Así no va la cosa, Barack

Los burros somos el emblema del Partido Demócrata norteamericano.

Los burros somos el emblema del Partido Demócrata norteamericano. Crédito: Morguefile

Papeles

Soy “Demo”, el burro costeño que mi mascota, Silvio Carrasquilla, exalcalde de Turbaco, Bolívar, se empeñó en regalarle al presidente Obama, de Estados Unidos, durante su visita a Cartagena, en 2012, con motivo de la VI Cumbre de las Américas. Ese regalo fue a mis espaldas.

Me cuenta mi despistado exalcalde que los burros somos el emblema del Partido Demócrata norteamericano, no americano, porque americanos somos todos. Tampoco sé de ningún colega “Mariacasquitos”, como nos dicen en la costa caribe colombiana, que haya sido consultado antes de que nos proclamaran mascotas de tal agrupación.

Ignora la humanidad que los burros, por principio, somos pacifistas a morir. (Ahora, si no les gustan nuestros principios se los cambiamos por otros, digámoslo con el gran Groucho Marx, paisano de Barack).

Protesto porque ninguna sociedad protectora de animales dijo ni mu ante esta forma de trata de cuadrúpedos, disfrazada de política demócrata. Bueno, tampoco nadie se sale de la ropa por la trata de blancas, que se da en la compra-venta de los jugadores de fútbol. Las negociaciones alcanzan cifras obscenas. Eso parece limpiarle el rostro a ese tráfico ante la flaca moral de la aldea global de internet.

El caso es que este presidente de pelo quieto anda empeñado en bombardear a Siria, en su condición de autoproclamado gendarme del mundo. Hasta el papa Francisco, un gaucho bacán, le ha puesto el tatequeito. El che Francisco olvidó decir que con semejantes juegos pirotécnicos “Dios pierde su tiempo fabricando estrellas”.

A Barack solo le falta salir a los jardines de la Casa Blanca a sacar a su perro de aguas, Bo, a hacer pipí en vísperas de otro despropósito bélico. Fue lo que hizo George W. Bush, horas antes de hacer llover bombas sobre Irak, la tierra donde Adán y Eva inventaron el amor. Y el olvido, para empatar.

Menos mal hay una opción para evitar los bombardeos: poner a buen recaudo el arsenal químico sirio. Otra alternativa es que el largo Al Assad, presidente sirio, y su mujer, compradora compulsiva de carteras, se asilen en cualquier rastrojo.

Sospecho que estoy arando en el desierto pero Barack, como le decimos su mujer y los igualados como yo, debe abstenerse de ayudar a los traficantes de armas a desengüesarse de sus cachivaches de horror. Si sigue adelante con sus planes lo declaro una fiel copia al carbón de sus predecesores.

Solo le faltaría decir, como Bush, que Dios está de su lado, cuando Dios no interviene en política, ni en fútbol. En nada, mejor dicho. Dios vive y deja vivir. Para eso nos regaló el libre albedrío, algo que no se consigue ni en la tienda de la esquina. Es más, su hijo muy amado, Jesús, utilizó a uno burro de la cofradía para entrar en Jerusalén el día de Ramos. Somos parte de la historia.

No sé a los demás burros, pero a mí el presidente que camina con tremendo tumbao, me tiene fuera de mis cascos. Con las esperanzas que había despertado entre el bobo sapiens, incluida la comunidad asnal. Manos fuera de Siria, Barack. O ponte lejos de mis extremidades.

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