Editorial: Trump y la guerra en Afganistán

Donald Trump es el tercer presidente que tiene en sus manos esta papa caliente

El presidente Donald Trump inicia su primer periodo de vacaciones desde el inicio de su gestión

El presidente Donald Trump. Crédito: EFE

La intervención militar en Afganistán es la guerra más larga en la historia de Estados Unidos, sin tener todavía un final a la vista. Las realidades del conflicto destruyeron una tras otra las promesas presidenciales de no quedar empantanado, de retirar las tropas estadounidenses.

El propósito sigue siendo el mismo, evitar que esa nación sea una plataforma desde la cual se lancen ataques terroristas, como el del 11 de septiembre de 2001. En estos 16 años murieron más de 173,000 afganos y paquistaníes, 3,539 soldados de la coalición -2,403 estadounidenses- a un costo para nuestro país de 117,000 millones de dólares.

El balance de todo este sacrificio humano y esfuerzo material se refleja hoy en un conflicto más complicado.

Además del Talibán -que acogió a Osama Bin Laden-, hay otras organizaciones musulmanas extremistas como ISIS, que están en el combate. La influencia externa de Irán y Rusia creció en los últimos tiempos. El gobierno del presidente Ashraf Ghani está agobiado por el desempleo y la fractura política. El mercado negro domina la economía y la corrupción se halla a todo los niveles.

Este es el panorama que obliga al presidente Donald Trump a romper su promesa electoral de no enviar soldados. La idea aislacionista de retirar a Estados Unidos del plano global para enfocarse en lo interno no es aplicable en un mundo después del 9/11.

Se estima que Trump enviará entre 3,000 y 4,000 soldados para entrenamiento y respaldo de las tropas afganas. La cifra no es segura, porque el presidente no la anunció al público bajo su teoría de “no avisar al enemigo de sus acciones”.

¿Será que los estadounidenses no tienen derecho a saber cuántos de sus hijos son enviados a un frente de guerra?

La novedad es la incorporación de India a esta ecuación. La idea es presionar a Paquistán para que deje de ser un refugio y respaldo informal al Talibán, ante la amenaza de su archienemigo. Una estrategia riesgosa entre dos potencias nucleares antagónicas.

El terrorismo islámico es un fenómeno global, en que Afganistán por simbolismo, realidad y amenaza potencial juega un papel importante. Su estabilidad, o al menos que no regrese a manos de extremistas musulmanes, es del interés de los aliados europeos.

Trump cuenta con ellos en su estrategia. Será necesario mejorar la relación entre ellos para recuperar una confianza dañada en los primeros meses de su administración.

El gran desafío es lograr una seguridad y estabilidad interna que obligue al Talibán a una negociación.

Trump es el tercer presidente que tiene en sus manos esta papa caliente.

A esta altura la intención es reparar una situación que se deteriora. La idea de no tener un plan amplio con metas claras y fechas determinadas, es preocupante pero lamentablemente parece realista.

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