Remesas y el desarrollo

Las remesas se usan principalmente en el consumo diario y, cuando sobran, en algunas inversiones de largo plazo, como la educación, la salud y la vivienda

Personas que envían dinero al extranjero ahora cuentan con nuevas reglas y protecciones.

Personas que envían dinero al extranjero ahora cuentan con nuevas reglas y protecciones. Crédito: Archivo / EFE

Migración

Hace unos días asistí a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, México, para participar en un panel académico sobre remesas y desarrollo. Antes de entrarle al tema, abro un paréntesis para señalar algo que me llama la atención. La Feria Internacional del Libro, mejor conocida como la FIL, es organizada por la Universidad de Guadalajara y considerada la segunda más grande del mundo.

La FIL se lleva a cabo cada año en las instalaciones de la Expo Guadalajara, cuyos espacios se convierten en una ciudad del libro, con cientos de editoriales presentes y publicaciones, autores y lectores que se cuentan por miles.Para un bibliófilo como yo, aquello es un paraíso. Eso sí, los libros son caros y simplemente no están al acceso del bolsillo de muchos mexicanos.

Al mismo tiempo que se realizaba la FIL, se dieron a conocer los resultados del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA).

PISA es una prueba estandarizada internacional que se aplica en más de 60 países del mundo y cuyo objetivo es medir los conocimientos y habilidades de los estudiantes en distintas áreas, incluida la comprensión de lecturas. Los estudiantes mexicanos reprobaron en lectura y demás materias. México retrocedió en el ranking de países. Una paradoja más del desarrollo mexicano: feria del libro de primer mundo; lectores que no entienden lo que leen.

Pero volviendo al tema que le da título a esta columna, la relación entre remesas y desarrollo es un asunto que se discute desde hace buen rato.

Es por eso que sabemos que las remesas, ese dinero que los migrantes envían a sus familias, no producen desarrollo. La razón es obvia: las remesas son flujos monetarios pequeños (en promedio de alrededor de 300 dólares) y privados, es decir, dinero que un individuo gana, ahorra y manda a su familia.

Esto no significa que las remesas no tengan otro tipo de efectos, como sostener el bienestar de las familias que las reciben. Eso está claro. Las remesas se usan principalmente en el consumo diario y, cuando sobran, en algunas inversiones de largo plazo, como la educación, la salud y la vivienda. Tampoco hay que suponer que bajo ciertas condiciones, la migración no tenga injerencia en el desarrollo. En sus itinerarios laborales en el exterior, los migrantes adquieren destrezas que luego transfieren a sus lugares de origen, inician empresas con el dinero ahorrado y regresan familiarizados con tecnología y formas de organización del trabajo antes desconocidas.

Por su estructura, dinámica y tamaño, las remesas no se asemejan al tipo de inversión que es necesaria para promover el desarrollo que México requiere y se generan las condiciones para que los estudiantes entiendan lo que leen. Para eso se requieren grandes inversiones en infraestructura, instituciones y programas se incluyan y activen la participación ciudadana. Lamentablemente, el estado mexicano abandonó el espíritu desarrollista que lo caracterizó décadas atrás, para apostarle a un modelo dependiente del mercado y la privatización. En esas estamos.

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