Sociedad: Ciudadano y/o patriota

La ciudadanía es dos veces un papel. Es un documento que registra la condición legal de un individuo como miembro de una sociedad en cierta área geográfica. Es también un papel protagónico, es decir el rol que le toca actuar al individuo, ya que ser ciudadano conlleva una serie de deberes y derechos que cada uno debe cumplir y respetar.

La ciudadanía es activa. Exige esfuerzo y participación constante. El patriotismo, por otro lado, es pasivo, emocional y temporal. Ese sentimiento que tiene un ser humano por la tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado por unos determinados valores, cultura, historia y afectos, requiere, hoy en día, golpearse el pecho, declarar amor por la patria e izar la bandera en el techo de su casa en ciertas ocasiones.

Se puede ser un buen ciudadano sin amar a la patria, sobre todo cuando la patria es adoptiva, un espacio físico donde habitamos y donde quizás no seamos aceptados del todo. Basta con la lealtad, con cumplir con las leyes, tomar responsabilidad por nuestro propio bienestar y el de la nuestra familia, no ser una carga para el estado, participar en las elecciones, etc. Para el inmigrante o hijo de inmigrante, el amor a ese suelo elegido puede llegar después, con el tiempo, con la familiaridad, como dicen sucede en algunos matrimonios concertados.

Pero en el Siglo 21 y en países con cada día hay más diversidad racial y étnica en su población, ¿se puede ser un buen patriota sin ser un buen ciudadano? Creo que no.

El patriotismo se convirtió en un concepto fácil y devaluado, que llevado a extremos desemboca en chovinismo o patriotería. En todos los casos, peligroso ya que tiende a demonizar y excluir a quienes los patrioteros perciben como diferentes y “extranjeros.”

No se a donde voy con esto. Solo se estas ideas se han colado por los vericuetos de mi mente debido a los recientes sucesos en Francia. Un ciudadano francés de descendencia argelina es acusado de tirotear y matar a un rabino y varios niños judíos en su pueblo natal de Toulouse, al sur de Francia. Se sospecha que antes había asesinado a tres soldados.

Su nombre es Mohamed Merah y ha confesado que recibió entrenamiento de Al Qaeda en Afganistán y Paquistán. En otras palabras, este ciudadano francés es un terrorista doméstico.

En Francia, donde no tienen tanta experiencia con el multiculturalismo a pesar de su pasado colonial, los patriotas y patrioteros se halan los pelos y preguntan dónde está la lealtad y exigen que los inmigrantes se afrancesen lo más rápido posible. Que se quiten los velos y los hiyabs y ya. Hasta el presidente Nicholas Sarkozy, hijo de inmigrantes, le ha subido el fuego a la olla del nacionalismo durante la actual campaña electoral para su re-elección.

Para Merah su religión y cultura musulmana son más fuertes que la ciudadanía francesa. No es el único. Todo inmigrante o hijo de inmigrante pasa por ese proceso doloroso y desconcertante. La duda de que si pertenece a la patria adoptiva o no. No todos llevan esa inseguridad de identidad a extremos de violencia. Quizás solo se reflejan en momentos menos graves, como por quien vitorear en las Olimpiadas: por el partido de la ciudadanía o por el de la patria.

Da mucho que pensar?

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