El tiempo de Peña Nieto

Enrique Peña Nieto asume la presidencia de México con un país agobiado por la terrible violencia que ha dejado decenas de miles de muertos en los años recientes, con una expectativa inmensa sobre las posibilidades de desarrollo en los ámbitos económico, político y social y con severas contradicciones y riesgos de retroceso.

El regreso del Partido Revolucionario Institucional al poder federal en México es también un signo clave en esta transición. Peña Nieto y figuras de su entorno político han señalado que su partido ha cambiado y que ha dejado atrás el lastre de autoritarismo, corrupción y antidemocracia que caracterizó al PRI en el pasado. Convendrá demostrarlo con hechos, y el privilegio de la duda ha sido concedido por una importante porción de la sociedad mexicana que aspira a una mejoría pronta y sustancial.

Pero no existe unanimidad. Si bien en esta ocasión no se han registrado confrontaciones políticas como las que sucedieron hace seis años luego de la elección de Felipe Calderón, muchos en México aún consideran que el triunfo electoral de Peña Nieto fue posible gracias a elaboradas manipulaciones informativas, gastos desmedidos e irregularidades electorales. Para este sector la llegada de Peña Nieto y el retorno del PRI es calamitoso para el país y sólo reafirma que las viejas prácticas priístas siguen vigentes.

Con todo, los apoyos y los detractores de Peña Nieto y el PRI no se circunscriben a su grupo político y a sus simpatizantes, en el primer caso, y a los opositores más consistentes, en el segundo. El propio contexto por el que atraviesa México conduce a sus habitantes a expresarse, en lo concerniente al cambio de gobierno, en una gama de grises que va del optimismo al repudio y esas tonalidades son visibles en múltiples estamentos. Así, tal parece que no hay bloques monolíticos pues en la izquierda, por ejemplo, hay los que se han mostrado abiertos al diálogo y la colaboración con el nuevo presidente y los que rechazan tal posibilidad. Y en la derecha hay voces que rechazan plegarse sin más a las propuestas de Peña Nieto y los que, entusiastas, se vinculan al partido contra el que lucharon con firmeza en tiempos pasados. Incluso dentro del mismo PRI, un partido de diferentes aristas, hay voces contrastadas sobre el grado de apertura que debe darse a los planteamientos externos y opositores en el trabajo del nuevo gobierno.

Pero México requiere cambios. En el plano de la seguridad el clamor social es contundente y más allá de partidos: la violencia debe ceder, el imperio del crimen en amplias zonas del país debe ser abatido y la impunidad erradicada. Pero también parece claro que tales acciones no pueden seguir el camino de Calderón, que hizo énfasis en el ataque frontal al crimen sin una estrategia eficaz para mitigar los efectos de tal lucha —expresados en miles de muertos— y enfrentar las causas económicas y sociales del auge de la delincuencia.

Y en lo económico los mexicanos coinciden también en que debe haber crecimiento económico justo y una reducción de la desigualdad.

Es el tiempo de Peña Nieto.

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