De cómo armar a los enfermos mentales
Se combina la libertad de adquirir armas con la desatención del paciente sicótico
El horror se ha vuelto casi una rutina. Esta vez, el lugar de la masacre fue un cine en Aurora, Colorado, donde la persona acusada de disparar, James Holmes, asesinó e hirió a decenas de espectadores. En 1999, la escena fue la vecina escuela secundaria de Columbine. Según algunas estimaciones, en Estados Unidos se producen más de 20 balaceras masivas cada año. Y siempre la misma pregunta: ¿por qué?
Cuando se compara a Estados Unidos con el resto del mundo, una razón se vuelve obvia: si bien Estados Unidos quizá no tenga más enfermos mentales homicidas que otros países, aquellos que sí lo son pueden acceder más fácilmente a armas en Estados Unidos que prácticamente en cualquier otra parte.
Según una encuesta de 2007, Estados Unidos está muy por delante del resto del mundo en términos de posesión de armas: hay 90 armas por cada 100 habitantes. El país, que cuenta con el 5% de la población global, tiene entre un tercio y la mitad de las armas en manos de civiles del mundo -aproximadamente 270 millones de armas. Y muchos estudios demuestran que Estados Unidos supera por lejos a otros países desarrollados en términos de muertes por violencia con armas de fuego -30,000 por año, la mayoría de ellas suicidios, pero más de 12.000 de ellas homicidios-, mientras que hay 200,000 norteamericanos heridos por armas de fuego cada año.
Con esta cantidad de víctimas, uno pensaría que las leyes sobre control de armamentos serían una prioridad nacional mucho más alta en Estados Unidos que la lucha contra el terrorismo, que se promociona con bombos y platillos. Después de todo, desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los que murieron alrededor de 3,000 personas, la violencia con armas de fuego generó casi 140,000 muertes y más de dos millones de heridos.
Pero cuando se analiza más detenidamente la razón por la cual Estados Unidos es tan adicto a este tipo único de violencia, lo obvio no es tan obvio. ¿Por qué cuesta tanto sancionar leyes sobre control de armas?
Una razón importante es el lobby de las armas, uno de los mejor financiados en Estados Unidos. A pocos legisladores -demócratas y republicanos por igual- les interesa enfrentarse a la Asociación Nacional del Rifle. Y muchos norteamericanos creen que la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos (“Siendo una milicia bien preparada necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”) les permite a los individuos un acceso prácticamente irrestricto a las armas.
De hecho, muchos sostienen que el riesgo de las muertes y lesiones relacionadas a las armas es el precio que los norteamericanos deben pagar por el derecho a portar armas, que consideran como una defensa poderosa contra la tiranía. Y, teniendo en cuenta cuántos tiranos en auge han desarmado a la población que intentan controlar, es difícil descartar este argumento por completo.
Sin embargo, seguramente puede haber un equilibrio entre los derechos de la Segunda Enmienda y las limitaciones racionales a la capacidad de la gente mentalmente inestable de acumular arsenales. Por ejemplo, Colorado y muchos otros estados intentaron exigir verificaciones de antecedentes más estrictas, destinadas a impedir que aquellas personas con un historial penal o problemas evidentes de salud mental se armen. Pero muy pocas de esas restricciones han sido legisladas -o no fueron cuestionadas por el lobby de las armas.
Finalmente, la oposición a leyes razonables sobre control de armas en Estados Unidos es cultural, lo que se refleja en los muchos informes noticiosos posteriores a las balaceras masivas que no admiten que Estados Unidos podría estar equivocado y minimizan el sorprendente contraste entre las leyes sobre armas de Estados Unidos y las de otras partes. Así, por ejemplo, los periodistas destacan la observación bastante patética de una realidad sombría: al menos no hay más masacres y asesinatos, y los números son estables.
Esta cobertura también tiende a individualizar y psicologizar las patologías sociales -otro rasgo estadounidense bien arraigado, reforzado por el espíritu fronterizo del vaquero solitario que es central a la mitología estadounidense (y a la mitología de las armas). Como resultado, los medios tienden a centrarse en la necesidad de una mejor crianza de los hijos y un mejor tratamiento de la salud mental. Pero es poca la cobertura estadounidense posterior a una masacre con armas de fuego que evalúa el impacto del sistema de atención médica de Estados Unidos, que es inaccesible para muchos, especialmente para quienes tienen problemas de salud mental.
Es por este motivo que, en muchas ciudades de Estados Unidos, es común ver gente con serios problemas mentales que habla sola y tiene un comportamiento muchas veces violento en la calle. No es algo que se vea tanto en países donde los sistemas de salud mental funcionan bien.
Muchas enfermedades mentales, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, pueden causar alucinaciones auditivas que “ordenan” al paciente cometer actos de violencia. La medicación controla este tipo de síntomas psicóticos. Pero un diagnóstico y un tratamiento apropiados requieren dinero, y se está recortando el financiamiento.
De hecho, según un informe de febrero, los estados norteamericanos han tenido que recortar los servicios de salud mental casi el 10% en tres años, lo que amenaza con “inundar las salas de emergencia y aumentar los costos de la atención médica para todos los pacientes”. Pero, si los pacientes no pueden recibir atención psiquiátrica ambulante a un costo bajo para enfermedades crónicas como la esquizofrenia y el trastorno bipolar -que requieren un control continuo para ajustar la medicación-, habrá más violencia letal, especialmente si las armas están al alcance de la mano.
La atención de los pacientes hospitalizados también ha sufrido recortes. En las últimas décadas, las instituciones mentales y los centros de reinserción social han cerrado al por mayor, muchas veces en nombre de una reforma de la atención. Pero nada sustituyó esas instalaciones, lo que dejó a muchos pacientes sin hogar y a sus síntomas psicóticos severos sin tratamiento.
A pesar de las deficiencias bien documentadas de los servicios de atención mental de Estados Unidos, son pocos los responsables de las políticas de este país que están dispuestos a encarar la cuestión. Mientras no lo hagan, el fácil acceso a las armas no hace más que asegurar que las masacres como la de Aurora seguirán siendo un estribillo norteamericano amargo.