Egipto, el dilema de Obama
El golpe de Estado en Egipto puso en jaque a la Administración Obama. El presidente norteamericano nunca criticó abiertamente la posición antidemocrática del ex presidente Mohamed Morsi.
Más que un error garrafal, fue un desacierto estratégico del Gobierno de Obama. Las consecuencias de tal decisión apenas empiezan a vislumbrarse a medida de que algunos sectores de la Hermandad Islámica en Egipto y otros grupos religiosos en el Medio Oriente empiezan a recrudecer y radicalizar su postura.
Irónicamente el problema empezó con el proceso democrático que puso a Mohamed Morsi al mando de su país. En junio de 2012 ganó las elecciones con 51.7% del voto general contra 48.3% de Ahmed Shafit, ex primer ministro del ex Gobierno dictatorial de Hosni Mubarak.
Una vez en el Gobierno, en junio de 2012, Morsi promovió políticas populistas con tintes autoritarios. Durante su corto tiempo, los espacios democráticos empezaron a reducirse poco a poco.
Inicialmente, ante un Congreso dominado por su partido político, Morsi se autoadjudicó poderes ilimitados para aparentemente “proteger” a su nación de la maquinaria política que había dejado su predecesor.
Asimismo redujo los controles y balances. Es decir, en una maniobra conjunta con el Congreso y el Ejecutivo, Morsi atribuyó a los miembros del Congreso la capacidad de legislar sin el control del poder judicial. Esta movida promovió el disgusto de la oposición, particularmente de jóvenes cuyos derechos civiles e individuales empezaban a esfumarse.
Los militares egipcios simplemente observaron —al movimiento contra Morsi— como una opción real para promover un golpe de Estado. No lo pensaron dos veces. Motivados por ese apoyo decidieron arrestar a Morsi y otros dirigentes de su hermandad y los metieron a la cárcel.
El Gobierno de Obama vio con beneplácito el desalojo de Morsi del Gobierno, pero nunca esperó que las fuerzas militares de Egipto reprimieran brutalmente a los seguidores de la Hermandad Islámica y gente que apoyaba al depuesto presidente. Más de 500 personas perecieron en el primer día de represión.
Las consecuencias por la falta de tacto político por parte del Gobierno de Obama empiezan a vislumbrar en Egipto y otros países de la región. La radicalización de los egipcios está en su punto. Este proceso no parará hasta que el Gobierno norteamericano condene el golpe de Estado y presione a los comandos militares egipcios para que se restituya el orden y convoque a nuevas elecciones.
Egipto es el país más importante de la región Árabe. No le conviene a Estados Unidos, ni mucho menos a Israel, que Morsi y los partidarios de la Hermandad Islámica vuelvan a tomar las riendas del Gobierno. Sin embargo, el apoyo a los militares golpistas claramente renueva la imagen imperialista que Obama trató arduamente de expulsar de su política internacional.
La decisión de su Gobierno no es simple, pero es mejor criticar al golpe de Estado que ser asociado con militares golpistas.