‘Espalda mojada’ a los 80

Doña Teresa Gallón de Caro parecía empeñada en notificar que la vida empieza después del último segundo

Doña Teresa Gallón de Caro.

Doña Teresa Gallón de Caro. Crédito: Tomada de oscardominguezgiraldo.com

Papeles

Supe de la existencia de la colombiana Doña Teresa Gallón de Caro al final de sus casi 103 años que habría cumplido en octubre. Fue de esas personas únicas que viven de una vez muchas vidas. No necesita reencarnar. La ficción le tenía envidia a su insólita realidad.

A los 80 años se convirtió en la “espalda mojada” más longeva en atravesar el miedo entre México y Estados Unidos. Fue la novia de Carlos Gardel en la fábula. En la realidad le inspiró versos sospechosos al filósofo y escritor Fernando González, primer colombiano candidato al Nobel de literatura en 1954.

Parecía empeñada en notificar que la vida empieza después del último segundo. De los 80 a los 100 años vivió con su prole en Nueva York. Al cumplir los 100 la reclamó la nostalgia. Repitió Medellín, la ciudad colombiana, donde “la recogió el silecio”.

Nacida en una familia de longevos, a los 95 fue declarada reina de los poetas de Nueva York en una velada organizada por el novelista Ricardo León Peña-Villa, autor del libro Gardel vive en Guarne. En la novela, Gardel intenta suicidarse a bordo del avión de regreso a su Buenos Aires querido porque una bella perturbadora de la que se enamoró (Teresa Gallón) lo despachó con un estruendoso: NO, che.

En los años treinta le inspiró poemas a Fernando González, impaciente paciente del abuelo paterno Emilio Caro, dentista. Recordaba estos versos: Llevas en tu cuerpo la lozanía/, en tus labios sonrisa y alegría/, en tu dulce mirar, fascinación/, lástima que en tu pecho no tengas corazón. Otros poemas, incluidos acrósticos, están en manos de coleccionistas ladrones.

“Fue una valiente. Estuvo con nosotros en todas. Fue nuestra novia y nos seguía adonde fuera”, sintetizó su hijo Emilio, ajedrecista de alto vuelo. Su novia-mamá lo acompañaba a los torneos como madrina, así confundiera un peón con una pirinola. Los novatos le preguntaban su opinión sobre la marcha de la partida. Ella movía las manos como quien quería significar: “Regular. Dedícate a otros menesteres”.

En Nueva York, sin hablar inglés, se las ingenió para ingresar al camerino de la actriz Raquel Welch al término de una presentación, porque era el amor platónico de unos de sus hijos. Y los presentó.

El episodio más inverosímil fue su condición de “espalda mojada”. En territorio gringo, una vez atravesó el hueco, las burdas manos del coloso le echaron el guante, junto con Guillermo, su hijo. ¿Qué hacer? Desde Nueva York, con su cháchara de encantador de serpientes, el mayorazgo Emilio convenció al juez yanqui de que su madre sufría del corazón y había arriesgado su cotidianidad para buscar tratamiento.

Sorprendido de que a los ochenta años una mujer se jugara la piel, el juez se enterneció y accedió a que la madre y su vástago siguieran a Nueva York. Les dio un mes para recoger corotos y regresar a su parroquia colombiana.

Para legalizar la permanencia en USA el manual dispone conseguirles pareja a los interesados. Doña Teresa se negaba a repetir epístola. ¡Una viuda católica no podía traicionar a su difunto esposo! ¿Vivir con otro? Menos. Finalmente, se casó en México con un puertorriqueño gay. Volvió a USA. ¡Heredaría la pensión de su marido de ocasión! Nadie sabe para quién se pensiona.

Cualquier día, la tribu Caro Gallón decidió poner fin al insomnio americano y regresó a Medellín donde ahora evocan el recuerdo de una madre que vivió saliéndose del libreto. Como su hijo ajedrecista. Nunca la tramó la monotonía. Desde su tranquilo anonimato, brilló para los suyos y su entorno. Una bella forma de decir misión cumplida.

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