Javier Sicilia: Rostro y voz de las víctimas en México

Con un ácido discurso contra los políticos de México y Estados Unidos y un clamor por la regularización —no legalización— de las drogas, el poeta y activista mexicano Javier Sicilia hace para La Raza un duro diagnóstico del futuro de su país y señala que pronto dejará su actual papel en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Sicilia estuvo en Chicago para promover la caravana que marchará por Estados Unidos

Javier Sicilia, poeta y activista mexicano, emprenderá una caravana de California a Washington DC en agosto.

Javier Sicilia, poeta y activista mexicano, emprenderá una caravana de California a Washington DC en agosto. Crédito: Jay Dunn

El poeta y ensayista mexicano Javier Sicilia no ha vuelto a escribir poesía desde que sicarios mataron a su hijo Juan Francisco, de 24 años, en marzo de 2011. Los cuerpos de Juanelo y de seis de sus amigos fueron encontrados en un auto en Temixco, Morelos. Desde entones, Sicilia se ha dedicado a caminar a lo largo y ancho de México para “darles cara y voz” y “para defender la dignidad” de su hijo y de los casi 60,000 muertos de la guerra contra el narcotráfico en México.

Miles de mexicanos se han unido al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que Sicilia fundó a raíz del asesinato de su hijo. Sicilia critica duramente a los presidentes Felipe Calderón y Barack Obama por la guerra, descalifica a los candidatos a la presidencia de México “por dar discursos como si el país estuviera en paz” y afirma que votará en blanco en las elecciones del 1 de julio. Con el dolor visible en el rostro, habla del último poema que escribió dedicado a su hijo y anuncia que pronto dejará de encabezar el movimiento que fundó. Sicilia estuvo en Chicago para promover la Caravana por la Paz en Estados Unidos que se llevará a cabo en agosto.

¿Cuál es su balance del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad a un año de la muerte de su hijo?

Logramos hacer visible algo que parecía obvio. Los medios nos mostraban sólo víctimas, descabezados, secuestrados, y luego la oficialidad decía que se están matando entre ellos y que los inocentes son bajas colaterales. Debajo de ese discurso había mucho dolor, muchas víctimas, mucha criminalización. Y este movimiento, a partir de la muerte de mi hijo, generó una indignación profundísima en un sector de la sociedad. Y a partir de ese nombre, empiezan a emerger nombres, personas, familias destrozadas, necesidad de justicia. Nos hemos movilizando a lo largo del país dándoles nombre a las víctimas, dándoles voz. Logramos sentar al presidente Felipe Calderón de cara a la nación en el diálogo de Chapultepec, y al Legislativo, y poner el tema: la necesidad de paz y justicia, y la crítica abierta contra la estrategia de guerra de Calderón y Estados Unidos.

Mataron a un miembro de su movimiento…

El caso de Nepomuceno Moreno es gravísimo. No sólo no aparece el hijo, sino que matan al padre y lo criminalizan. En este doble homicidio son evidentes los vínculos de las policías y la Procuraduría con la criminalidad.

¿Cambiarán las próximas elecciones la realidad del país?

Hay una esperanza absurda de que las elecciones van a cambiar algo. Yo creo que lo van a empeorar dado que hay un país en guerra con casi 60,000 muertos, 20,000 desaparecidos, 250,000 desplazados. En estas condiciones, las elecciones son ignominiosas. Quien gane, con mayorías relativas, no va a poder gobernar, o va a gobernar con las mafias. Eso no garantiza la paz. Por eso mi voto va a ser en blanco.

¿Considera que los candidatos a la presidencia están calificados para enfrentar los retos del país?

No. Desde el 18 de mayo he estado hablando de la necesidad de un gobierno de unidad nacional, de una agenda de unidad nacional y un candidato moral, porque hay una gran corrupción en el Estado, porque hay una gran brecha entre el Estado y la ciudadanía. Esa es la única manera de resolver esto porque el país está en una emergencia nacional.

¿Cuál ha sido la respuesta de los candidatos?

No les importa. Cada quien va por su camino. Evidentemente quien repunta, por desgracia, de entre todos, es Enrique Peña Nieto del PRI, el peor de todos. Es el voto no ciudadano, el voto comprado, el voto de la miseria. La verdadera ciudadanía está muy lejos de las propuestas políticas. Y, pese a eso, hay una gran cantidad de gente de izquierda que cree que Andrés Manuel López Obrador puede resolver los problemas del país. No se trata de la honestidad de un ser humano. Se trata de la corrupción de las instituciones.

¿Cree que el próximo presidente pacte con el narcotráfico?

Lo dudo mucho. Hay muchos cárteles. Hablábamos de 14, pero creo que ahora hay más. ¿Con cuál va a pactar?

Con el más poderoso…

Eso significa continuar la guerra. La estrategia de Calderón ha multiplicado a los cárteles de forma atroz. Una de sus estrategias, aparte del combate de violencia con violencia, es golpear a los cabezas de los cárteles. Esto ha hecho que ya nadie los gobierne. Es decir, se pulverizó el crimen organizado y ya nadie los controla. La muerte de mi hijo tiene que ver con eso. Es decir, matan a Arturo Beltrán Leyva que tenía el control de Morelos y a sus dos sucesores los meten a la cárcel, lo que sigue es la disputa de poder entre sicarios de la más baja estofa. Mi hijo y sus amigos fueron a reclamar un robo a un bar. Entonces los secuestraron. Y le hablaron al que se había convertido en jefe de esa zona, Julio de Jesús Hernández Radilla ‘El Negro’, un sicario de la más baja estofa, y por 300,000 pesos los mataron. Ese es el gran problema del país. El crimen está atomizado.

¿Continuará la guerra tras las elecciones?

Sí. Nosotros lo que hemos hecho es un poco detener la Ley de Seguridad Nacional que ha estado a punto de aprobarse; es la legalización de la guerra de Calderón. El PRI tiene mucha prisa de que se apruebe esa ley. Militarizar legalmente al país es otra forma del horror. Bajo la persecución de criminales todos nos volvemos criminales. Queremos una Comisión de la Verdad porque el Ejército ha violado los derechos humanos. En un estado de excepción siempre habrá violaciones a los derechos humanos.

¿En qué medida responsabiliza a Estados Unidos?

Es corresponsable del horror en un doble sentido. Estados Unidos creó la guerra para limitar el consumo de droga. La ruta de la droga era por el Caribe. Después del 11 de septiembre [2001], cierran la frontera del Caribe. Obligan a los cárteles a pasar por territorio mexicano y a multiplicarse. Y apoyan a Calderón con el Plan Mérida en la persecución violenta del narcotráfico. Pero la droga es un tema de salud pública y de libertades. Paradójicamente, Estados Unidos tiene legalizada una industria que sí es de seguridad nacional: las armas. Esas armas están armando a los mismos que el Plan Mérida quiere perseguir. Entonces hay una doble responsabilidad. La prohibición de las drogas nos está matando y las armas norteamericanas nos están matando.

Obama dijo que no está de acuerdo con la legalización de las drogas.

No le pedimos legalización, le pedimos regulación. Para que la droga no llegue a los chavos, para que el dinero se pueda invertir en campañas de prevención, en hospitales, en lugar de seguir retroalimentado al crimen organizado. Parece que Obama es un imbécil junto con Calderón o son perversos. Están protegiendo intereses económicos por encima de los seres humanos.

¿Llega la corrupción gubernamental a esos niveles?

Yo creo que sí. Si Obama cree, como Calderón, que la regularización de la droga no es el camino correcto, no quedan más que dos opciones: o son imbéciles y no merecen estar donde están —porque ya se les ha demostrado con todos los expertos que ese argumento es totalmente falso— o están protegiendo intereses criminales. Una es que crean de buena fe en la prohibición de las drogas. Eso es imbecilidad, porque frente a los muertos, frente al horror del país, frente a los desaparecidos, sólo un imbécil puede decir que ése es el camino correcto.

¿Es Colombia el modelo a seguir?

¿Por qué seguir con esa política cuando los costos han sido altísimos? Si Colombia fue un horror, si sigue siendo un horror, porque es falso que Colombia está bien. Son generaciones que se perdieron. ¿Por qué no probar otra estrategia? Es la estupidez o francamente la protección a intereses económicos criminales.

¿Ha sido la fe un refugio para enfrentar el asesinato de su hijo?

La fe no es un asunto de la razón. Es un asunto de la gracia. Frente a lo que estoy viviendo, me parece que estoy ante el absurdo, que Dios no existe. Pero hay algo en mí que dice que sí existe. Y no es del orden de la racionalidad. Es del orden del misterio. Algo me alimenta que está más allá de mi razón. Pero que se alimenta también del amor de la gente. Y frente al dolor que llevo conmigo, la respuesta que he recibido de mucha gente es sorprendentemente amorosa. Creo que eso ha sostenido mi fe. Sin eso, no sé dónde estaría.

¿Hasta cuándo va a seguir en el movimiento?

Ojalá empezara a haber justicia y una ruta de paz. Ojalá hubiera una discusión seria de caminar por parte del gobierno a la posibilidad de regularizar las drogas. De todas formas, después de la caravana de agosto de California a Washington DC, para centrar en la conciencia del pueblo norteamericano su responsabilidad, creo que para mí se cerrará una etapa. Ya lo que tenía que decir y hacer por la dignidad de mi hijo y de las víctimas de la nación habría quedado saldado. Seguiré en el movimiento pero ya en otro papel.

¿Qué futuro ve para México?

Veo mucho dolor. Si la ruta es Colombia, veo generaciones perdidas. Las de mis hijos. Mi hijo está perdido para esta nación. Era un muchacho que pudiera haber dado muchísimo. Y así hay miles. Generaciones sacrificadas en nombre de la imbecilidad, a nombre de las abstracciones, la guerra, la violencia para combatir a la violencia, la humillación, el desprecio. Las generaciones de mis hijos, de mis nietos, están perdidas. Las siguientes serán las generaciones de la reconstrucción. Escribí un último poema dedicado a mi hijo. Es una elegía muy dura porque me despido ahí de la poesía. Me voy con él a su silencio. Lo importante ha sido que el dolor se pudo convertir en un gesto de amor, de dignidad.

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