Triple asesinato en Nueva York

La violencia tiene relación con la naturaleza humana en general, y no con un grupo étnico en particular.

La migración indocumentada agudiza la propensión a infligir o padecer violencia intrafamiliar. Y no porque sean hispanos y migrantes. Sino porque la migración indocumentada implica tensiones a la vida familiar que exacerban (1) la conducta violenta en los victimarios, y (2) una realidad o percepción de falta de garantías que aumenta la indefensión de las víctimas.

Los países latinoamericanos ni siquiera están entre los cinco más peligrosos para las mujeres (en materia de violencia doméstica, entre otros abusos) y que, según la Thomas Reuters Foundation, en 2011 eran Afganistán, Congo, Pakistán, India, y Somalia. Sin embargo, en 2013 la Organización Panamericana de la Salud estimó que la violencia (incluyendo la doméstica) afecta entre el 17 y 53 por ciento de las mujeres en Latinoamérica y el Caribe. La tendencia empeora si también existen altos índices de impunidad. Muchas mujeres hispanas—algunas ya con una historia de victimización—emigran hacia EE.UU. donde se les dificulta mantenerse a salvo sin una red de soporte familiar y atención psicológica.

En enero, el asesinato de Deisy García y sus hijas Daniela y Jocelyn a manos del esposo y padre de estas, en Queens, Nueva York, inexplicablemente apareció bajo titulares como “immigrant mass murder syndrome” (síndrome de masacres migrantes) en blogs, y algunos lectores en las ediciones electrónicas de portales de Internet como CBS/local de Nueva York, relegaron el caso a problemas que los migrantes llevan a EE.UU. Pareciera que ningún estadounidense anglosajón ha sido vinculado con masacres, pero basta recordar el atentado terrorista en Oklahoma a manos de Timothy McVeigh en 1995; y los responsables de matanzas colectivas en un cine en Colorado en 2012, y en escuelas de Columbine, en Colorado en 1999, y Connecticut en 2012.

La violencia tiene relación con la naturaleza humana en general, y no con un grupo étnico en particular. Pero es innegable que algunas tendencias se agudicen en un ambiente desfavorable. En el caso de Queens, quizá no es casualidad que el victimario (Miguel Mejía, esposo de García) es de México D.F., donde las autoridades atendieron a cerca de 100 mil víctimas de violencia intrafamiliar en 2013, ni que García era de Totonicapán, el departamento de Guatemala con mayores casos reportados de violencia doméstica. Guatemala y México tuvieron un aumento de casos de un 7 y 10 por ciento respectivamente, de 2012 a 2013. Más grave aún es que Totonicapán, con medio millón de habitantes, registra casi el mismo número de casos por año (cerca de mil 500) que el estado mexicano de Guerrero, donde la población alcanza los 3.3 millones de habitantes.

Diversos expertos opinan que la violencia intrafamiliar es una conducta aprendida, en víctimas y victimarios, y que la hija de un abusador suele buscar (inconscientemente) parejas abusadoras para reproducir el entorno en el que creció, y resolver con su pareja lo que no pudo resolver con su padre. Se desconoce si en la familia de García había historia de violencia doméstica. Su madre enviudó joven y se marchó a EE.UU. a trabajar. Deisy la siguió años después.

De Mejía se desconoce si su entorno familiar lo condujo a volverse un abusador. Pero no tenía un empleo fijo, y mató movido por los celos. Después del triple crimen, hasta su abogado dijo a la prensa que le preocupaba el estado mental de su cliente. Los textos del tema señalan que los abusadores expresan sus frustraciones con una conducta violenta contra miembros vulnerables de su familia porque no aprendieron a expresarse sin violencia.

García había confiado a su madre que su situación económica era mala, que no dejaba a su esposo porque él les sostenía, pero que quería regresar a Guatemala. Según The New York Times, la policía atendió dos llamadas de García por violencia doméstica en 2013. El año pasado, Mejía también casi fue deportado cuando la policía lo detuvo por una infracción de tránsito y descubrió que era indocumentado. Pero el caso fue desestimado cuando las autoridades se concentraron en la deportación de sujetos condenados por crímenes graves.

Durante el funeral de García y sus hijas en Guatemala, las abuelas de García recordaron que les gustaba abrazar a su nieta cuando era una niña y la cuidaban después que la madre emigró a EE.UU. Ese era el calor de familia al que García quería regresar, pero no pudo. Y este es el pulso que diversas organizaciones de apoyo aún sostienen para persuadir a víctimas de violencia doméstica, en EE.UU. y Latinoamérica, que tienen una salida. Pero estas batallas todavía no evitan tragedias como la de Queens, porque el reto no es sólo nacional o regional. Es humanitario. Y es urgente.

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