Los alumnos de Iguala

Lo que se resiste, reza el dicho, persiste. A todos los niveles, las autoridades en México se afanaron durante semanas en lavarse las manos respecto a la matanza de alumnos en Iguala, estado de Guerrero. Desde el presidente Enrique Peña Nieto para abajo, han buscado y encontrado a otros a quienes acusar y culpar. Que fue el alcalde, o el gobierno del estado, que fue el otro partido, que fueron unos pocos, que no volverá a pasar.

Pero pasa.

Los 43 alumnos que llegaron el 26 de septiembre a Iguala desde su escuela en Ayotzinapa para participar en una manifestación siguen desaparecidos, después de haber sido detenidos mientras protestaban.

Sicarios confesaron haber asesinado al menos a 17 de ellos.

Se han descubierto fosas clandestinas con 28 cadáveres calcinados. No están seguros de que sean ellos. Es aún más trágico que no se hayan identificado aún y que podrían ser asesinados de otra masacre.

Los trabajos de identificación llevarán hasta dos meses.

Decíamos en estas mismas páginas la semana pasada que los hechos ponen en tela de juicio la existencia del gobierno de la ley en partes de México.

Esta misma sensación se ha expandido; crece en el ámbito internacional el descrédito por la capacidad del gobierno mexicano de proveer seguridad a la población.

Ya no se puede culpar a otros: ni al presidente anterior, ni a los opositores y mucho menos a las víctimas. El alcalde está prófugo, piden acusar al gobernador, se ha desarmado a la policía local…

No es suficiente.

Esperábamos que los hechos de sangre fuesen investigados y esclarecidos adecuadamente.

No ha sucedido. La confusión es patente. Las víctimas, sus familiares, no tienen el lujo de aceptar que los responsables se deslinden de su deber. Exigen, con nosotros, respuestas y soluciones. Para colmo ahora temen que la policía emprenda actos de represalia adicionales.

Los hechos hablan de una impunidad permanente. De cooperación entre las organizaciones delictivas y las agencias que deberían obrar por la paz y la justicia. Es inadmisible.

El presidente Peña Nieto declara estar indignado. Sí, lo estamos todos. Pero sólo él tiene los recursos para erradicar la indiferencia y el desprecio por la vida humana en su país.

El momento es ahora

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