Historias como la de #LadyChiles son el “pan de cada día” en México

Adriana Rodríguez De Altamirano saltó a la opinión pública cuando publicó un video donde reclamaba a una trabajadora del hogar el haber tomado un chile en nogada

Tener a varias trabajadoras domésticas es símbolo de estatus en la sociedad mexicana. En la foto, “Doña Amparo”,la trabajadora humillada por "Lady Chiles".

Tener a varias trabajadoras domésticas es símbolo de estatus en la sociedad mexicana. En la foto, “Doña Amparo”,la trabajadora humillada por "Lady Chiles". Crédito: YouTube

Ciudad de México – Adriana Rodríguez De Altamirano, mejor conocida como #LadyChiles, saltó a la opinión pública cuando publicó en una red social un video donde reclamaba a una trabajadora del hogar el haber tomado un chile en nogada sin su permiso. La denuncia llegó al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), instancia que inició un procedimiento contra la mujer que gritoneó y humilló a su empleada.

Para Marcelina Bautista Bautista, fundadora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (Caceh), la escena de la mujer que le reclama a su trabajadora por comida, es familiar. La humillación por los alimentos es el común denominador entre las patronas mexicanas, así como los adjetivos “muchacha”, “criada” y “sirvienta”.

Es más, planteó Marcelina, tener cierto número de “muchachas” es una cuestión de estatus entre las mujeres que como Rodríguez De Altamirano, tienen recursos paraba pagarse no una, sino dos, tres o cuatro empleadas.

“Le parecería increíble cómo es el trato, la humillación que se vive en las casas. Nos hacen ver nuestro destino y la comida es parte fundamental. Lo peor que me pasó fue tener que comer de diferentes platos. Te dicen: ‘Come lo que hay, pero no uses esta leche, no uses el jabón tal’ y al final no puedes comer lo que hay”, recordó.

La Marcelina de hoy, la que habla con soltura ante una grabadora, con el cabello lacio a los hombros y rodeada de reconocimientos enmarcados que obtuvo durante su carrera como defensora de derechos humanos, es muy distinta a la jovencita de 14 años que llegó a la Ciudad de México, sin saber hablar español y que padeció la realidad de las trabajadoras domésticas en el país.

En 1981, cuando Marcelina trabajó en la casa de una familia al norte del Distrito Federal. No sólo no hablaba español sino que tampoco sabía planchar, usar una aspiradora, una licuadora o lavar adecuadamente con jabón Palmolive la vajilla de su patrona, quien le exigía sacarle brillo.

Ese fue su primer empleo y su primer fracaso. Luego en las siguientes casas, Marcelina comió las sobras de los platos de sus patrones, cuando no había más.

Comer de distintos platos se traducía en alimentarse con lo que quedaba. Observar cómo los platillos que cocinaba eran intocables e inalcanzables para ella. Los patrones siempre proveen a sus trabajadoras de los productos de limpieza personal y de alimentos, pero lo más barato.

“Lo más caro para ellos. A una le ponen tortillas, frijoles, huevos, bolillo, café y punto, esa es tu comida. Es muy claro que no puedes comer la misma comida que comen tus empleadores, pero te dicen que eres de la familia y quieren que estés a su disposición, que no tengas derecho a enfermarte, a superarte, porque te dedicas a sus necesidades”, explicó.

Proveer de alimento, jabón de baño, y como en el caso de #LadyChiles de un jabón de asuntol o unas “bolsitas de Pedigree”, es una hazaña. Algo que las patronas juzgan como un acto de “buena voluntad”. Pero lo cierto –de acuerdo con Marcelina– es que se trata de un método para “decirle a la trabajadora cuál es su lugar”.

Marcelina no quiere ni mencionar los adjetivos que usan las patronas para llamar a las trabajadoras domésticas.

“Dijimos que nunca volveríamos a pronunciar esos adjetivos, porque llamarte criada, muchacha, sirvienta, mi muchacha, es una manera de hacer la diferencia, de decir: ‘Yo tengo dinero para pagarla’ y presumir que tienen dos, tres trabajadoras. Entonces los nombres despectivos marcan mucho la vida de uno, porque es una forma de desprecio, desvalorización”, expuso.

El uniforme forma parte de ese juego de poder, donde la trabajadora doméstica tiene un lugar en casa. “Es otra forma de discriminar, de marcar las diferencias en esa casa. El uniforme rosa, azul o verde y también hay uno para las ocasiones especiales”, relató.

Las trabajadoras del hogar no son dueñas de su tiempo: la jornada empieza a las 7:00 de la mañana y no tienen hora para ir a dormir.

Si alguien llega a las 3:00 de la madrugada, debe estar esa trabajadora lista para abrir la puerta. Si a la patrona se le antoja un vaso de agua en medio de la noche, debe levantarse de la cama e ir a darle atenciones.

Algunas empleadoras ni siquiera preparan la cama para meterse a dormir. Eso Marcelina lo sabe bien

“Ellas te llaman, no les importa si tú ya estás acostada. Les tienes que levantar la sábana para que se acuesten”, comentó.

En general, la trabajadora doméstica tampoco goza de servicios médicos. Si una de ellas enferma, depende de la generosidad de su empleadora, quien generalmente sufraga los primeros gastos, cuando una aspirina o un té de manzanilla, no son suficientes.

“Cuando ya tienes que ir al médico y es muy caro, pues no, hay trabajadoras que tienen que hacerse algunas cirugías, pero cuando los patrones ven que es caro, se van deslindado de esa responsabilidad”, detalló.

Después de 33 años de su llegada a la Ciudad de México, cuando dejó Tierra Colorada Apasco, Oaxaca, Marcelina es una mujer muy distinta.

No sólo aprendió a hablar español, el principal reto que una niña de 14 años enfrentó en su primer trabajo, y a utilizar aparatos electrodomésticos para llevar la limpieza de una casa citadina de la mejor manera, sino que se convirtió en una activista de los derechos laborales de las trabajadoras domésticas y una mujer de mundo.

Bautista viajó en los últimos años a 27 países; el último reconocimiento que recibió fue el Premio por la Igualdad y la No Discriminación 2013 que entrega, desde 2012, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), galardón que se sumó a otros tres que cuelgan de las paredes de su oficina ubicada en la Colonia Roma Norte.

“Cuando yo me vine a México tenía sueños de seguir estudiando, pero bueno cuando llegue era otra realidad, no conocía la ciudad, no sabía hablar bien español, me daban miedo muchas las cosas. La alternativa fue buscar cursos que conocía, estudiar muchas cosas”, reecordó.

Marcelina estudió secundaria y preparatoria, y, en 1988, viajó a Colombia al Primer Encuentro Latinoamericano de Trabajadoras del Hogar. Este viaje marcó su vida, pues conoció el liderazgo de otras mujeres.

En el 2000, obtuvo la beca de la Fundación MacArthur e inició con su proyecto de organización civil de derechos humanos, laborales y reproductivos para las trabajadoras domésticas.

Luego, la activista obtuvo la beca de Ashoka México y durante cinco años mantuvo financiamientos que le permitieron abrir una oficina, capacitar promotoras para la defensa de los derechos laborales.

Hoy, a sus 47 años, la mujer sigue con su proyecto y desea escribir un libro sobre su vida. “Un libro donde incluiré todas estas cuestiones que he vivido en el proceso de la organización con las trabajadoras del hogar y las situaciones personales que he sobrellevado”, dijo.

La trabajadora, una mujer indígena que se sorteó humillaciones, padeció por alimento y sufrió acoso sexual en una de las casas donde trabajó, es hoy, una de las figuras más importantes en la defensa de los derechos laborales y un referente para todas aquellas trabajadoras como “Doña Amparo”, la mujer humillada por #LadyChiles, que son maltratadas en sus empleos.

Bautista Bautista lamentó la falta de avances en la legislación mexicana, donde la trabajadora del hogar, es una de las más vulnerables y discriminadas.

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