Cantinflas, la Collins y el Papa alegraron una semana de malas noticias

Luz María Doría nos cuenta cómo lograron sacarle al Papa una sonrisa que nos hacía mucha falta

Los que trabajamos en la tele vivimos la vida con la misma curiosidad con la que el resto del mundo la sintoniza. La diferencia es que los que estamos detrás tenemos que vivir más adelantados y eso hace que vivamos cada noticia muchas veces.

El miercoles a las 5 am me llamó María Antonieta Collins desde el avión en el que viajaba con el Papa Francisco de Italia a Colombia:

“Mi hermana, te estoy mandando material desde aquí desde el avión para Despierta América, asegúrate que lo reciban”.

Yo nunca había recibido una llamada desde un avión papal y lo único que pregunté fue: “¿Y ya él se montó?”

Y sí, él, el gran Papa Francisco ya estaba dentro del avión y mi adorada Maria Antonieta Collins, la periodista que más sabe en el mundo de Papas, Vaticano, catolicismo y fe, iba a volar con él.

El Papa Francisco bendijo a la periodista.
El Papa Francisco bendijo a la periodista María Antonieta Collins.

Días antes, cuando fue a Despierta América, como todos los viernes a hablar de sus “Crónicas de Sábado”, me contó emocionada que volvía a ser “pasajera papal”. Y le pregunté cómo superaría aquellas empanadas argentinas que le regaló al Papa Francisco cuando viajó con él en el avión que lo traía a USA.

“Le voy a dar unas películas de Cantinflas. Ya las tengo listas”.

Y se las dió.

La visita del Papa Francisco a Colombia, mi país, sucedió en la misma semana de la triste noticia de la revocación de DACA, del paso devastador de Irma por el Caribe y la Florida, y del terremoto de México. El corazón ya venía arrugado por culpa de la tragedia de Harvey en Texas… y ver a esas víctimas de la guerrilla colombiana con ganas de cicatrizar heridas y perdonar nos regaló a todos un poquito más de fe.

Esa risa del Papa cuando María Antonieta le entregó las películas de Cantinflas fue una buena noticia. Y en una semana de huracanes, terremotos y decisiones tristes para los inmigrantes, nuestros corazones necesitaban urgentemente esa sonrisa.

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