La amenaza del robot

Papeles

Me dolió el alma, la silla turca, la cédula, la nostalgia, todo, cuando leí la primera noticia económica redactada por un robot adscrito a la nómina de la agencia Associeted Press, AP, en Bogotá.

Sentí que había empezado a desaparecer como periodista. Peor aún: sentí que mi oficio empezaba a desaparecer.

Este suicidio periodístico lo inventó el kamikaze Ken Schwencke, programador y periodista de Los Ángeles Times, a quien no invitaría a almorzar en casa.

La primera tarea que le asignó al robot fue a reaccionar ante alertas sobre movimiento telúricos reportados por el Servicio Geológico de los Estados Unidos y elaborar la noticia. El robot que tiene voto de obediencia, no sacó disculpas e hizo la tarea.

Nadie se dio cuenta de que el despacho enviado a los abonados el 1º de febrero lo redactó una máquina.

El reciente despacho de AP-Bogotá se alimentó de datos bajados con horqueta de la red y elaboró el texto en un inglés sin alma y sin hueso. Reproduzco el párrafo de entrada que va al grano sin ninguna poesía:

BOGOTA, Colombia (AP) — Avianca Holdings SA (AVH) on Friday reported earnings that decreased by 83 percent in the first quarter.

Las empresas periodísticas nos doran la píldora aclarando que estas noticias de segundo orden, dejarán más tiempo a los reporteros para meterle el diente a informaciones de mayor calado.

El nuevo colega robotizado que se abre paso, no se estresa, no se fatiga, no cobra horas extras ni cesantías, no toma trago ni vacaciones, no come, no bebe. Ni siquiera sabe que hace noticias.

Tampoco habla mal del prójimo ni del gobierno, no acaba con ninguna virginidad, no se toma un semestre para beber café en medio de la jornada, no se deja sobornar, no acosa sexualmente. La ética le importa un comino. En cambio la estética también.

El robot tiene la eficiencia del sicario. ¿Cómo no poner las barbas en remojo, así uno esté de salida, como este estupefacto moreno?

Miren no más hasta dónde han llegado las computadoras de ajedrez. Las bautizadas como Deep Fritz y Deep Blue volvieron hilachas a excampeones mundiales tan encopetados como Kramnik y Kasparov. Menos mal no están dotadas todavía de la capacidad de alegrarse por el triunfo ni de derramar una furtiva lágrima ante un revés. Cuando esto suceda, ahí sí, apague y vámonos.

Ojalá esté lejano el día en que la máquina produzca sonetos, saque raíces cuadradas, escriba novelas, columnas de prensa como esta, cartas de amor o desamor, trace carreteras y construya rascacielos, elabore proyectos de ley, escriba twits, defienda corruptos, corrija textos, ame, dude, se angustie, ría, llore, toque maracas y el violín, componga sinfonías, filosofe, sueñe, ronque, embarace o haga pipí por uno.

Señoras y señores, no quiero ser catastrófico pero me late, o sea, me guau-guau, que los peores días para el periodismo están por venir. Claro, después irán por otras profesiones pero será tarde, como en un verso equivocadamente atribuido a Bretch.

Que nadie se entere pero infiltré el robot de AP en Bogotá y le ordené que titulara algunas noticias:

Creación del mundo: Hay cosas donde antes no había nada.

Adán: Tipo que no tiene con quién hablar.

Hitler: Se suicidó un lapsus con bigote.

Nacimiento de Chaplin: El humor acaba de nacer.

Periodistas del mundo, unámonos. De lo contrario, el último que salga, que apague la luz.

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