La herencia de un perrito…

Luz María Doria nos comparte en su columna su amor por los animales y lo que podemos aprender de ellos: el amor y la fe

Siempre he pensado que si los seres humanos visitaramos los hospitales una vez al mes, seríamos mejores personas. Ahí es donde más fe, compasión y esperanza se encuentran.

El viernes por la noche me tocó ir a uno, no de seres humanos, sino de animales.

Ver las caras de los humanos llenas de tanto amor me conmovió.

La culpa de mi visita la tuvo Mía, mi Golden Retriever, que en un descuido de toda la familia se comió más de 30 uvas y la mitad de un queso holandés a una velocidad olímpica sólo superada por la rapidez con la que Dominique, mi hija, buscó en Dr Google el diagnóstico:

“Mami, los perros no pueden comer uvas. Se pueden morir”.

Volamos al hospital después de darle 3 cucharadas de peróxido de hidrógeno para inducir el vómito.

Para mi sorpresa la sala de espera estaba llena de humanos con caras repletas de angustia y ojos llenos de amor. Los pronósticos que se oían eran preocupantes:

“Star” seguía vomitando. “Dream” estaba estable pero tenía que seguir con oxígeno toda la noche. Sus amos esperaban pacientes. De Mía no daban aún noticias.

Me llamó la atención el testamento de un perrito enmarcado en la pared:

“Tengo pocas cosas materiales para dejar. Los perros son más sabios que los hombres. Nosotros no perdemos el sueño pensando en cómo mantener las cosas materiales ni en cómo obtener lo que aún no tenemos. Lo único valioso que poseemos es nuestro amor y nuestra fe.”

En ese momento una doctora joven y bonita se acercó para darnos la buena noticia de que nuestra Mía había vomitado más de 30 uvas intactas con todo y queso. Y que gracias a la rapidez con la que reaccionamos no tuvo tiempo de digerirlas, lo que hubiera sido fatal para su hígado.

Dominique y yo salimos del hospital pasada la media noche… Mía tuvo que quedarse hospitalizada… El grito desgarrador de una mujer nos partió el alma. Su perrito no tuvo la misma suerte que Mía….

Volví a mirar el testamento enmarcado en la pared y le prometí a ese perrito no olvidar nunca cuál era su tesoro más valioso. La herencia que debemos imitar los humanos y en la que son millonarios todos esos que esperan en la sala de los hospitales de animales.

El amor y la fe.

Porque de eso los han llenado sus mascotas.

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Luz María Doria Mascotas
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