La Misión bajo el maquillaje de calavera

La cultura y tradiciones mexicanas emergieron en el barrio hispano de San Francisco el Día de Muertos

Unas "catrinas" desfilan en la procesión de Día de Muertos en el barrio de la Misión, San Francisco.

Unas "catrinas" desfilan en la procesión de Día de Muertos en el barrio de la Misión, San Francisco. Crédito: Ivonne Iriondo / El Mensajero

SAN FRANCISCO.— Este sábado 2 de noviembre se llevó a cabo en esta ciudad una celebración de origen mexicano que otros países han decidido conmemorar también: Día de los Muertos.

De todos los eventos sucedidos en San Francisco, la procesión de Día de Muertos es quizá la manifestación pública más atractiva para los de otras razas y culturas, por su misticismo y significado.

El círculo negro que rodea a los ojos acentúa la mirada resplandeciente: se recuerda al ser querido. No sólo son mexicanos quienes deciden participar; año con año, son más las personas de todos los orígenes que, tras haber presenciado la procesión con anterioridad, se suman a la tradición pintándose la cara, disfrazándose y marchando por las calles del barrio de la Mission. Es una procesión inclusiva, porque ninguna raza o estrato social se ampara con inmortalidad. Sucede que todos hemos tenido a un ser querido que se nos ha ido.

Aunque la muerte siempre ha sido un tema desconcertante, el enfoque y carácter con que se le trata en Día de los Muertos no es de luto y pena, sino de celebración y vida, porque es la mejor manera de recordar a los que ya no están. No obstante, el ambiente preserva aire solemne. Hasta los niños juegan sin tanto alboroto y sin necesidad de regaño paternal, porque hasta ellos son sensibles a lo que la ocasión evoca.

Día de los Muertos significa agradecimiento, celebración, despedida, nostalgia, paso del tiempo, tradición; honrar al ser querido, conmemorarlo. Agridulce, como la vida.

Y aunque la música de verbena popular acaloraba la noche este sábado 2 de noviembre, junto con las luces de colores, basta con un instante de desapego colectivo (como tomar una fotografía, detener el tiempo), para sentir un silencio que es difícil describir: es el espíritu de los ausentes, presentes. Hablando, bailando, cantando, riendo…

La fiesta fue también ocasión para que integrantes de la comunidad de la Mission rindieran honores a su barrio que, de acuerdo con activistas, se ha declarado muerto. La razón: el aburguesamiento y los desalojos. La amenaza de evacuación sobre el artista y ya una institución por sí, René Yáñez —y otros contertulios de su calibre, como la artista Yolanda López— como el parteaguas que indica el fin del barrio en el que alguna vez abundaron los bohemios, muralistas y artistas latinos.

Veladoras con la imagen de la Guadalupe, rosarios, pan de muerto, tequila, mezcal, amuletos, cartas de amor, música favorita, persona favorita. Se lleva al altar todo aquello que la persona ausente gozaba en vida. En el centro, su foto, cuando el corazón bombeaba sangre al rostro, sonrojando la piel e iluminando la mirada.

Te deja pensando, ¿cómo es que te recordarán cuando mueras? Hay algunas cosas que simplemente son difíciles de representar: olores, la sensación de su piel, su forma de hablar, caminar, sonreír, mirar; las frases célebres, las risas compartidas, el arte de simplemente estar con esta persona.

Qué más se puede decir de esta procesión. Se tendría que haber acudido, filmado, fotografiado. Se tendría que haber hecho pausa y observarnos los rostros.

Hay algunos que están mas pa’ allá que pa’ acá… otros, que, como mineros, ya los ven bajo tierra. Carpe Diem, y a vivir cada día como si fuera el último día de nuestras vidas. Que un día estamos, y al otro, nos vamos.

Y como hay algunos que dicen “todos los caminos conducen a Roma,” nos vemos el próximo año en la procesión del Día de los Muertos en San Francisco, o cualquier otra ciudad del mundo.

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