La cresta de la lengua: En la Casa Blanca, ¿la presidente o la presidenta?

Nos acercamos a tener un jefe de estado mujer por primera vez en la historia, aprovechémoslo para revisar el tratamiento de este femenino presidencial.

Dilma Rousseff, presidenta de Brasil.

Dilma Rousseff, presidenta de Brasil. Crédito: EFE

La experiencia del mundo hispano, que ya ha contado y cuenta con jefas de estado, podría ayudarnos. Pero no. Unos quieren a “la presidente”; otros, a “la presidenta”.

Se ha dicho que los que defienden “la presidente” son unos “ignorantes desactualizados”. Se les descalifica enarbolando la gramática de la RAE (en sus últimas ediciones) y el DPD (Diccionario Panhispánico de Dudas), que dicen: “aunque los nombres que terminan por “nte” tienen los dos géneros gramaticales (el/la agente) no obstante en algunos casos se ha generalizado el género femenino: la presidenta, la clienta, la dependienta”.

A favor de “la presidente” se aduce que las formas terminadas por “nte” tienen forma única por su origen verbal; sin embargo, esto, que es verdad con adjetivos, no tiene por qué extrapolarse a los nombres. También se ha apelado al criterio de favorecer la igualdad de género. Estos partidarios, consecuentemente, defienden “la juez” y “la alcalde” rechazando “jueza”, “alcaldesa”.

En cuanto a “presidenta”, lo dicho: es la tendencia de los hablantes. Las organizaciones feministas, por su parte, apoyan su uso porque así se le da a la mujer el reconocimiento social que antes se le negaba.

Un poco de perspectiva. La variación de género ha sido de siempre un mecanismo para crear significados a bajo costo. Véanse los casos de “bolso/bolsa”, o “punto/punta”. Antes, con “gobernanta” o “asistenta” era parecido, se aplicaba a actividades menos cualificadas que las correspondientes a las terminadas en “nte”. Aclarado esto, “presidenta” es otra cosa porque deja el contenido de la palabra inalterado mientras se destaca el sexo de la persona a quién se aplica: la mujer. En definitiva, es acercarse a “amigo/amiga”. Lo imprevisto es que lo que es bueno para “presidenta” no funciona, por ejemplo, con “dirigenta”. Y esto es lo que no se ha explicado. Se llega a insinuar que los que hablan bien son los que tienen la última palabra. El que piense así descalifica al hablante hacedor de lengua y lo relega a monito de repetición.

La historia de la lengua, pongámonos serios, deja el porqué de estas tendencias al descubierto. La evolución del latín al español especializó la “a” para el femenino. Este cambio alteró profundamente palabras que antes eran femeninas como NORUS o SOCRUS y las acomodó como “nuera” y “suegra”, y no “nuero” y “suegro” como correspondía. La bola de nieve del femenino empezó a rodar. Y si hoy proliferan “pilota”, “ingeniera” o “médica” es consecuencia y natural adaptación del género gramatical al ascenso social de la mujer. No era tan difícil de contar, ¿no?

Pero no basta la voluntad, no iba a ser todo tan fácil. Para que cuaje con éxito “presidenta” (y palabras afines) tendremos que reacomodar primero “gobernanta” o “asistenta”, que nacieron menospreciando el trabajo de la mujer.

Más complejo será limar el matiz despectivo que introduce la “a” en “comercianta” o “litiganta”, que discrimina. Y también, además, arrinconar el desfasado uso de nombrar “presidenta” a la mujer cuando es “esposa del presidente”.

Una pregunta que viene a cuento es si cambiará algo sustancial cuando una mujer gobierne. La respuesta debería ser no. Lo cierto, sin embargo, es que la lengua va por libre y a la hora de dirigirse a un presidente mujer, los hablantes desechan “¡Presidente!” y prefieren “¡señora Presidente!”. Esto no ocurre nunca con “¡Presidenta!”. Pero el votante escogerá.

Luis Silva-Villar es catedrático de lengua y lingüística en la U. de Colorado CMU. lenguaporoficio@gmail.com

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