Empresario de EEUU y deportados unen fuerzas
Remodelar espacios que serán rentados a través de sus empresas para turistas Airbnb, entre otros negocios
MÉXICO – Patrick Dimond tiene una computadora en la mano y con ella sube y baja escaleras, entra y sale de una recámara a otra, hacia la sala, los pasillos, de departamento en departamento, porque su trabajo en la capital mexicana es comprar y remodelar espacios que serán rentados a través de sus empresas de sociedad responsable para turistas Airbnb.
En el ordenador, puede ver las fotografías de cómo estaba esos espacio antes y cómo quedaron después de la remodelación. Mira la foto anterior y el estado actual. Mueve la cabeza en afirmación y exclama: “Its amazing”, “amazing”, “sorprendente”.
En las imágenes se ven espacios con madera carcomida y paredes con texturas granuladas, ventanas oxidadas, baños mohosos de regaderas y lavabos destartalados; en otras, pulcros muros de colores contrastados en impecable pintura, acabados perfectos, mosaicos sin fisuras, duelas brillantes.
- Todo esto es gracias al equipo de migrantes deportados—acota con brillo en los ojos.
Entre este equipo se encuentra Jesús Ríos, repatriado en 2015 después de vivir casi toda su vida adulta en Estados Unidos. Patrick lo conoció hace unos meses, cuando buscaba personal entre las organizaciones de deportados para empujar las compañías.
“¡Los mexicanos son algunos de los mejores trabajadores que yo he visto!: tienen arrojo, no se quejan y hacen lo que sea para cumplir, aunque vivan muy lejos de sus trabajos y tengan que viajar horas para llegar y… ¡además dedican mucho tiempo a su familia!”.
Diamond había observado estas cualidades de los mexicanos desde Los Angeles y otras ciudades de EEUU, donde había tenido negocios antes de perderlo todo por depresión y abuso de drogas que lo llevaron a ser un homeless más de Skid Row, la calle de los desamparados en la que vivió dos años.
“En ese tiempo mi familia me dio la espalda, pero los latinos me acogieron en la calle y me hicieron sentir como en familia. Ahí aprendí que aún en los peores momentos se puede ser feliz con muy poco”.
Cuando logró salir de la mala racha se mudó a México con ganas de cambiar, algunos viejos contactos de Estados Unidos y una idea primordial en la cabeza: hacer equipo con los repatriados, un híbrido que conoce muy bien: “Tienen la actitud de trabajo, saben lo que es empezar de cero más la capacitación de muy alta calidad que diversas empresas les dieron en mi país”.
Jesús, por ejemplo, había emigrado de la capital mexicana a los 18 años en busca de mejores sueldos y así fue a dar a Nueva York donde aprendió a hablar inglés y se hizo de la confianza de un judío que lo metió en el mundo de los acabados interiores de lujo.
- Estaba aprendiendo mucho y empecé a sentir que quería tener mi propia empresa y así lo hice—detalla Jesús en un descanso del trabajo en la obra, mientras bebe un café que preparó la esposa, quien es parte del equipo.
El negocio en Nueva York iba viento en popa, pero Jesús quería tener más oportunidades en mercados menos competidos como Tennessee, donde lidiaban por falta de gente para los acabados de lujo.
Jesús indagó un poco. Pronto se mudó a Memphis con tal atino que sus contratos se multiplicaron junto con su plantilla: llegó a tener hasta 100 trabajadores a sus espaldas.
Estaba en la cima de su carrera cuando conoció a Nancy García, su segunda esposa, con quien se casó pronto. En uno de sus cumpleaños fueron a Nashville a celebrar. Comieron hasta hartarse, bebieron alcohol y, a su regreso a casa, mientras uno de sus empleados manejaba, la pareja escuchaba música bana en voz de los Inquietos del Norte.
Agradecido con el de arriba, pero el de más arriba/ Con el todo poderoso se ha echó mi socio/ Mi buen amigo me sacó de la pobreza/ esa maldita es mi enemiga…
Jesús se sintió identificado, eufórico. Abrió la ventana y sacó la pistola para tirar unos balazos al aire. Poco después ya no tenía pistola, ni borrachera, ni auto, ni libertad: los conductores que lo escucharon llamaron a la policía y ésta llegó para acusarlo de intento de asesinato.
El proceso para comprobar su inocencia duró once meses. Al final no hubo cargos: no se comprobó la acusación, pero la deportación fue un hecho.
De un momento a otro se vio en México junto con su esposa, una bolsa de papel de ropa sucia y nada más. Estuvo días enteros en la cama sin querer salir hasta que otro deportado que conoció en el centro de detención lo invitó a sumarse a New Comienzos, una organización civil que apoya a migrantes de retorno.
Ahí escuchó a Patrick y su discurso de nunca darse por vencido, de la capacidad del ser humano de empezar de cero una y otra vez (él mismo ahora tiene las compañías Renova y Boservic México.
Fue un poco antes de irse a Canadá. Jesús había retomado la religión cristina y le había pedido a Dios una luz que vio en el estadounidense con quien trabaja desde entonces y hasta ahora que son socios para muchos proyectos de remodelación de edificios aquí y, ¿por qué no? en Estados Unidos.
“Voy a pedir papeles para que Jesús me ayude con un proyecto en Los Angeles: allá también hace falta”, adelanta Patrick como un nuevo objetivo, irónico por las vueltas que da la vida.