De Tal Pobre Fulano de Tal

Tampoco a Napoleón le perdonaban que fuera nerd, bajito y cachetón

Fulano era la encarnación del anonimato.

Fulano era la encarnación del anonimato. Crédito: Shutterstock

Papeles

Es mínima la bibliografía sobre Fulano. Solo los diccionarios se ocupan desganadamente de él. Se supo que tuvo, mínimo, tres hermanos: Mengano, Perencejo y Zutano que era la cuba, el benjamín, el último de los Vargas, el de pirnos, el del estribo, el no va más.

Zutano se coló cuando papá y mamá pensaban que habían clausurado la fábrica de hacer muchachos. Falló el método del ritmo. En su época no se había inventado ese preservativo de pared llamado castidad. El otro es la televisión, la mejor “pastilla” de control natal.

La mujer de Fulano era tan brava que él llevaba el apellido de ella: Tal. La vieja hablaba y escampaba si estaba lloviendo.

Misiá, como le decían, le daba tres cachetadas de ventaja a Ramona, la mujer de Pancho, o a Pepita, la de Lorenzo. Vilma Picapiedra, a su lado, era una pera en dulce. Lo mismo Helga, la esposa de Olafo, quien se enoja y su perro quisiera ser gato.

Mirándolo con lupa, objetivamente, el nombre de Fulano no tiene nada de raro. Me leí varios directorios telefónicos de pe a pa, como si fuera una novela porno, o el más reciente best seller, y puedo dar fe de que no hay nadie con ese nombre.

Fulano era un encanto de hombre. Por eso, en la escuela, sus amiguitos se la dedicaron, le hacían bullying, quiero decir, trapeaban con él a causa de su nombre. Le querían decir que era un don nadie, un bueno para nada, la que el gato no tapó.

Nuestro biografiado se quejaba del matoneo ante las directivas de su colegio, la asociación de padres de familia y de profesores, pero como siempre trabajan en llave, le decían que no levantara falsos, que era la forma que tenían sus compañeritos de quererlo. Que agradeciera tanto amor.

Tampoco a Napoleón le perdonaban que fuera nerd, bajito y cachetón. En venganza, se volvió emperador. Y Nerón, aburrido de que a los perros de las villas vecinas les pusieran su nombre, encendió a Roma. Lo de que tocaba la lira es exageración de los historiadores de media petaca. Atila, rey de los hunos, acaba contra los unos y con los otros, porque le decían bárbaro. Le gustaba más atropellar a sus rivales que comer con los dedos.

Pues bien, Fulano era la encarnación del anonimato. Le gustaba tanto pasar inadvertido que casi no existía. Nadie supo nunca de dónde sacó esa tendencia a existir a medias. Era un lobo solitario con personería jurídica propia.

En los colegios de todas partes abundan los niños envidiosos que, como sucedía con Fulano de Tal, agarran a golpes por debajo del pupitre a sus colegas de centímetros, generalmente los más aventajados. El agraviado denuncia, sus padres lo respaldan, pero la explicación de los dueños —y de los profesores, que también matonean amparados en su cargo— siempre es la misma: no es bullying, violencia, mal trato: es una forma de amar a las patadas.

El damnificado queda con los golpes y con el inri de sapo. Quedó debiendo. A los dueños del negocio solo les preocupa preservar el prestigio del colegio. Mejor dicho, primero el negocio.

Suscribite al boletín de Noticias

Recibe gratis las noticias más importantes diariamente en tu email

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y Google Política de privacidad y Se aplican las Condiciones de servicio.

¡Muchas gracias!

Más sobre este tema
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain