Las monjas y el sexo

No deja de sorprenderme la obsesión del Papa y de sus hombres en El Vaticano por meterse en las casas, en las camas y, ahora, hasta en los libros de las mujeres. Llama poderosamente la atención como estos sacerdotes supuestamente castos se preocupan tanto por las vidas sexuales de los otros.

Y no contentos con inventarse reglas para todas las mujeres católicas, El Vaticano se ha lanzado con inusual energía contra las monjas norteamericanas que cuestionan sus principios discriminatorios.

El nuevo ataque del Vaticano va en contra de la masturbación. Hasta eso quieren controlar. El brazo más intolerante del Vaticano, la Congregación de la Doctrina de la Fe, condenó recientemente un libro escrito por la Hermana Margaret Farley en 2006, intitulado Just Love: A Framework for Christian Sexual Ethics (Sólo Amor: Un Marco para la Ética Sexual Cristiana), que desafía algunas de las enseñanzas de la Iglesia, en particular por su aceptación del matrimonio entre homosexuales y el casamiento religioso después de un divorcio. Pero es el punto de vista de Farley sobre la masturbación femenina lo que resulta el aspecto más incendiario para los hombres que dirigen la Iglesia.

Sobre la masturbación, la hermana Farley, quien fue instructora de ética en la Escuela de Divinidad de Yale, escribe: “Es el caso de muchas mujeres que se han beneficiado dándose placer a sí mismas -especialmente en el descubrimiento de sus propias posibilidades de placer- y eso es algo que muchas no habían experimentado en sus relaciones sexuales con sus esposos o amantes”. Pero para El Vaticano eso es escandaloso y prohibido.

En una crítica del libro, la Congregación de la Doctrina para la Fe insiste en que los comentarios de Farley no respetan la línea de las estrictas enseñanzas de la Iglesia. “La masturbación es una acción intrínseca y gravemente desordenada”, escribieron los funcionarios de la iglesia en su evaluación del libro. “El uso deliberado de la facultad sexual, por cualquier razón, fuera del matrimonio es esencialmente opuesta a su propósito”.

Según ellos, en las estrechas paredes del Vaticano, el placer sexual fuera del matrimonio es pecado. Según ellas, el Vaticano no tiene ni idea de lo que habla y ellas hacen con su cuerpo lo que se les pegue la gana. En este 2012, lejos de modernizarse y escuchar los gritos de cambio dentro de la Iglesia, el Vaticano ha decidido dar marcha atrás. Y su nuevo objetivo son las monjas.

Irónicamente, el ataque de El Vaticano contra el libro, escrito hace seis años y que generalmente no ha estado disponible en las librerías, ahora está atrayendo atención sobre él. El 5 de junio, The Washington Post informó que las ventas del libro ascendían a 142,982 en Amazon.com. Un día después de que la crítica del Vaticano fue dada a conocer, el libro ascendió al puesto número 16 de libros de más venta.

La reprimenda a Farley ocurre un par de meses después de que la Congregación para la Doctrina de la Fe criticó a la Leadership Conference of Women Religious, un grupo de más de 1,500 monjas estadounidenses, al afirmar en un reporte oficial que el grupo tenía “serios problemas doctrinales” y acusar a las monjas estadounidenses de promover un agenda de “temas feministas radicales incompatibles con la fe católica.”

Lo que pasa es que varias monjas católicas han salido a defender, públicamente, el derecho de los homosexuales a casarse y han cuestionado el tabú que les prohíbe convertirse, como los hombres, en sacerdotes. En otras palabras, su agenda “radical” consiste en buscar la igualdad y luchar contra la discriminación.

¿Por qué este ataque a las monjas? Porque ellas cuestionan la estructura misma de la Iglesia católica, basada en la machista idea de que solo los hombres pueden tener el poder. En su crítica a la conferencia de monjas norteamericanas, El Vaticano insiste en que únicamente los obispos, hombres, “son los auténticos maestros de la Iglesia en cuestiones de fe y moral”. Más machista no se puede ser.

A pesar de su instinto inicial de aplacar a las monjas que los cuestionan, el Vaticano haría bien en incluir a más mujeres en sus altas esferas de poder y en escucharlas, en lugar de condenarlas. Tras miles de casos de abuso sexual a menores de edad en la Iglesia católica en todo el mundo, está claro que el principal problema del Vaticano son sus hombres, no sus mujeres.

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