Fito: un zapatero de Los Ángeles muy remendón y a la medida
La cultura desechable de Estados Unidos no ha provocado que su trabajo decaiga, por el contrario, sus clientes quisieran que su taller estuviera siempre abierto
Cuando Fito se sienta en la máquina de coser, toda su atención se centra en el zapato que pasa por la aguja. Con su mano izquierda gira rápidamente la rueda de la máquina. Solo la llegada de un cliente lo interrumpe y lo aparta del calzado.
Adolfo “Fito” Vásquez lleva 52 años arreglando y fabricando zapatos, y no piensa retirarse, dice, hasta que las manos le empiecen a temblar.
Fito es un inmigrante de El Salvador, radicado en Los Ángeles, y quien ya se convirtió en ciudadano estadounidense.
“Mi esposa y yo somos de un pueblo que se llama Mejicanos en San Salvador. Mi papá me enseñó el oficio. Él tenía un taller y a los 11 años comencé a aprender. De los siete hermanos fui el único al que le gustó el negocio de la zapatería”, cuenta.
Su padre le vio talento porque lo mandó a estudiar diseño y dibujo de calzado a Panamá, y después lo envió a México a estudiar mecánica.
Llega a Estados Unidos
En 1981, cuando Fito tenía 24 años, decidió venir a Estados Unidos. Ya estaba casado con Blanca Vásquez y tenía dos hijos. “Primero me vine yo, y luego los traje a ellos”, dice.
Él pensaba que al emigrar tendría que dedicarse a otra actividad, pero no fue así. “Yo llegué un jueves, descansé el viernes y el sábado ya estaba trabajando en una fábrica de calzado en Los Ángeles”, relata.
Trabajó ahí durante ocho años, pero cuando muchas fábricas empezaron a cerrar, decidió abrir su propio taller. “Mi hermano me apoyó. ‘Pon mejor tu taller’, me dijo. ‘Esto va para abajo’. No tuve miedo. Ya tenía experiencia”, dice.
En 1989, abrió las puertas del taller de raparación de calzado “Fito’s Shoe Repair” en el número 2736 al oeste del Bulevar Pico. “Este lugar ha sido una bendición. Aquí he estado desde entonces. De aquí ha salido para mantener el hogar y apoyar a mis hijos los más que se ha podido”, precisa.
El hombre tiene cinco hijos. La hija mayor tiene 44 años, y el menor 26.
Cuenta que tiene clientes de todas las razas, “americanos, morenos, armenios, coreanos y latinos”.
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Repara y fabrica zapatos
Además, ha sido un maestro de zapateros. “En mi taller he enseñado y ayudado a más de 60 personas. De mi taller han salido 13 talleres más. He tenido el gusto de darle clases a los diseñadores de Nueva York”, dice.
Fito no es solo un zapatero que remienda calzado, sino que lo fabrica a la medida. “Hago zapatos al gusto y medida del cliente. Si usted me trae unos zapatos y me pide otros igualitos porque ya no los encuentra, yo se los hago”, detalla.
Prácticamente es un cirujano del calzado, porque puede cambiar la presentación de un calzado para hacerlos más cómodos. “Estos zapatos cerrados estaban muy puntiagudos. La clienta me los trajo para que los abriera al frente y le quitara la punta. Mire que bien quedaron”, dice mostrando un par de zapatillas plateadas.
“El zapato es necesario como la ropa y comida. Hay gente que tiene mucho problema en los pies, yo trato de ayudarles”, comenta.
También fabrica calzado ortopédico. “Tenía un cliente que sufrió un accidente y le quedó un pie corto. Lo mandaron a una clínica y el doctor le dijo que no le podía hacer sus zapatos. Mi cliente le respondió, ‘no se preocupe, sé quién me puede ayudar’”, dice.
El doctor de su cliente fue a ver a Fito. “Se sorprendió de que a él le tomaba meses hacer el calzado ortopédico, yo lo fabrique en tres días. Quedó muy extrañado. Pensaba que haría un desastre. Terminó por ofrecerme trabajo. Le dí las gracias y le dije que no me gustaba trabajar con otra gente sino en el taller que Dios me había prestado”, observa.
Paciencia y responsabilidad
Fito confía que su secreto para permanecer tantos años en el negocio es la constancia, la responsabilidad, la paciencia y la voluntad para hacer bien las cosas. “Me han dicho los que saben que soy un master porque soy diseñador, alistador, ensuelador, hormador y mecánico de la maquinaría de calzado”.
Su esposa Blanca, quien se ha convertido en su asistente después de que sus hijos crecieron, dice soltando una carcajada que admira todo acerca de su esposo. Blanca tenía nueve años cuando conoció a Fito,y él era un niño de 11 años.
“Todo lo hace bien. Es demasiado dedicado. No le dice que no al trabajo”, comenta Blanca.
Fito interviene para decir que mientras haya talento, inteligencia, material y maquinaria, no le puede decir que no al trabajo. “En este país hay más oportunidades para reparar y fabricar calzado que en El Salvador. Yo las he aprovechado”.
Ninguno de sus cinco hijos y siete nietos se dedican al negocio de la zapatería.
“Mis hijos de pequeños me ayudaban. Pero les dije que mejor estudiaran y se prepararan. Ya tengo un hijo que es militar, y todos trabajan y son independientes”, comenta.
Su mayor satisfacción como zapatero es cuando entrega el trabajo terminado al cliente, y éste queda sorprendido y complacido.
A sus 63 años, admite que seguirá trabajando de 9:00 de la mañana a 6:30 de la tarde hasta que sus manos se lo permiten y no le tiemblen.
“Voy a seguir reparando calzado, fabricando sandalias, zapatos, haciendo botas de policía, ortopédicos y todo lo que me pidan. Me siento muy bien y estoy feliz. Si volviera a nacer, volvería a ser zapatero”, dice sin pestañear.