarde. Los republicanos se habían erigidos en defensores de la libertad religiosa contra los perseguidores de los católicos, Barack Obama y sus esbirros, y el entonces arzobispo y ya flamante cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, convocó a dar la batalla en defensa de esa libertad, y sigue haciéndolo aunque la Administración haya dado marcha atrás. Para ellos, dicen los obispos, no se trata de anticoncepción sino de principios morales y de libertad religiosa, como indica una reciente comunicación de prensa del arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, distribuida en las iglesias.
La sociedad civil, sin embargo, ha entendido que la discusión se centra en realidad en las pastillas anticonceptivas, como revela a las claras el escándalo suscitado por Rush Limbaugh, quien dejó de lado la libertad de religión para centrarse en las pastillas. A pesar de su crudeza e insultos personales al hablar de la declaración de una estudiante de derecho ante el Congreso, según informes de prensa, el cardenal Dolan se limitó a decir que la batalla debe llevarse con civilidad, es decir en términos educados que no pisoteen el respeto debido a las personas. El católico Rick Santorum, padre de siete hijos, ha levantado en su precampaña republicana, la bandera contra los anticonceptivos. Varios estados están a punto de prohibir a sus residentes el uso de los anticonceptivos para planificar la familia y Arizona incluso quiere exigir a las trabajadoras que informen de ese uso a sus supervisores. Entre paréntesis, sería instructivo que los vociferantes contra el uso de la píldora preguntaran a sus esposas e hijas e hicieran público el resultado de su pesquisa. Seguro que muchos se llevarían una gran sorpresa a menos que ya lo sepan e hipócritamente sigan la campaña para ganar puntos políticos.
Volvamos a la causa perdida. Por allá en los años 60 del siglo pasado, el uso de la llamada píldora anticonceptiva estaba tan extendido que el Concilio Vaticano II quiso pronunciarse sobre el asunto. Sin embargo, el papa Paulo VI se reservó el tema y para ello creó una comisión de estudio cuyo informe secreto de 1966, dado a conocer por un periódico católico en Estados Unidos, llegó a la conclusión de que la “anticoncepción artificial no es intrínsecamente mala”. El Papa rechazó el informe y en 1968 publicó su encíclica sobre la “Vida humana” (humanae vitae) condenando la planificación artificial, ya que todo coito debía estar abierto a la vida (cursivas mías), es decir, que cualquier relación sexual debía poder engendrar una vida. Aun así, se debe recordar que la encíclica en ningún momento presentó esa enseñanza como infalible como ex cathedra (cursivas mías). Algunos han tratado de hacerla infalible a posteriori. Demasiado tarde. El sensus fidelium ya hace tiempo que se ha pronunciado en contra y sigue pronunciándose.
Gran parte de la Iglesia Católica rechazó los argumentos papales y las jerarquías de Canadá, Alemania y Holanda la rechazaron abiertamente. No así la estadounidense, la cual se enfrentó públicamente, y castigaron, a un grupo de 87 teólogos de la región capitalina que tuvieron el atrevimiento de disentir de la Humanae Vitae.
Para entonces, sin embargo, los fieles católicos ya habían tomado parte en la discusión con el uso extendido de la pastilla con el objeto de programar “prudentemente”, como quería el Vaticano II, el crecimiento de la familia. Al respecto, el padre Andrew Greeley, sociólogo, hizo el siguiente comentario al término de una de las visitas apostólicas de Juan Pablo II a Estados Unidos (paráfrasis mía): “Escuchaban embelesadas al Papa. Luego iban a casa y tomaban la pastilla con la mayor tranquilidad de conciencia”. En eso estamos, mal que pese a los obispos quienes, apoyados por los republicanos, han visto la oportunidad de volver a pelear una batalla perdida. Como los irlandeses, polacos y españoles de Madariaga.