Vidas para lelos: Anand-Carlsen

Anand, varias veces campeón mundial, tiene el semblante pacífico de un gurú feliz. Carlsen duda de la existencia de la sonrisa

Vishy Anand.

Vishy Anand. Crédito: Wikipedia

Papeles

Por una deliciosa coquetería con el país del que inventó el ajedrez, el match que definirá al nuevo monarca se juega en Chennai, antigua Madrás, India, ciudad natal del actual campeón, Vishy Anand, de 43 abriles.

En reciprocidad con el retador, el prodigio noruego Magnus Carlsen (22 años) tendrá derecho a aplazar partidas en caso de ¡diarrea certificada!

Anand es casi otra deidad en su país, la cuna del yoga. Debe haber mucho de la posición de la flor de loto en su ADN ajedrecístico. Se entrenó en Alemania. Magnus, con pinta del nerd que no tuvo niñez, se entrenó en Noruega. Luego viajó al sultanado de Omán.

Anand, varias veces campeón mundial, tiene el semblante pacífico de un gurú feliz. Carlsen duda de la existencia de la sonrisa. En las ruedas de prensa suelta tacaños monosílabos. Ni siquiera la bolsa de dos millones de euros lo saca de su gélida seriedad. No ríe ni por negocio, pese a que promociona ropa de marca G-Star.

Ninguno de los dos habla ruso, algo que no sucedía en una final desde 1921 cuando se enfrentaron el alemán Lasker y el cubano Capablanca.

Como enflaquecer es trascender Anand rebajó seis kilos en la fase de preparación. Parece una receta copiada del Mahatma Gandhi, delgado como un alfil. Vishy es un sectario del cuidado de la parte síquica, física y técnica. Magnus, grande, en latín, practicó esquí y jugó tenis, bádminton, fútbol, voleibol, natación para estar en forma.

Los dos encaran el ajedrez como si estuvieran llevando al tablero el soneto de Lope de Vega al amor: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso…”.

El indio sorprendió desde un principio divulgando la lista de su equipo ajedrecístico. Carlsen calló en este punto. Eso sí, Henrik, su padre, está en todas. Desde dos meses antes del inicio de la competencia, los Carlsen miraron juntos detalles como silla, humedad, medio ambiente, ruido, tamaño de las piezas, tablero. El pobre azar —uno de los alias que los ateos le tienen a Dios— no tiene nada que hacer en su vida. Todo está fríamente calculado. “Norueguez” obliga.

Anand tuvo una niñez normal. Carlsen, aprovechó su cuoeficiene para atragantarse toda clase de datos inútiles.

Anand le es fiel a la comida de su país. Que no falte el aji en alguna de sus advocaciones. Por si las moscas, Carlsen llevó su propio cocinero que le ahorra el picante hindú. También llevó su propio médico, Brede Kvidkiv , quien después de cada partida lo mira con lupa para revisar el desgaste sufrido y proceder en consecuencia.

Anand ve las jugadas definitivas en centésimas de segundo. “Si pienso, me equivoco”, dijo alguna vez. Carlsen piensa con el Eclesiastés que todo tiene su tiempo bajo el sol. No tiene prisa por ganar el mundial. Por lo pronto, tiene el mayor elo, superando el de su exídolo y profesor Kasparov. (El elo es el ego de los ajedrecistas: son puntos acumulados por victorias conseguidas).

Ambos jugadores siguen con el rabillo del ojo otra competencia: la que libran en sus alrededores Kasparov, excampeón mundial, y Kirsan Ilyumzhinov por la presidencia de la FIDE. KIlyumzhinov aspira a la reelección. Kasparov quiere tener acceso a 178 ministros de educación, número de países afiliados a la Federación, para ensanchar el mundo del ajedrez. Soy “imparcial” en favor del dueto Carlsen-Kasparov.

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