Los racistas no pasarán

En vez de servir de inspiración a los adalides del racismo como demostró la marcha en Charlottesville, Trump debe condenarlo

Supremacistas blancos chocan contra manifestantes en su contra en Charlottesville, Virginia.

Supremacistas blancos chocan contra manifestantes en su contra en Charlottesville, Virginia. Crédito: Chip Somodevilla/Getty Images)

La violenta manifestación neonazi en Charlottesville, Virginia, con su saldo de muerte y sangre, tiene ser un parteaguas, un evento que defina un antes y después en la política estadounidense.

Puede ser el prólogo de más provocaciones violentas de supremacistas blancos y antiinmigrantes, desde simpatizantes del llamado alt-Right que surgió a través de los medios sociales en la reciente campaña electoral, pasando por herederos del veterano grupo racista y esclavista Ku Klux Klan, y hasta activistas antisemitas que aún viven la Segunda Guerra Mundial. Tiene el potencial de ser la primera señal concreta de un país convulsionado en donde el fantasma del fascismo levanta su fea cabeza.

Pero también puede ser el momento para que el país reaccione. Para que la gente se organice en contra de esta ola de agresión y asesinato. Para que en todos los estados se defina que aquí, el fascismo no pasará.

En la ecuación, y al menos hasta que demuestre lo contrario, no se puede confiar en la protección del gobierno federal. Muchos de sus personeros provienen de círculos afines a los grupos participantes en el ataque.

Y no se puede confiar en el presidente Donald Trump.

La reacción del mandatario al ataque de los supremacistas fue inverosímil. Luego de semanas de atacar con precisión y implacabilidad a sus rivales a diestra y a siniestra, Trump leyó un comunicado nebuloso, tibio y cobarde, donde criticó la violencia de “todos los lados”.

El presidente pudo haberse ganado el apoyo de la nación. Pero pudieron más el miedo a ofender a sus simpatizantes y el cálculo político, y se negó a nombrar a los supremacistas blancos detrás del desastre.

En vez de servir de inspiración a los adalides del racismo como demostró la marcha en Charlottesville, Trump debe condenarlos. Así lo demandan -le ruegan- muchos dentro de su propio partido republicano.

No lo ha hecho aún, y esto fortalece la premisa de que son las declaraciones y posturas de Trump lo que inspira a las columnas del odio.

De modo que en este momento, no puede esperarse su ayuda y protección. Pero no estamos solos.

Los organizadores y participantes de la marcha neonazi de ayer y quienes los apoyan en todo el país odian y consideran como enemigo al afroamericano, al judío, el latino, sindicalistas y musulmanes, así como a demócratas, independientes y republicanos moderados, periodistas e intelectuales.

En ese lado estamos pues, con otros, los medios de comunicación como este diario, que vive y respira, defiende y apoya a la comunidad latina, a los inmigrantes y a los más humildes; están las organizaciones comunitarias, los políticos conscientes y responsables, empresarios e iglesias y la gente de bien. No podemos ser indiferentes.

De nuestra reacción depende cuál de las opciones se convertirá en realidad.

Gabriel Lerner es el Editor de La Opinión

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