Editorial: Trump y Comey
Es imprescindible determinar si realmente existe una obstrucción a la justicia que merezca un juicio político al presidente
La revelación de que el presidente Donald Trump le pidió al entonces director del FBI, James Comey, que deje de investigar al ex asesor presidencial, Michael Flynn, es el problema más serio de los numerosos que ha tenido esta Casas Blanca.
El memorando de Comey escrito después de la reunión, y filtrado a la prensa, muestra una intención del mandatario de obstruir la pesquisa federal sobre los lazos de su campaña presidencial y Rusia.
El que Trump haya pedido al vicepresidente Mike Pence, y al secretario de Justicia, Jeff Sessions, que lo dejen solo con Comey, según el memo, indica que el mandatario sabía que era impropio lo que iba hacer. El despido posterior de Comey, cierra una narrativa que no deja bien parado al presidente.
Por eso es necesario que el mismo Comey testifique en audiencia pública legislativa sobre los detalles de lo ocurrido.
El nombramiento de Robert Mueller como investigador especial por parte del Departamento de Justicia es un paso positivo. Ahora le toca al Congreso ahondar sus investigaciones unificándolas en un comité especial.
Es imprescindible determinar si este hecho es una obstrucción a la justicia que merezca un juicio político al presidente. O que no lo amerite.
Si sabe algo es que Trump no tiene el carácter, ni los conocimientos, ni la diplomacia para ocupar un sitio con tantas exigencias como la Casa Blanca. Ni tampoco parece interesarle obtener esas cualidades.
A lo largo de estos casi cuatro meses de gobierno, Trump llevó a la presidencia las características que lo hicieron un candidato impredecible e indisciplinado. Alguien para el cual no hay límites y que vive en una realidad en que se confunden hechos y fantasías.
Por ejemplo, el caso de que Trump supuestamente reveló un secreto inteligencia en una reunión con funcionarios cabe en el perfil de alguien que habla por demás, y que tiene la necesidad de alardear cuánto sabe. Esto corresponde más al carácter de Trump que pensar que lo habría hecho adrede en un acto de espionaje.
Es cierto que su elección significaba llevar a la presidencia a una persona sin ninguna experiencia política. El problema es que Trump se rodeó de gente obsecuente que le permitió seguir creyendo que tenía la autoridad de un jefe ejecutivo sobre una empresa.
El Congreso republicano además aceptó convertirse en el Partido de Trump para aprovechar una ocasión de aprobar su agenda. Su silencio y aceptación ante las diarias barrabasadas de la Casa Blanca lo convirtió al Congreso en cómplice de la incompetencia del Ejecutivo.
Muchos de los malos cálculos y errores de la administración Trump son producto de una inocencia ignorante y arrogante, pero no por eso menos serios. En algunos casos la única perjudicada fue la presidencia, pero eso no los hace menos graves.
Hay varias interpretaciones de lo ocurrido entre Comey y Trump. Por eso hay que llegar al fondo del asunto.